domingo, 2 de agosto de 2020

Relic: ....y si...?

Relic tocó fibras muy hondas. Me ha gustado por ello, porque si el cine como experiencia artística quiere e intenta tocar fibras que ahondan profundamente en el espectador, la experiencia es maravillosa y el placer, total. He leído algunas críticas y me he encontrado con el ego habitual de quienes escriben fundamentando el carácter o tono de una película nada más que desde su propio gusto en particular. He notado cierto vacío, cierta miopía emocional. Yo desconozco mientras escribo si la directora o guionista han pasado por una situación como la mía, pero si no lo han hecho, el mérito por su obra es muchísimo mayor.

Relic relata con el uso de ciertos clichés del cine de suspenso una historia y un drama generacional, universal. Yo he visto y vivido en carne propia esa historia y ese drama. Ver a través del tiempo que a nuestro ser querido le resta, todo el proceso de decrepitud al que es expuesto (a través de una enfermedad como el Alzheimer, o el cáncer) y los cambios que genera —no sólo en su condición física— sino en su personalidad, es tanto peligrosa como poderosamente angustiante y desolador. La película resume ese proceso. La casa como herramienta tradicional del cine de suspenso sirve como trasfondo, como cortina, como recurso poético finalmente, para presentar el proceso oscuro, doloroso y desconcertante de la capitulación de un ser querido. Cualquiera que haya buscado el terror habitual propio de una casa embrujada, lamentablemente se equivocó de película y desde ese prejuicio no correspondido (un error que debemos evitar como espectadores) es que creo que se infundieron tantas críticas desacertadas. En última instancia se debatirá por millonésima vez la crítica como tal.


Relic también es una película no sólo sobre un proceso, sino sobre la muerte misma. Y tiene una de las escenas más audaces que he visto sobre la dramatización de la muerte. Y vuelvo sobre el uso de las herramientas de este tipo de cine y para hacer este tipo de películas; el trabajo de producción, maquillaje y efectos sirve a la realizadora como la metáfora al poema. Se mezcla la ternura con lo grotesco de manera tan original que el amor que se representa resulta a su vez, enternecedor. Y lo real se vuelve dramático, planteando interrogantes que nada tienen que ver con una segunda parte sino en que pasaría con nosotros mismos si fuésemos testigos de lo que acabamos de ver, o peor aún, partes.

La Otredad Digital

¿Los grupos de whatsapp son ya materia de estudio sociológico? ¡Cómo me gustaría echarles un vistazo!. La manera que tenemos de relacionarnos con el otro —con la otredad digital— tiene que habernos impactado y cambiado profundamente y, sobre todo, durante esta pandemia. Me interesa el costado ¿negativo?: creo que sentimos una mayor libertad (¿o impunidad?) para reaccionar de manera casi totalmente desinhibida a aquello que leemos o escuchamos. En los grupos, en particular, suele darse el hecho de que no todos quienes participan tienen la suerte o el desagrado de conocerse entre sí de manera física, personal. Y cuando hablo de conocerse me refiero también a aquellas personas que tienen un trato quizás estrictamente profesional o vago. Esto hace que la idea que nos hacemos de esas personas que no conocemos surge exclusivamente, no sólo de sus dichos, sino por la manera en que estos los expresan. Es decir, ¿escribimos como hablamos? ¿Cómo se organiza nuestra manera de expresarnos digitalmente en la mente? Tengo la penosa sensacion de que poco a poco nos vamos volviendo más reaccionarios; y posiblemente más agresivos en algunos casos, intolerantes en definitiva; consciente e inconscientemente perdemos el pudor o el respeto cuando no nos enfrentamos a la mirada de nuestro interlocutor, sobre todo cuando en estos grupos se tratan temas que incumben de una u otra manera a todos. Es en realidad la ausencia lo que nos interpela, nuestra propia representación del otro; nos relacionamos con esa especie de yo y le atribuimos la personalidad que la forma de sus textos y su gramática nos permiten, pero siempre desde la perspectiva constructiva de nuestra comunicación emocional. Claro que existe un consenso tácito en cuanto a la construcción de mensajes de texto y la capacidad de dilucidar a través de la comprensión social de la palabra escrita lo que el otro quiere o intenta expresar a través de un dispositivo de mensajería digital, pero muchas veces avalar y cubrir este consenso, cuesta; lo digitial es politico, y como político, difícil de consensuar. La falta de empatía se nutre de esta ausencia de lo interpelante. Las normas de expresión digital que nos hemos formado pueden diferir diametralmente con las del otro y esto genera una rispidez espontánea; y esta rispidez, a su vez, activa mecanismos de cimentación de la identidad del otro, de esa otredad digital. Asumimos un posible carácter, líneas de pensamiento, pasados factibles, y los asumimos, además; de manera condenatoria. La falta de empatía es uno de nuestros mayores males. En todo caso, la relación yace y se manifiesta sólo en lo personal. Nadie en su sano juicio correrá a interpelar luego en lo social a quien en la privacidad y por la impunidad que nos da la digitalidad, ha juzgado —valga la redundancia— de manera condenatoria.


viernes, 10 de julio de 2020

Magma Disociado

La grieta que nos surca política y socialmente no es más que el reflejo concreto del magma disociado del que estamos hechos. Somos seres en constante ebullición, en constante puja de poderes, una connivencia maliciosa y en equilibrado caos que se manifiesta con una intermitencia y una repentización totalmente azarosa e indescifrable. Corren hermanadas por nuestras venas una pólvora peligrosísima y una empatía y solidaridad por el otro regidas por la mismas reglas del paralelismo matemático. El grado de peligrosidad y empatía son intrínsecamente proporcionales a millones de causas, situaciones o pretextos, imposibles de aunar ante cualquier atisbo de suposición o explicación de modo tal de intentar dar con razones profundas para propuestas igual de profundas en lo esperanzador desde un plano moral y espiritual puramente subjetivo; se mantienen a una distancia equidistante una de otra, aunque infinitas, jamás se cruzarán entre sí. 



martes, 26 de marzo de 2019

Siempre fue así...

A medida que avanza la lectura de sus memorias es imposible no encontrarse con las de uno mismo; de alguna u otra forma, las palabras del Indio —su discurso—tienen un eco (histriónico) que resuena allá en la juventud; hay frases que se las he leído antes, hace más de veinte años atrás. La música de estos tipos, en definitiva, es la banda sonora de la mitad de mi vida y andá a saber de la de cuantos más!. Por momentos se palpa el buen humor del viejito, te hace reír; es agradable de leer.


Si bien aclara de movida —y esto es algo que si no todos lo sabemos lo podemos intuir o comprender perfectamente— la memoria funciona con un mecanismo propio, adosando o estructurando los recuerdos en la medida de que se sostengan a pesar de todo. Los recuerdos son más bien ensoñaciones que uno guarda. Por ello me ha parecido simpática la primera parte, cuando recuerda su infancia y su primer época, chamuya bastante, y queda bastante bien. Sobre todo cuando el que avisa, no traiciona: los recuerdos mienten un poco.

Yo devoraba ávidamente cualquier tipo de publicación donde se pudieran leer los pocos reportajes que daban. De hecho, aún guardo recortes de esas publicaciones, como un tesoro. Pero insisto, leer sus memorias —en tanto y en cuanto los propios calendarios coincidan con esa parte de la historia— implica un ejercicio de la memoria de quien lo lee. Yo los descubrí cuando ya habían editado tres discos y en realidad fue de rebote; antes tuve cassettes de Sumo y a través de ellos llegué a Los Redondos. Viví todos los adolescidos 90 con su música y poesía de fondo. Y en el libro, como no podía ser de otra forma, el Indio se refiere al zeitgeist de ese momento; por lo que evoca todo el tiempo imágenes y recuerdos de aquella maravillosa época, como dije.

La cosa se pone realmente entretenida cuando habla de las canciones, de los discos. Me hubieran gustado más anécdotas, ahora que escribo sobre ello, son fascinantes, por su sencillez dentro del marco idílico que como seguidor uno le dibuja. Nunca se pierde el ritmo, hay un orden y una estrucutura que a Mr.Figueras hay que adjudicarle con aplausos. Fui creando mi propia expectativa mientras más me acercaba a la fecha cuando la banda se separa, confieso que parecía devorar mucho más rápido las páginas. Ese punto del libro es sin dudas el más álgido. Todo lo que vino después (incluída la lectura misma del libro) ha sido una época con mucho más relajo, todos estábamos más grandes y el tipo tuvo por fin la libertad de hacer lo que se le daba el forro de las pelotas sin tener que cosensuar con nadie; claro que víctima de su decrepitud inevitable la mayor parte del tiempo. Pobre, Skay no queda muy bien parado en esta historia, pero es un asunto de ellos; la música no se mancha.

Me gusta el hecho de que dentro del círculo de amistades, el libro los acerca un poco a la lectura.

viernes, 22 de marzo de 2019

Autumn is coming...

        
        El verano definitivamente nos ha abandonado, la luz ha dejado de mostrarse con esa calidez que se percibe fácilmente no bien uno se asoma por la ventana por las mañanas de enero y febrero último. También han regresado los horarios de trabajo, por lo que el tiempo —o la percepción del tiempo mejor dicho— ya es otro; nunca ha dejado de parecerme fascinante como las horas se transforman, mutan cuando uno momentáneamente se libra de ciertas responsabilidades. Y cuando vuelven. Porque ya es marzo. Pronto comenzará el período lectivo incluso y las horas volverán a cambiar una vez más, alterando también otra vez, la percepción del tiempo. Ha regresado también el viento. No sólo por el cambio próximo de estación, sino por la geografía del lugar que habito, el viento por aquí es un asiduo visitante (me gusta dejar los ambientes en silencio cuando sopla, al menos, de forma respetuosa) y da la casualidad acaso de que en la ciudad, al menos los sitios que frecuento, hay muchos álamos; y en la combinación perfecta producto de la frondosidad y altura, el sonido que produce el efecto del viento es muy relajante, una suerte de inhalación y exhalación; es un sonido muy peculiar, nostalgioso. Y es que tengo recuerdos de mi niñez directamente asociados a esos árboles. Hace muchos años atrás, había muchas más arboledas de las que hoy subsisten hoy en la ciudad. Camino de regreso de la escuela, solía hacerlo por unas calles que todavía hoy circundan un predio gigantesco perteneciente a la municipalidad que estaban repletas de álamos a lo largo de sus veredas, uno al lado del otro, separados por apenas dos o tres metros entre sí. Disfrutaba muchísimo pasar por allí pateando el grueso colchón de hojas que se formaba; el ruido, levemente ensordecedor por momentos, era maravilloso, como así también la sensación. Pero también cuando había viento y me detenía unos momentos a escuchar ese siseo acompasado, como un arrullo; con la vista clavada a 90 grados viendo como se mecían cansinamente. Es el mismo arrullo que escucho en mi casa cuando estoy solo, y me quedo en silencio leyendo, cocinando o navegando por internet, ya que en el patio hay un álamo, uno solo, pero es gigante; y también ahora mientras escribo en el trabajo, también en silencio, escuchando la alameda que está a unos 80 metros de mi ventana. Es que hay mucho viento y llueve, es marzo y el verano, como dije, definitivamente nos ha abandonado. Se ve que los cambios de estaciones de alguna forma nos alertan, nos predisponen. Hay que comenzar a abrigarse, a empezar calefaccionar la casa después de tomarse unos mates tipo 6 para que no esté tan fría por la noche y a la mañana siguiente. La luz es diferente, todo se vuelve tan gris; cada tanto surgen oasis celestes con pinceladas rosáceas pero no son más que vestigios que rápidamente son devorados por esas grandes extensiones oscuras que traen la lluvia desde el oeste. Y si esos oasis tienen la valentía de prevalecer estoicos hasta que las gotas empiezan a caer, se puede tener la suerte de presenciar la formación de un arco iris; ese espectro que nos revela cada tanto el misterio de la coloridad. Es un anuncio también, todo está cambiando nuevamente, como todos los años, salvo que no todos los años son los mismos, y con ellos, nosotros, descubriendo silenciosamente las ganas de escribir sobre ello.



domingo, 27 de enero de 2019

¿Existe la Belleza?

    Existe una perspectiva de la belleza que está relacionada estrictamente con las formas y cómo cultural e intrínsecamente estamos relacionados con esa perspectiva de las formas. Me refiero a las formas como estética corporal, una estética que ha sido incorporada  —y que es constantemente bombardeada y moldeada— en el inconsciente por las grandes marcas a través de la publicidad. Lo bello tiene que ver con lo inmaculado, con la perfección, con las curvaturas de proporciones armoniosas de cuerpos arbitrariamente seleccionados que invisibilizan la diversidad de lo humano en cuanto a su real estructura física. Esto genera además un inconformismo peligrosamente indigerible en muchos aquellos que sienten que sus cuerpos están por fuera de esos parámetros creados pura y exclusivamente para excluir e inconformar. ¿Qué es bello? ¿Qué es feo? ¿Qué es la belleza? ¿Qué es la fealdad? Si bien definir los parámetros de lo bello y lo feo es construir mecanismos de exclusión, estamos tan habituados a concebir subjetivamente estos mecanismos que son los que inevitablemente utilizamos como instrumento de sesgo, de confirmación, de aceptación; consciente e inconscientemente. 

La aceptación, como dilema disparador, es una puja entre ese consenso social de lo bello y lo feo con la contemplación de nuestra propia apariencia; ni siquiera nosotros mismos podemos escapar de esa indagatoria: ¿soy lindo? ¿soy feo? El dilema es, en realidad, el hecho sustancial del surgimiento de la propia indagatoria en sí, el por qué debemos sentir esa, en definitiva, disociación. Hay una frase que nunca he dejado de recordar y que incluso muchas veces he tenido la posibilidad de mencionarla en voz alta en determinadas ocasiones: la belleza vive en los ojos de quien la ve. Y nosotros nos vemos diariamente, si bien quizás solamente el tiempo que nos lleva estar frente al espejo cuando la ocasión así lo requiera, nos vemos; y esa imagen que vemos, distorsionada por la acción misma del espejo además, es la imagen que de una u otra manera sometemos al juicio que invisiblemente plantea la industria del comercio relacionada con la belleza. Por lo que, si existe una indagatoria, lo más probable es que exista una respuesta. Y esa respuesta, sea cual sea, va a ser determinante para la concepción y construcción de nuestro pensamiento amoroso, y en consecuencia, social.


Es imposible definir lo que es bello cuando lo que nos define a nosotros mismos es la diversidad; o en tal caso, la belleza es la diversidad misma. Y la forma única en que los seres humanos encontramos esa belleza, esa diversidad, en determinadas formas, en determinadas personas es lo que nos define en nuestra manera de relacionarnos. ¿Qué es lo que nos atrae del otro? Hay una respuesta para esa pregunta como por cada ser humano que existe en este mundo. La atracción —física en este caso— es el primer contacto con lo que consideramos bello. Es una imagen que se siente. Si cada ser humano está capacitado para sentir esta forma de atracción única con respecto a otro ser humano, ¿por qué debemos mutilar ese sentimiento, estructurarlo para convertirlo en plusvalía con la triste consecuencia de generar segmentación y disconformidad en la intersubjetividad de las personas? Si siempre hay un roto para un descocido. La belleza es también equilibrio. Porque la atracción física lleva a la atracción espiritual, también parte de la belleza. Los rasgos que difieran de las normas estereotipadas poco valor tendrán una vez que el umbral de la emotividad haya sido cruzado. La atracción —espiritual en este caso— se puede producir tan sólo por el sonido de una voz. Sólo escuchar una voz puede traspasar, y hasta derribar todos los parámetros preestablecidos. Es esa reverberancia en lo más profundo de nuestro ser la que nos hace sentir belleza, la que nos hace encontrar la belleza en el otro. Esto es equilibrio. Porque la mente no puede dejar de disociar entre lo bello y lo feo entre todo lo que ve, la dualidad está indefectiblemente relacionada con la manera de concebir el mundo que la rodea. El estado de conciencia está gobernado por el pensamiento binario. Por eso, la belleza es sentir.

Sentimos con los ojos cuando las formas y la proporción de las formas nos producen placer, excitación; y mientras nuestro idaeario de atracción esté menos corrompido por la cantidad de imágenes que se nos presentan como dictamen de lo bello, mayor será nuestro equilibrio a la hora de relacionarnos, no sólo con nosotros mismos, sino con los demás. Es una tarea sumamente difícil, pero una tarea que debemos realizar al fin.

sábado, 26 de enero de 2019

Biutiful Boy



El desencanto de la adolescencia. La presión del gran sueño americano que comienza insoslayadamente con el ingreso a la universidad. El divorcio. La nueva familia. La música, los libros. La marihuana como la serpiente en el edén de la esperanza de un padre. Y el ¿consecuente? acceso progresivo al mundo de drogas más duras. El montaje acorde a una atmósfera tristemente melancólica, a una lucha interna e intensa contra la resignación. 


Los minutos de Nirvana que son la gloria. Bukowski. Un cuidado de la luz que cuando emerge como protagonista manifiesta una apacibilidad siempre huidiza. El abanico musical potencia la atmósfera tristemente melancólica, con muchísimo tino. Soberbias interpretaciones. Svefn-g-englar de Sigur Ros que suena y vuelve como hilo conductor y te envuelve en un halo del cual cuesta despegarse aún finalizada la película. En una escena, Nic acusa al padre de controlador y uno se pregunta cuál es el límite divisible para un padre, donde soltar; si verdaderamente podemos llegar a generar un sentimiento de agobio, invisible y en constante mutación. La metanfetamina como una enfermedad incurable y el eco del dolor de la impotencia que reverbera como daño colateral en el círculo familiar, un problema grave que afronta el Estado desde lo humano y lo social planteado a modo de créditos finales. Una soledad viscosa, inconsolable, interminable.


Una atracción profunda hacia el absimo. Ese recóndito abismo desprevenido de una niñez idílica y el torbellino de interrogantes inconduscentes; inevitable. El tiempo, irrecuperable, como siempre, lastimoso. ¿Cómo podemos ayudar si no podemos ayudar? Los hijos van a ser pequeños siempre y protegerlos de todo o de todos nos va a resultar imposible. Padre e hijo —por cierto— están caracterizados de forma maravillosa, tanto S. Carrell como T. Chalamet esán im-pe-cables. Uno empatiza con ambos, con esa imposibilidad, con cada momento. Es angustiosa, sí, pero hermosa.


No te va a dejar impávido. Si podés, mirala.

domingo, 13 de enero de 2019

Antagonismo de Soledades Desarraigadas

En estos primeros días del año, mi esposa y mi hijo han tenido la posibilidad de emprender un breve viaje para disfrutar unos días de vacaciones en compañía de sus padres y abuelos respectivamente. Yo me he quedado en parte porque tengo trabajo que hacer en esta época del año y porque, además —debo confesar— no me seduce demasiado la idea de vacacionar en compañía de tantos; prefiero la intimidad de mi mujer y mi hijo. Tengo la idea de que vacacionar significa tomar distancia no sólo de todo, sino de todos, fundamentalmente. 

Así que iba a estar completamente solo en casa durante una semana. La idea, cuanto menos, resultaba bastante atractiva, si bien durante estos días, debía cumplir con mi turno nocturno en el trabajo y tenía que realizar otro tipo de actividad relacionada con el mismo durante las tardes. Sucede que dormir 5/6 horas durante la mañana luego de estar toda la noche despierto produce un efecto de aturdimiento, profundo durante la primera hora luego de que despiertas y que va desvaneciéndose lentamente a medida que las horas transcurren. Pero no sólo eso, el trastorno periódico del sueño produce además de un cierto grado de irritación, un sentimiento de nostalgia que se mezcla peligrosa y sustancialmente con una forma muy particular creo yo de tristeza; esa tristeza crepuscular tan propia de la capitulación de los domingos. Hace algunos años atrás, quedarme solo hubiera sido muy diferente para mí, era motivo para disfrutar de esa soledad repentina. Contrariamente, a estas alturas, ha servido más para reflexionar sobre lo que significa quizás pasar demasiado tiempo conmigo mismo. Reconozco que si el viaje no hubiera coincidido con mi turno de trabajo nocturno quizás mi estado de ánimo hubiera sido completamente diferente; aunque el hecho sólo de mencionarlo en estas líneas me indica un poco lo contrario.

La fluidez rutinaria de los días, expresada en los más mínimos detalles son al parecer una nueva forma de estructura que da fuerte sostén a la regularidad de mi espíritu. Extraño la cotidianeidad. La antigua soledad era la soledad de un hombre que ha quedado en la memoria. La brusca perturbación del orden (que es periódicamente caótico también vale decirlo, debido a la rotación de mis horarios de trabajo) confiere a los días un vacío inevitable. Las ausencias revelan la inmensidad de un espacio por momentos inconfigurable, la necesidad imperiosa de concebir acciones para rellenarlo. Es como si disponer de una gran cantidad de tiempo —el  libertinaje de la habitualidad de los horarios— hiciera que en realidad el tiempo apremie, que me sienta desbordado; se me ocurren mil cosas por y para hacer, con un fingido apuro.


¿Con qué necesidad?, pienso. Soy preso de una contradicción permanente, es un antagonismo silencioso de soledades desarraigadas batallando por asentarse y dejarse ser. Por un lado, me gustaría poder disfrutar de la nada, de hacer nada (hacer nada es en mi caso, tomarse un par de horas para mirar una película, leer algunos capítulos de algún libro: nadas que se pueden hacer tirado cómodo en la cama, básicamente), pero me asalta la angustiosa sensación de estar desaprovechando el tiempo que me han dejado solo. Y por el otro lado, con tantas actividades —larga e inconscientemente postergadas además— la angustia se manifiesta en la preocupación por la falta de tiempo para hacer esas y otras nadas cuando esposa e hijos están presentes, con el vértigo el itinerario que representan las obligaciones de la vida diaria. En ese tire y afloje es donde paso y pasa verdaderamente el tiempo.

Después cuando hayan regresado seguro me lamentaré por no haber hecho tal cosa o tal otra. Me preguntaré por qué no leí Kentukis, la novela de Samanta Schweblin que tanto me había entusiasmado en leer. O quizás no, porque ya habré vuelto resuelto a la bella rutina de ver y estar con mi esposa e hijo, pasar el tiempo con ellos y de intentar hacer ese espacio pequeño para las pequeñas nadas, pero esta vez con un halo de oasis caracterizándolas. Llevo tres días comiendo cualquier cosa y a cualquier hora. La falta de sueño deviene en una falta de energía casi total, hay que hacer un esfuerzo grande para las actividades que generalmente a uno le traen placer, como cocinar. Había imaginado que iba a tomarme un par de días para probar unas recetas nuevas, pero no, desganado, terminaba por armarme unos sánguches y ya. Ese tipo de practicidad de algún modo me molesta. Tenía otra idea, y me había hecho esa idea en un estado de lucidez mucho mejor que el que queda cuando duermes poco y mal. Te lamentas, pero te consuelas convenciéndote de la inevitabilidad del asunto. Y ojo que mientras escribo todavía me quedan un par de días para que regrese mi esposa, pero mañana ya es domingo y el domingo tiene la tristeza crepuscular esa de los domingos y yo estoy escribiendo sobre esa tristeza muy mal dormido a las 2 de la mañana, sabiendo que me acostaré a dormir dentro de cuatro horas recién, con todo lo que eso provocará en mi estado de ánimo dentro de unas 12/14 horas.


Sin embargo, no estoy triste. El asunto es que las horas más conscientes son éstas, me siento más lúcido durante la madrugada, producto de la inversión del sueño. Por eso puedo hablar de lo que me sucede en esas horas aciagas del día; de esa soledad nueva que cuesta asimilar, de ese cúmulo inevitable de contradicciones cuando uno da cuenta de cómo va creciendo y el torbellino de subjetividades atadas a ese reconocimiento plantea nuevas preguntas y nuevas sensaciones. El pensamiento abstracto se reestructura, se aborda el concepto de vejez —referido al inevitable paso diurno y nocturno de los años— desde perspectivas que se renuevan deliberadamente, desde los pequeños detalles que minan nuestra inconstante comodidad hasta la percepción de un yo lejano, que se despide y nos deja solos con este ahora novel sujeto que debe aprender nuevamente a estar solo con su soledad.

lunes, 7 de enero de 2019

A Solas en el 2000 - Parte II

Encontré una vieja carpeta con recortes y escritos guardados desde el año 2000. Tenía yo unos 25 años y al parecer, me sentía muy solo; si bien tenía un grupo de amigos muy grande y nos divertíamos mucho. Recuerdo que me gustaba sentarme a escribir de noche, vivía solo y disfrutaba generar un ambiente "propicio" para escritura: la luz necesaria, mucho tango, mucha cerveza (o whisky a veces), un cliché adolescente. Transcribo aquí los textos (en esta primera parte) como quien guarda algo de guita en el colchón.

Sed. Algo tiene que empezar con sed. Me levanto (y no es que estoy caído, aunque he sabido estarlo) y me voy sin saludar, me adentro al silencio de cuando camino, y voy con sed. La que ahora me mueve. ves cruzar las calles todos esos rostros que tienen las mil vidas y más, ves el infinito espiritual, ves cómo te mojás las zapatillas y la puta que los parió. Ahora que me he quedado solo confronto con lo que me imaginaba, aquel futurito que me pensaba ocurrir. ¿Qué? Esa soberbia pendeja, esa pizca de tipo que está podrido por dentro no te va abandonar jamás. Te hablaba entonces y te seducía tan hermosamente sensual. Te iban a venir a buscar e ibas a tener el placer (ahora es cuando debería escribir "quizás") quizás, de saborear el gusto de una victoria (¿de qué?), de poder decir: no, no me jodan, déjenme en paz, che.
Nada ha sido —suerte quizás (otra vez) de por medio—  como con tanta mala leche pensábamos. Hay paz un poco, sí. ¿Quién te vino a buscar, campeón de la soledad? Han hecho bien, margaritas, en no buscarme. Che, la sed, todo había empezado con sed. Ya está, un vaso, por favor, gracias. Toda la macana que hace el trago dentro mío es indescifrable, aún para mí. Algo de whisky y otro vaso, pero con agua, por favor, gracias. ¿Cuánta sinceridad se nos desangra en esas horas de tremenda fragilidad, presos de nosotros mismos? ¿Cuándo somos un o el verdadero yo? Lindo para chamuyar un rato esto. Hasta hace un buen tiempo me había acostumbrado a regresar a mi casa, la de mis viejos, vencido, con un vacío en el pecho que me daban esos instantes que duran una fuckin eternidad antes de pegar un ojo y que son películas que se pasan por aquí, donde hoy no hay nada más que.
No se, me perdí un poco. Como en esos instantes. Saliste a la noche tantas veces y siempre buscando consumar esa promesa de felicidad que ¿quién nunca te hizo, eh? Por eso volvías vacío. Te la estabas dando solito, nomás. Sos un poco pelotudo, no me lo vas a negar. Y sí, soy. Me dió más sed. Mientras más bebo más me da, che. Al final de todo alcohol siempre hay alguien que no conozco, siempre uno ditinto, todos siendo yo. Es una guerra sin cuartel, piñas para todos, y para todos lados. Más, ahora peleo con una dignidad que me es propia, como cuando uno se peleaba con los hermanos, viste; medio jugando y de tanto en tanto le acomodabas alguna porque te acordabas de una que te hizo la otra vez. Todavía ronda algún que otro fantasma y demás sombra, pero ya no tienen carne y hueso como antes. Ahora el miedo es el mejor enemigo, y la forma de hacerlo es haciéndote amigo de él. ¿Hacerlo dije? No, vencerlo era. He tenido vueltas a casa y he podido dormirme sin películas en mi cabeza (¿cómo?), pues con la certeza de haber disfrutado el momento, me daba a mí mismo esa infima alegría de poder sentir que se vive hoy. Si bien es una tarea sumamente difícil, voy hacia lograr que el pasado todo, bueno y malo, no signifique mi presente; y el futuro, bueno, ya lo hemos dicho pero vale la pena repetirlo: el futuro es aquí, tanto no te preocupes. 
Bueno, que he bebido lo suficiente, mirame, me prendí un cigarrillo y ahora me ves la espalda alejándome, despacio, echando buen humo, ¿me ves? Bueno, ahora no, y te acostumbrarás. Sed. Ya no tengo más sed. Por ahora.


Es muy probable que al salir a andar la ciudad siempre encuentre a alguien que me devuelva al mundo, cosa que no es para nada gratificante por estos raros tiempos. Abrazado por una burbuja endeble y para nada cristalina para los ojos lerdos se está casi siempre a merced de los aguijonazos de las almas que vagabundas con o sin fin andan rondando desinteresadas escenas de una fantasma realidad. La explosión que producen unas cuantas palabras o el intercambio azaroso de miradas puede que haga a la burbuja irrecuperable. A sabiendas de que toda coraza pasajera es en total definitivamente eso —pasajera— no se puede soñar la eternidad a oscuras, la sutil esperanza de luz es el motor de estos pasos en la ciudad. Estar preparado para lo que insinuamos como imposible y delicada y cuidadosamente no perder la capacidad de asombro, no perder la ternura ni la bronca. No hay que aguar la sangre, no. Por unas cuantas horas no saliste del espamo, e incluso en medio de la turbiedad otro aguijón te dió a tiro. ¡Cuán frágil eres! El tiempo, éste con quien jugamos esta decisiva partida ha aprendido a jugar con sí mismo, y nos da cartas que podemos estudiar y hacer buenas o malas. Demasiada costumbre adquirió a que todas fueran malas, pero hoy estamos pardos. Intentando armar un rompecabezas olvidado con piezas cazadas al vuelo sólo vamos a ganar una mala locura. Abriste el libro y las hojas como de otoño te trajeron ese perfume que otrora fuera tan amenazador a tu cariño de ave rapazs, enfermo de carroña. Me mantuve apacible ante los vientos que me cruzaron como flechas de fuego y vi cómo tanta facilidad me dejaba ser a jinete; otra vez partido ante la posibilidad de un tiro de gracias. Pude verme. Sí. Fue enriquecedor. No sucumbí a mi lado oscuro, ciego de amor, razón de tanto y todo hoy en día. Gracias. Aunque aún no estoy completo, el arte del espíritu es difícil, pero nunca imposible para mi pulso guerrero. recordar que ya diste todo por perdido.

A Solas en el 2000 - Parte I

Encontré una vieja carpeta con recortes y escritos guardados desde el año 2000. Tenía yo unos 25 años y al parecer, me sentía muy solo; si bien tenía un grupo de amigos muy grande y nos divertíamos mucho. Recuerdo que me gustaba sentarme a escribir de noche, vivía solo y disfrutaba generar un ambiente "propicio" para escritura: la luz necesaria, mucho tango, mucha cerveza (o whisky a veces), un cliché adolescente. Transcribo aquí los textos (en esta primera parte) como quien guarda algo de guita en el colchón.

Te escribo a vos pero en realidad es a mí a quien escribo, aún cuando ni siquiera se a ciencia cierta quien demonios eres. Sentado aquí sosteniendo estas manos que tiemblan (pero no de miedo) y van dejando entornadas las palabras en este solitario papel; sin tampoco saber a quien podrían ser enviadas....., si existiera alguna parte donde nos hemos quedado. O tal vez sea miedo, sí. Y vas andando al galope una sucia mentira, algo que no sería nuevo para tí, lo sabes. Aceptar un temor propio es un buen paso para dar antes de la próxima caída. Porque es como sintieras (y esto es tan cierto) que desganadamente has sido condenado a un camino tortuoso, a los abismos, a los tropezones antes que nada y todo. Vendría una verborrágica puteada (que no siempre es en vano) pero la tinta no me deja, es ella tan enemiga de la voz a veces que por eso me enamora y me hace estar aquí, conmigo. Me cuesta horrores organizar mi memoria y buscar sensaciones similares tiempo atrás. Sucede que tantos años repartiendo el día y la noche en un espacio de tiempo muy parecido al crepúsculo (esto sólo se siente) se me ha olvidado cuando es que quedó atrás lo que ha quedado atrás. Y entonces eres un hombre con un atisbo de presente que es aquí, escribiéndote estas líneas, sin pasado vivo y con la incertidumbre egigante de si es en realidad que ha muerto. ¿Y el futuro? Ah, también es aquí, tanto no te preocupes.

Hacerle esta trampa al tiempo acechándome a mí mismo ebrio de silencio cuando hay gritos por doquier callados y masticados aún sin pronunciar asco es que estoy aquí fumando en plena paja literaria. ¿Qué clase de dolor se debe sentir —si es que allí en el fondo adolescemos— en el abismo que es tan preso de nuestra indescifrable profundidad? Acecharme es como el viaje que mantengo cerca de mí; allí dándome vueltas y bajando de cuando en cuando a dar los pasos firmes que apuesto y que son necesarios dar cuando el azar se aúna con la suerte. O con lo que gustamos llamar suerte y que no sabemos muy bien qué carajos es. A ojos del mundo (que a esta altura poco importan) puede verse la inercia y tanto barro en los pies que denotan un halo de confusión que lleva a las bocas a llenarse de palabras que son puro viento. Ellas no saben aquí nada. Vos estás aquí y nadie te ve, aún sabiendo que a esos nadie no les basta con los ojos y buscan escudriñando lo que no querés que encuentren. Este tesoro que es el cristal con lo que miras al mundo. Los amigos pueden ser ladrones a veces y nunca lo sabrán. Vos estás aquí, tan lejos del todo que todos adoran, y no importa, porque sientes que este acto de adiós es ennoblecedor (ay!, cómo te gusta esa palabra).

Nunca tuve pasta de campeón y es feo cuando resagás, pero uno aprende esa porfía de llegar, de terminar lo que empezaste, eso que comenzó hace ya mucho tiempo y que ahora nomás es cuando se tiene una pequeña noción de donde es que queda la meta. Estoy hablando del sueño que mejor he soñado. Voy hacia el, caracol que se ha aferrado a su camino real y no mira cuán honda es la huella o si es que existen fantasmas cayéndose en ella buscando (otra vez) respuestas que no laten en ninguna parte. ¿Es necesario complacer la mano que se tira sin medir la fuerza? No, yo estoy cansado. Crecí en la soledad amiga de los locos; que daña, claro, pero no destroza. Puedo ser tan flexible, puedo dejar tdo atrás, puedo despegarme del mundo, esa es la cualidad de los tipos locos, abandonarse a sí mismos y dejarse llevar por la voluntad. Muchos la llaman instinto. Y ahora vas tácito, y nunca sabrás cuando te quieren o te han querido. O si extrañan a ese fantasma que les legaste y que ya no los asusta más, dándoles una simple simple sonrisa. Capítulo dos, che, hay muchos libros que aburren y que uno los lee igual, para terminarlos, viste, porque si no.


Otra sensación que me envuelve a veces es la de la dispersión, la de sentirme completamente disperso. Es como un rompecabezas apenas recién empezado a desarmar, donde todavía se distingue la imagen final. Muevan su mano como saludando y vean como se ven los dedos, así. (?) Hay muchos pequeños detalles de la vida con los que uno toma real contacto cuando los abandona, cuando las simples y constantes rutinas dejan de de serlo. En la serenidad de un trago a solas es estar fuera del círculo que gira y marea ahora. Cual si estuvieses en una mala película y nadie te mira, pero donde la televisión sigue encendida allí, como si nada. Entonces lo que uno comprende que ha ganado es espacio, sin sentirse vacío, y se toma un pequeño sorbo, observando todos los rostros a su alrededor y cada tanto va al baño. Y aunque se interne en nuevas rutinas, el brillo —la sensación de brillo— es innegable y reconforta al espíritu. No perteneces a ninguna tribu, no tiene un sólo lugar. No te atas al mundo sólo porque el mundo está allí, lo andas, lo revuelves, te lo comes y después lo cagas; toda la mierda se recicla, todo sirve para algo. Esto es bueno, che, realmente bueno. Escribo con una imagen en mi cabeza, sobre la mesa un whisky y un vaso a medio llenar. Los cigarrillos cerca y una caja de fósforos y unas cuarenta personas a mi alrededor, entonces: yo soy nadie. Comprendes que el mundo es un panza grandota que tiene muchos ombligos y te sientes bien siendo nadie. La realidad está dentro de mí, lo de afuera es lo que nos hacemos. Las personas, de repente, puede que no estén más. ¿Y?. No somos mucho, es verdad, pero a la vez, somos infinitos en la realidad. El que ha dado todo por perdido, por el antojo de querer sanar todas sus viejas heridas está obstinadamente dispuesto a sufrir lo que tenga que sufrir, porque sabe que nada es eterno.

Me gusta soñar. Sueño mucho. Pero entiendo que en el camino hacia la fantasía final puede suceder cualquier cosa. La muerte misma, nomás. Todavía restan muchas tristezas, che, hay que admitirlo, y también la risa, claro. No me gusta nada cuando insinúan vivir mi vida por un instante, cuando juzgan mis actos y esbozan como un deber que debo comprender y que sólo tiene que ver con ellos mismos. También me gusta poder equivocarme, claro; pero respecto de un sueño o de una mirada pequeña al porvenir, el asunto es sólo mío. Nadie puede decirme lo que debería hacer conmigo mismo. Basta. Ni siquiera yo mismo se lo que ha de suceder o sucederme, basta.

sábado, 5 de enero de 2019

De lectoilegalides y otras yerbas

Escribir tiene esa atracción peculiar que se va acrecentando en la medida de su propia acción, una acción que casi siempre voy posponiendo por una u otra estúpida razón, lamentablemente. Las ganas de escribir están allí, pero cubiertas por un halo de indecisión e inseguridad del cual estoy completamente seguro que es intrascendente, pero allí están; esperando estúpidamente la inspiración final, ese momento sublime donde sientes que es la hora por fin de volcar todo lo que se ha acumulado tan profusamente en un texto que seguramente (imaginas) será una maravilla, producto de la acumulación profusa y la sagrada paciencia. Pero no. O tal vez sí, pero sólo porque escribir es una maravilla en sí, no importa si sabes que te leen o no. La cosa es que ayer escribí un poco y quedás como regulando un poco, viste; surgen los temas para desarrollar. Sucedió que ayer iba a escribir sobre otra cosa en realidad, pero me fui por las ramas y aquí estoy devuelta entonces, para escribir sobre lo que quería escribir: los libros que he estado leyendo.

Vale la pena decir que por el momento económico que estamos viviendo en la Argentina, los precios de los libros no están excentos de esa problemática y se han ido un por las nubes, donde manda el único dios verdadero de todos los cielos: el dólar. Así que me cuesta en mi caso adquirir los libros que me gustaría adquirir. Por lo que me he visto en la alternativa de los libros electrónicos, o  de comprarlos o de buscar por largos ratos en las páginas donde suelo buscar. Así también, he dado con algunos sitios personales donde venden los libros mucho más baratos que en las librerías-webs, esto es decir, pirateados. Pero bueno, en este sentido la moral no me quita el sueño y, ante la necesidad por un lado y la oportunidad por el otro, me inclino por esas facilidades ilegales que me brindan, tentado también por el ritmo de  lectura que he adquirido últimamente. Con los libros promediando unos 650 mangos por mes, y yo que puedo llegar a leer unos 4/5, el gasto es demasiado para mi economía. Además, me he encariñado con mi ebook y la lectura electrónica ya no me resulta tan incómoda como hace un tiempo atrás. 



Estoy cebado con los libros sobre actualidad, periodísticos, históricos, con temas que nos incumben a todos. 
Los que realmente me han gustado al punto de recomendarlos son los siguientes:



Los de Soledad Berrutti son para devorárselos. Investigaciones periodísticas de años acerca de la industria alimenticia que son dignas de leer y te dejan con ganas de saber siempre más, aunque sea "contraproducente" para la dieta ideal que ¿inevitablemente? llevamos la mayoría de los mortales; pero resulta muy revelador. Los Dueños de la Internet mezcla política e investigación periodística con argumentos para mejorar nuestra relación con la internet, imprescindible para estos tiempos que vivimos. Forum Shopping Reloaded, los dejo con el final de la contratapa, que lo dice todo: deja la sensación de que no debe un lugar peor en el mundo que un juzgado para ir a reclamar justicia, no es un texto de ciencia ficción, es de terror. Para conocer más acerca del submundo de la justicia y para quienes estamos absolutamente ajenos a ello, el libro, como entrada, está bueno. Lo mismo corre para La Raíz de Todos los Males, el libro de un periodista que escribe en el diario La Nación que tiene tantos adeptos como detractores. Si bien se nota cierto sesgo en el contenido de los casos que presenta como ejemplos para dar un panorama de la corrupción estructural, su lectura es placentera (claro, si gusta de este tipo de material). Y Aduana y Corrupción me ha gustado bastante. Teje una línea temporal a través de casos y anécdotas sobre el sucio mundo aduanero, desde los albores de la argentinidad, esa que nació al fragor de la ilegalidad, y que aún sobrevive a pesar y en favor de ello.

Me he propuesto encarar alguna novela y ya me he guardado un par en la memoria, espero poder  comenzar una en las vacaciones. Los Dueños de la Internet y Forum Shooping Reloaded los compré en la librería, pero al resto los tengo en formato digital; si alguno tiene ganas de leerlos, amablemente se los puedo compartir a través de un enlace de descarga, bastará con un comentario para ponernos en contacto. Para despedirme, les dejo algunos links de los sitios de donde suelo chusmear libros para descarga libre y gratuitamente:








viernes, 4 de enero de 2019

La Prisión Subjetiva del Tiempo

En estos primeros días del año he estado husmeando algunos artículos sobre la concepción del tiempo entre oriente y occidente, atraído (o llevado mejor dicho) por la falta de ese buen humor que todos parecieran tener al acabar un año. Es que....no siento que se acabe, yo siento que los días simplemente se suceden, que todo sigue; no tengo un sentimiento pleno de capitulación y de renovada esperanza. Ojalá mi conciencia desarrollara la idea del tiempo de manera más cíclica, pero es todo tan lineal que me provoca cierta angustia. Siempre un origen y el correspondiente y denodado progreso: siempre avanzar hacia algo —siempre mejor. Me agota, me niego a torturarme con esos parámetros de justificación de un eterno sacrificio. Pero subyace una concepción occidental del tiempo que es tan así de esa manera, que es como una suerte de prisión subjetiva, que le vamos a hacer.

Lejos de metas propuestas (des)interesadamente, me limito a vivir según pasen los días. Y es que de cada día a su vez, se pueden construir otras ideas del tiempo, porque uno no siempre se levanta de la misma manera, ni vive las mismas cosas por lo tanto de la misma manera: ¿qué se yo lo que voy a querer hacer dentro de dos meses, a mitad del año o cuándo éste termine?. Demasiado con fantasear con algunas ideas para preparar la cena, en el caso de que pinte una cena. Pero si hay algo que procuro ejercitar, proponiéndomelo más como un deseo, (y no se si) todos los días es la lectura, eso sí. La lectura me produce un sentimiento de desencadenamiento muy satisfactorio: me hace pensar distinto a cada libro, y cada libro me lleva a uno distinto. Andá a saber si los capítulos que leo diariamente no son la medida de mi tiempo, escribo ahora mientras lo pienso.

Mi madre está enferma, pienso también. Tiene un problema pulmonar que paulatinamente hace que vaya deteriorándose su salud, haciendo mella en diferentes partes de su organismo y reverberando en su condición física y mental. Se le va agotando el aire cada día que pasa. Está en su propia casa, yo paso lo más que puedo a verla y ayudarla cuando se levanta y se acuesta sobre todo (parezco confesar con cierta culpa). Pero he allí otra medida de mi tiempo. Un tiempo que está relacionado con la finitud de la vida, de una u otra manera. Porque me confiesa sus ganas de morir, su cansancio de sentirse desposeída de toda vitalidad, de saberse dependiente de otros (aunque esos otros seamos sus hij@s), un tanto avergonzada y con la culpa de trastocar las rutinas diarias de todos. Todos aguardamos sin más ángeles de la guarda que nuestra propia contención familiar un final que se avecina con la incertidumbre total de paso del tiempo y la decrepitud del cuerpo humano. Con palabras, con paciencia, con cariño.

Mi esposa sufre el eco agobiante de la situación, y como ondas expansivas el cansancio a veces nos va haciendo temblar de hastío, y nos chocamos y escupimos nuestro propio cansancio para que el otro vacíe todo ese tósigo que se acumula con las pequeñas frustraciones que provoca la alteración de las más simples cotidianeidades —como preparar todo para empezar a tomar unos mates y no alcanzar ni a cebar al primero— producto de las emergencias. Pero luego están los abrazos, los besos, la complicidad de las bufonadas, el sexo y los mensajitos de amor cuando no estamos en casa y cada uno anda en la suya, o cuando sí podemos tomarnos unos buenos mates y conversar sobre los más diversos temas. La continua y espontánea efervescencia de la pulsión del matrimonio es otra de las medidas de mi tiempo.


Y en el plano subjetivo por excelencia (nótese que libro al término de la palabra prisión) del tiempo está mi hijo. Si la relación con mi esposa significa la pulsión de un tiempo presente, en la contemplación de mi hijo puedo llegar a advertir todas las conjugaciones de sus acciones, en él se significan mi pasado, mi presente y el futuro si acaso existe. La memoria y la previsibilidad se aúnan para sentirse completo, padre y hombre para ser humano, un sentimiento de inconfesable eternidad.

Tampoco son sus años los que se cuentan, sino sus inquietudes y sus alegrías, aquello que lo angustia y lo que lo hace sentir pleno, que cambia tan vertiginosamente además. Su espíritu es su propio tiempo, y la contemplación de ese espíritu es definitiva, la medida de nuestro propio tiempo.

sábado, 3 de noviembre de 2018

De Gil no tiene nada el realizador...



A mí personalmente me ha gustado Hill House porque a través de los capítulos fui encontrando el placer por una idea muy vieja que siempre he tenido. Referida claro a los fantasmas. Desde que tengo memoria he relacionado a los fantasmas con la pena, con la tragedia que supone ser un fantasma. No recuerdo haberlo leído o escuchado exactamente, si es que viene de alguna película en especial (siempre me gustó el género). Me acuerdo ahora mientras escribo de El Abominable Dr. Phibes, una película que ví hace muchísimos años siendo pequeño aún, que me causó una mezcla inefable de miedo y placer por sentir ese miedo mismo. Pero no se si viene directamente al caso, lo que me parece es que más allá del trasfondo de malignidad de la historia, lo que vive la familia de Hill House tiene que ver con esa pena y esa tragedia que a mí más me gustaba y me gusta de las historias de fantasmas. Tengo entendido que la historia está basada en una novela:


Cuyo resumen cito: considerada una de las principales novelas de horror del siglo XX, narra el inquietante experimento de John Montague, doctor en Filosofía y antropólogo, que lleva años entregado al estudio de "las perturbaciones psíquicas" que suelen manifestarse en las "casas encantadas". Infructuosamente ha buscado una casa idónea, cuando un día oye hablar de Hill House, una mansión solitaria y de siniestra reputación. Montague decide alquilarla y busca ayudantes dispuestos a pasar una temporada en ella: Eleanor, una mujer desdichada que, tras once años cuidando a su arisca madre inválida, se ha vuelto una persona solitaria; Theodora, joven alegre y curiosa, seleccionada por su increíble capacidad telepática; y Luke, vividor y mentiroso, incluido en el grupo por exigencia de la propietaria, su tía. El objetivo: tomar notas de cualquier fenómeno paranormal que se presente para documentar el libro sobre casas encantadas que prepara el doctor. Las alucinantes experiencias que vivirán en la casa será mejor que el lector las descubra por sí mismo.

Nótese los nombres de los personajes de la novela, que en la serie han sido caracaterizados como miembros de una familia. Un acierto, sin dudas. Todos los personajes son muy interesantes de forma particular y dentro de la relación familiar, su historia se teje capítulo a capítulo a través de un montaje y una edición muy fina, con un ritmo que mantiene la atención y la tensión de lo que a cada uno le sucede por separado y como dije, en relación con el resto de su familia. Es agradable ver el cierto parecido entre los actores niños y sus personajes ya adultos, eso la da mucha uniformidad a la historia. Hay capítulos filmados de manera magistral (como cuando toda la familia reunida conversa seriamente en la sala velatoria y la cámara se mueve por entre los actores en diálogos bastante largos y que según mi parecer se ha hecho de una sola toma). Hay algún que otro susto. Hay, como pude encontrar casi sin querer navegando, algunos fantasmas "escondidos":

En fin, es una serie que se disfruta, realmente. Hasta el final. Y ahí ya se los dejo a ustedes.

Why so Serious?

Because. Uno creería que el círculo de amigos es un ambiente donde se pueden desarrollar libremente ciertos temas para discutir o conversar; pero no es enteramente mi caso. Hay algunas cuestiones que ciertamente me gustaría casi analizar entre todos cada vez que nos juntamos, a modo de debate, de saber qué piensa o cómo piensan. Pero siento que tal vez la mirada que tengo es demasiado exhaustiva, enfrascado en profundizar comportamientos o situaciones que al resto le importan un pito. No compartimos una cotidianeidad inmediata y mucho menos diaria, apenas semanalmente nos juntamos a jugar un poco al fútbol y muy esporádicamente a comer un asado. La relación más directa que se da es a través de la mensajería instantánea, por whatsapp. Desde donde surgen para mí, nuevas inquietudes con respecto al comportamiento social de cada uno, en algunos casos por ejemplo, el celular les brinda cierta impunidad. Y cuando hablo de impunidad me refiero a que hay relaciones que se dan con el otro a través de la agresión sistemática y diaria, una agresión que dista sobradamente de la violencia física. Confieso que a veces es agotador (y he escuchado a otros sentir lo mismo), pero siendo que es una situación que se da sólo a través de la mensajería instantánea, simplemente con silenciar el grupo o no agarrar el celular alcanza. Pero no dejo de preguntarme: ¿por qué ese tipo de relación de continua agresión? ¿de continua descalificación? A veces he caído yo mismo en el ¿juego?, pero consciente de esto he ido abandonando la dinámica lentamente, preso un poco de las reglas tácitas que se respetan inconscientemente.

La forma de agredirse es la forma que cualquiera que haya estado en un grupo de amigos conoce. Acusaciones cruzadas que resultan ser las mismas para todos y contra todos. Una estupidez total, pero así se dieron las cosas. Y no se si no existe otra forma de que no sean así las cosas; es decir, la forma de agredirse es la forma de relacionarse en sí misma. Y nadie de los agredidos (que eventualmente somos todos) siente que es con una mala intención, porque el "diálogo" siempre se da en un tono de sorna que ha sido socialmente acordado sin ningún tipo de acuerdo sintáctico o verbal. Todo el mundo "sabe" desde qué lugar se dicen las cosas y dónde está el límite. Pero aún así, ¿de dónde sale esa necesidad incluso de relacionarse así? La amistad es un misterio muy profundo. Y si yo quisiera profundizar aún más, caería en un lugar común, donde sería blanco de muchas agresiones y descalificaciones por ello, y que entendería perfectamente, claro está.

Mi esposa dice que me estoy volviendo viejo, cosa que es cierta, refiriéndose con ello a que me estoy poniendo cada vez más rezongón. Es bueno que me lo diga, me hace pensar y verme un poco fuera de mi propia prespectiva. Porque me quejo sí de algunas de esas situaciones que pretendo profundizar con mis amigos, las cuales creo que hablarlas entre nosotros nos llevaría a conocermos mejor y mejorar afectivamente nuestra relación, con todo lo bueno de ello. Coincido aún más en lo de viejo cuando me encuentro reaccionando distinto ante situaciones en particular donde otros tal vez se exasperan o incomodan; hay momentos en que me someto más a la reflexividad antes que a lo sanguíneo; y si eso es ir volviendose viejo, voy en el camino más que correcto, creo. ¿O por qué me hago estas preguntas yo sólo? Ojo, en el fondo se que cuando surja esta charla voy a escuchar cosas muy interesantes de todos y cada uno. Pero la seriedad es una sensación a la que muchos escapan, porque es mucho más fácil y placentero la jovialidad. Ser serio o hablar seriamente sobre ciertas cuestiones está mal visto en una reunión donde todo el mundo asume que es para relajarse, la seriedad tiene mala fama, y el hecho de no practicarla contribuye a evitarla por todos los medios. Porque hablar o ponerse serio está asociado a la negatividad, todo lo "serio"; es lo rutinario, lo que ensombrece, lo que justamente dejamos de lado para juntarnos a comer un asado. Entonces cuando uno se pone serio corre el riesgo de pasarse a ese otro lado, ese lado oscuro. La seriedad está quizás en el medio, ni de un lado ni del otro, o en ambos lados; sólo que la falta de práctica no nos permite comprender lo enriquecedora que es. Yo me pongo serio cuando escribo. 


Y ojalá que con mis amigos encontremos la seriedad que dice Nietzsche.

miércoles, 26 de septiembre de 2018

Crónicas de Internación

Día 1


Habla sola. No alcanza a conciliar verdaderamente el sueño profundo, y jamás lo hará. ¿En qué limbo resonará esta conjunción intentendible de frases y palabras? De un día para el otro prácticamente, el alzheimer que tempranamente le habían diagnosticado hace poco más de un año, y del que apenas había mostrado indicios, de pronto nos golpea como un puñetazo. Nos dice que es lo que ellos llaman "delirio de internación". Pero algo dentro no me cierra.

No alcanza a dormir, decía, y nunca lo hará, siento pesadamente; leo (o descubro) que los enfermos de alzheimer sufren el trastorno de sueño fraccionario, duermen de a ratos; y al parecer pululan en un estado de semiconsciencia cuando se hace la noche, que es cuando su condición se agrava. Cada alguna palabra me remite a alguna escena familiar y trato de imaginarme esa escena, más para no sentirme tan lejos que por otra cosa, pienso mientras lo escribo. Dice nombres. Se enoja. Hace preguntas. Da agunas órdenes. Me ha contado que hace un tiempo atrás había visto a mi Padre, fallecido algunos años atrás. No pude precisar la conversación para que entrara en detalles, sólo me dijo que no le hablaba, pero que le hacía gestos con el rostro, y que ella lo instaba a retirarse. La aparición había sido en su propia habitación, pudo comentar entre los ahogos constantes que le produce su condición: fibrosis pulmonar en etapa terminal. Está débil, le duele todo. Está cansada. No se si es consciente de que su tiempo en esta vida se agota día a día tanto como se le agota el aire para ordenar y desordenar sus pensamientos, con los ojos pesados, vidriosos. Le cuesta mucho hablar, además.

Cada tanto recupera el foco y su centro, ensaya algún chiste y se le alcanza a dibujar la mueca de una sonrisa en su añejado rostro. Las atesoro nadie sabe cuánto. Vuelve a dormirse después de sentarse en la cama y preguntarle a sus fantasmas que ¿qué se puede hacer? Le contesto yo: intenta descansar, Mamá. Le acaricio su cabello desde la frente mientras le acomodo su cánula de oxígeno. Creo que mira y que me ve, está oscuro, son las 4 de la mañana y afuera llueve.

Se despierta rato después y me dice que le falta el aire. Respira agitada, agotada de la vida y de la muerte ya, mientras sigue hablando...


Día 2


Otra vez de noche. Cuando parece dormirse, cuando percibe apenas una fracción de la profundidad del sueño, cuando su mente siente esa caída, un veneno instintivo la despierta intempestivamente; trayéndola de vuelta a un nuevo mundo cada vez, la consciencia produce un destello ínfimo que se refleja en su mirada perdida, resignada, y la indignación furiosa entre dientes: ¿¡qué me pasa?! En ese instante fugaz de lucidez y tristeza me confiesa: nos vamos a volver locos, hijo. Al rato, otra vez, pero ahora se lo ordena a sí misma: no te vuelvas loca, eso no.

Yo me he propuesto no angustiarme más allá de mis propios límites, no quiero que la tristeza sea dañina para mi salud física y espiritual. Pienso en mi esposa y en mi pequeño hijo que sufren no sólo por su suegra y su abuela respectivamente, sino también por cómo reverbera ello en mi estado de ánimo, y quiero evitar ese espiral de angustia y sufrimiento encubierto. Para ello recurro a la memoria emotiva que tengo del largo tiempo que he pasado con mi madre, la remembranza de la cotidianeidad, a los momentos guardados a fuego, esas fotografías vivientes que uno guarda como si los estuviera presenciando de manera astral. Me permite conectarme con su cuerpo enfermo, con su alma rota, pulsionar los rastros de su identidad. Le hago caricias en sus piernas, en sus brazos, en su frente. Tarareo algunas canciones, canto despacito respondiendo o repitiendo la cosas que balbucea. La ternura me salva de la trampa de la tristeza. Y siento que, a pesar de que no lo parece para nada y en ningún momento, responde a las caricias. Tal vez un ritmo más pausado en su respiración, en el tono que habla dormida. Como si los gestos de cariño lucharan contra el veneno de la vigilia en su mente, pero también contra el veneno de la angustia y de la tristeza.


Día 3

Cuando existe esa leve mejoría, la cual no podemos emparentar de ningún modo con ningún tipo de esperanza tomamos real dimensión de los momentos aquellos que hemos sido testigos del sufrimiento ajeno y, de la consecuente angustia personal que conlleva y provoca la impotencia. Existe una suerte de alivio al cual resulta muy tentador entregarse por completo, como una suerte de restauración de la voluntad de permanecer lo más entero posible. El efecto reparador es casi inevitable: respiramos diferente, latimos diferente, palpamos con el alma la angustia aquella para poder sobrellevar la que sabemos próxima. Le damos volumen y sentido al dolor y a toda su metralla expansiva de sentimientos. El cuerpo entonces adquiere memoria, la templanza de un espíritu que va forjándose cada vez más, conscienzudamente.  

lunes, 3 de septiembre de 2018

Sobre la Objetividad, la Lectura y la fuga de Nazis a la Argentina

Luego de ver Apocalipsis: La Segunda Guerra Mundial, el documental que muchos de ustedes seguramente conocerán, compuesto de una serie de varios capítulos que tienen la atractiva particularidad de estar coloreados digitalmente resurgió una vieja inquietud que consciente e inconscientemente había estado latente durante años: la relación del Peronismo con los criminales nazis en la posguerra. Un asunto que muchos argentinos hemos escuchado de una u otra manera en alguna conversación, en algún comentario en los medios, leído al pasar en alguna publicación; en fin, es sin dudas un hecho que cruza el imaginario colectivo desde siempre y que sirve oportunamente como elemento descalificatorio en la discusión antinómica política. La inquietud surgía y surge desde la condena casi obligatoria que todos humanamente hacemos pesar sobre el nazismo, y del por qué un movimiento que políticamente tuvo tanto que ver desde lo social como el Peronismo estaba enquistado con la horrorosa figura del nazismo.

En la intensa y constante búsqueda por, de alguna forma, erradicar el pensamiento binario, y abocado cada vez más también a la lectura, creo que es cuando menos osado juzgar a la ligera y de manera radical ciertos hechos de la historia con los ojos del presente. En el sentido de que las épocas cambian, la sociedad cambia, el pensamiento colectivo y las mareas de consciencia que rigen de forma estacionaria el modo en que la gente siente y se manifiesta sobre diferentes cuestiones que le atañen desde lo social, lo moral, lo cultural y lo político son fluctuantes históricamente. Y comprender con un alto grado de erudición cuales eran las corrientes de pensamiento que movilizaban a la sociedad y a los dirigentes que ocupaban los cargos desde donde fue posible generar cambios profundos en la gobernabilidad y la historia es una tarea hoy en el presente dificultosa e interminable. Las diferentes perspectivas que hemos desarrollado a través de todo el fin del siglo XX y principios del siglo XXI nos deberían obligar a procurar la mayor objetividad posible. En la búsqueda de esa objetividad es donde subyace la mayor dificultad. Por que de una u otra manera las situaciones nos trascienden, producen un efecto que emocionalmente se ve reflejado en nuestra manera de pensar; somos humanos en definitiva, no podemos escapar de lo que somos.

En ese plan es que, investigando, di con el libro de Uki Goñi, La Auténtica Odessa / Fuga Nazi a Argentina. A través de la comparación de algunas reseñas, más algunas entrevistas al escritor, me pareció que respondería a mi vieja inquietud de la manera en que yo lo necesitaba. Y así fue.


A medida que avanzaba en los capítulos, que llevan como título cada uno los nombres de los diferentes actores con sus respectivas relevancias dentro del entramado nacional e internacional de la fuga, pensaba que si hubiera novelado toda la información, el libro sería aún más atrapante. Pero no, Goñi ha realizado una investigación que le llevó años y lo llevó por diferentes países, a saber: Bélgica, Alemania, Francia, Argentina, Chile, Dinamarca, EEUU, Gran Bretaña, Italia y Suiza. Y toda la información que recavó a partir de documentos oficiales (los que le dejaron ver, porque cuenta que todavía hay quienes no permiten el acceso a archivos de esa época) y entrevistas personales está plasmado sin ningún tipo de sesgo político a lo largo de todo el libro. Se relatan los hechos con rigidez periodística, de manera tal que ante esos hechos sea uno mismo quien deba ahondar incluso en otras fuentes con contextos políticos, económicos y sociales más abarcativos para lograr tener una idea acaso de lo que pasaba en esos años, las motivaciones que llevaron al gobierno argentino de aquella época a permitirle a criminales nazis juzgados y condenados en ausencia no sólo a entrar al país de forma clandestina sino que hayan hecho esfuerzos para traer exclusivamente a algunos.

La figura del General Perón aparece contextuada incluso desde sus propias palabras en discursos, entrevistas y cartas; no es un libro antiperonista en lo más mínimo. Plantea sí algunas cuestiones para intentar comprender las ideas de aquel tiempo donde el fascismo y el anticomunismo parecían ser los modelos de conducta que habían logrado la mayor escisión sobre la sociedad. Otra vez, el antagonismo como forma de construcción política. De hecho, hay varias líneas donde se hace referencia a aquella famosa tercera posición que planteaba el peronismo, pero que coqueteaba también con la idea de la pronta llegada del IV Reich, por lo que Argentina sería como un país repositorio de capital ideológico y jerárquico en una eventual tercer guerra mundial, una Argentina enfrentada con todos sus contrastes contra el comunismo y el imperialismo yanqui. Es decir, el libro invita a la reflexión, a una indagación todavía más profunda, a no ceñirse sobre mitos o posturas blanquinegras.

El libro tiene un poco más de 500 páginas, pero cerca de 100 son dedicadas a una lista completa con los criminales y colaboracionistas que ingresaron al país y cuyo ingreso fue documentado (de manera falsa, pero documentado al fin); y todas las notas referentes a cada capítulo. Para quien desee conocer más sobre esta parte de la historia sin contaminar su lectura percibiendo algún tipo de personalismo ideológico, este es su libro.


lunes, 20 de agosto de 2018

Un Día Cualquiera, un Diario en Particular

Acabo de leer algunas notas en La Nación, hoy es lunes feriado 20 de Agosto de 2018. La total focalización en las causas de corrupción es de una alevosía increíble; con ese nivel de manija están creando una psicosis brutal; aunque también puede leerse a través de algunos comentarios, lo que parece ser una profunda crisis de representatividad en aquellos quienes eligen mantener cierta cordura y dan cuenta que el problema de la corrupción es estructural y excede a la alternancia de las fuerzas políticas que acceden al poder; pero son los menos. La redacción de las notas es muy pobre, sólo se encargan de darle peso, contenido y continuidad a una noticia que más se parece a una trama urdida y con ribetes novelísticos. Se presentan los hechos de tal manera que el eco de las palabras reverbere de manera simplona e ingenua en aquellos lectores los más encendidos y encolerizados que difícilmente pueden llegar a observar la perspectiva de la presentación de la noticia y del armado de la tapa del diario mismo. Aquí se nota una intención impúdica de parte de lo que ¿podemos? llamar el periodismo. Es un ataque en conjunto con una maniobra de invisibilización del presente social y económico que atenta contra la opinión pública, subestimándola. 

Creo que estamos ante una crisis de los medios de información, una más. Y van?. 

El sesgo informativo sólo atisba el antagonismo, que es sólo funcional a los intereses de los gobiernos que lo fomentan. Lo delicado en los tiempos que corren hoy en el país es que el mapa de medios que dominan la percepción de un GRAN número de ciudadanos simpatiza con los intereses del oficialismo, por lo que actúan en tándem; y el periodismo independiente agoniza, hay periodismo de guerra y el más poderoso es aliado del gobierno. No se cuestiona. Se militan las medidas de gobierno. Si se accede a otros medios de información en oposición a los medios dominantes y por lo tanto al gobierno, tendremos posiblemente más de lo mismo, sólo que la focalización se da en sentido contrario. Y me animo a decir con una mayor rigurosidad en la transparencia de la investigación, basándose en documentos, entrevistas y trabajo de campo; en honor al grado de credibilidad que deben crear en contraposición con los grandes medios que corporativizan la llegada de las "noticias".

¿Cómo como ciudadanos nos debemos plantear el derecho a la información? Hoy por hoy ¿qué es la información? ¿Cómo distinguimos la calidad de lo cierto?. Hemos llegado a un punto donde asumimos la verdad desde lo emocional, desde la simpatía que le guardamos al periodista; porque el periodista se ha vuelto una suerte de divinidad incuestionable, además. Nuestra verdad será procesada desde la empatía, algo que en función de lo estrictamente cerebral, es de lo más común. 

Entonces ¿cuál es el punto desde donde podemos construir objetivamente una interpretación de los mismos hechos presentados desde dos ópticas completamente opuestas y con cargada animosidad, con cierto grado de violencia?. Si gozáramos de tal poder de discernimiento, tal vez nos acercaríamos un poquito más al modelo de democracia que nosotros como conjunto de la población nos merecemos desde la creación misma de nuestro país. 


A modo de final, diré que creo profundamente en la lectura, en la personalidad constructiva del escritor, que puede darnos las herramientas estructurales (en cuanto a la investigación y al ejercicio de la reflexión) para poder concebir el mayor grado de imparcialidad en cuanto a los hechos que se producen política, social y económicamente en el país y que se nos presentan como beneficio o detrimento de la población, dependiendo del beneficio o del detrimento de quienes ostenten los medios para contarlos.

jueves, 16 de agosto de 2018

La Criminalidad Romantizada


La criminalidad puesta al servicio de la cinematografía ha sido siempre atractiva, hay un magentismo inexpungable en el submundo del hampa, sobre todo cuando se romantizan hechos delictivos que gozan de gran relevancia en la memoria colectiva: chorros, asesinos, violadores, la pantalla los desacartona y los vuelve digeribles, amigables. Pensaba mientras llevaba unos 10/15 minutos viendo El Angel, cuan buena o mala puede ser una película de acuerdo al grado de expectativa que ha sabido generar.


Mi padre solía comprar las revistas de Casos Policiales, las recuerdo de chico por el impacto que creaban en mí las fotografías de los cadáveres que en su interior abundaban sin ningún tipo de pudor editorial; otras épocas, sin duda. Ese morbo no me abandonó jamás, como una suerte de droga. Devoraba inevitablemente y con apetito voraz las historias de esos horribles crímenes, habré tenido poco más de 10 años y no recuerdo que a mi padre le haya preocupado que viera esas revistas. A mí tampoco, no me pareció más que (lo pienso ahora, claro) asomarme al abismo que representa la condición humana en cuanto a su posible criminalidad.




Y hoy ya pasando los 40, a pesar de que cada tanto nos enteramos de crímenes horrendos —incluso en mi propia ciudad, cosa que antes era impensado— tampoco me sigue sorprendiendo, el ser humano es capaz de todo, realmente. El caso de Carlos Robledo Puch, como aún hoy claro está, era cada tanto presentado en la revista, lo recuerdo casi con cierta familiaridad. En la televisión también recuerdo haber visto programas de tipo documental que reproducían la historia de El Ángel. Historia que está contada a lo largo de toda la internet, por lo que evitaré contarla no sólo por ello, sino porque no la recuerdo detalladamente. La familiaridad con la que se recuerdan este tipo de casos tiene que ver con cosas puntuales: su corta edad, la cantidad de asesinatos, el soplete. En un pasaje de la película, reconstruyen una entrevista televisiva —a un psicólogo pareciera— donde se refiere al aspecto del pibe: rubio, carilindo, lejos del estereotipo estigmatizador del delincuente: negro, fiero, desalineado. Se lo recuerda como hecho histórico trascendental desde lo policial por el impacto que esto había logrado en la sociedad.


De allí el hecho de que cuando vi el actor elegido para representarlo, y para retomar lo que venía diciendo, la expectativa se hizo grande. El "parecido" con la imagen que (quiero creer que) todos nos habíamos hecho era importante, y esa semejanza no hizo otra cosa que entusiasmar. Han pasado casi 50 años de los episodios, no se cuantos de los pibes de 20 y pico que vi en el cine pueden haber estado familiarizados con la historia criminal de Puch, pero me asombró verlos. Se ve que la expectativa era realmente grande. O  no, debo decir que la función era 2x1, así que la sala estaba completamente llena. Encima llegué tarde, encontré lugar en la tercera fila; pero bueno.

La narrativa visual es maravillosa, la ambientación logra transportarte a esa otra época, si bien el director no crea un gran marco político-social de la misma; principios de los 70 con todo lo que ello significa históricamente. Y está bien, supongo, porque se concentra en retratar al personaje exclusivamente. Un retrato que por momentos, con ciertos primerísimos planos, logra reflejar a través de la mirada punzante un atisbo de la profundidad del carácter de un asesino de apenas 20 años. La impasibilidad quizás ante los asesinatos que cometió y su esbozada orientación sexual. Tal vez cuando uno da cuenta en la cantidad de robos y posteriores asesinatos contados es donde el ritmo se obtura, pero no deja de ser interesante cómo han sido filmados. Me pareció una película completa, compacta, con un tratamiento hermoso del color, muy entretenida, se disfruta de principio a fin. Bien por el cine argentino. No diré más, ya escribí lo que tenía ganas de decir, así que vayan a verla.