domingo, 27 de enero de 2019

¿Existe la Belleza?

    Existe una perspectiva de la belleza que está relacionada estrictamente con las formas y cómo cultural e intrínsecamente estamos relacionados con esa perspectiva de las formas. Me refiero a las formas como estética corporal, una estética que ha sido incorporada  —y que es constantemente bombardeada y moldeada— en el inconsciente por las grandes marcas a través de la publicidad. Lo bello tiene que ver con lo inmaculado, con la perfección, con las curvaturas de proporciones armoniosas de cuerpos arbitrariamente seleccionados que invisibilizan la diversidad de lo humano en cuanto a su real estructura física. Esto genera además un inconformismo peligrosamente indigerible en muchos aquellos que sienten que sus cuerpos están por fuera de esos parámetros creados pura y exclusivamente para excluir e inconformar. ¿Qué es bello? ¿Qué es feo? ¿Qué es la belleza? ¿Qué es la fealdad? Si bien definir los parámetros de lo bello y lo feo es construir mecanismos de exclusión, estamos tan habituados a concebir subjetivamente estos mecanismos que son los que inevitablemente utilizamos como instrumento de sesgo, de confirmación, de aceptación; consciente e inconscientemente. 

La aceptación, como dilema disparador, es una puja entre ese consenso social de lo bello y lo feo con la contemplación de nuestra propia apariencia; ni siquiera nosotros mismos podemos escapar de esa indagatoria: ¿soy lindo? ¿soy feo? El dilema es, en realidad, el hecho sustancial del surgimiento de la propia indagatoria en sí, el por qué debemos sentir esa, en definitiva, disociación. Hay una frase que nunca he dejado de recordar y que incluso muchas veces he tenido la posibilidad de mencionarla en voz alta en determinadas ocasiones: la belleza vive en los ojos de quien la ve. Y nosotros nos vemos diariamente, si bien quizás solamente el tiempo que nos lleva estar frente al espejo cuando la ocasión así lo requiera, nos vemos; y esa imagen que vemos, distorsionada por la acción misma del espejo además, es la imagen que de una u otra manera sometemos al juicio que invisiblemente plantea la industria del comercio relacionada con la belleza. Por lo que, si existe una indagatoria, lo más probable es que exista una respuesta. Y esa respuesta, sea cual sea, va a ser determinante para la concepción y construcción de nuestro pensamiento amoroso, y en consecuencia, social.


Es imposible definir lo que es bello cuando lo que nos define a nosotros mismos es la diversidad; o en tal caso, la belleza es la diversidad misma. Y la forma única en que los seres humanos encontramos esa belleza, esa diversidad, en determinadas formas, en determinadas personas es lo que nos define en nuestra manera de relacionarnos. ¿Qué es lo que nos atrae del otro? Hay una respuesta para esa pregunta como por cada ser humano que existe en este mundo. La atracción —física en este caso— es el primer contacto con lo que consideramos bello. Es una imagen que se siente. Si cada ser humano está capacitado para sentir esta forma de atracción única con respecto a otro ser humano, ¿por qué debemos mutilar ese sentimiento, estructurarlo para convertirlo en plusvalía con la triste consecuencia de generar segmentación y disconformidad en la intersubjetividad de las personas? Si siempre hay un roto para un descocido. La belleza es también equilibrio. Porque la atracción física lleva a la atracción espiritual, también parte de la belleza. Los rasgos que difieran de las normas estereotipadas poco valor tendrán una vez que el umbral de la emotividad haya sido cruzado. La atracción —espiritual en este caso— se puede producir tan sólo por el sonido de una voz. Sólo escuchar una voz puede traspasar, y hasta derribar todos los parámetros preestablecidos. Es esa reverberancia en lo más profundo de nuestro ser la que nos hace sentir belleza, la que nos hace encontrar la belleza en el otro. Esto es equilibrio. Porque la mente no puede dejar de disociar entre lo bello y lo feo entre todo lo que ve, la dualidad está indefectiblemente relacionada con la manera de concebir el mundo que la rodea. El estado de conciencia está gobernado por el pensamiento binario. Por eso, la belleza es sentir.

Sentimos con los ojos cuando las formas y la proporción de las formas nos producen placer, excitación; y mientras nuestro idaeario de atracción esté menos corrompido por la cantidad de imágenes que se nos presentan como dictamen de lo bello, mayor será nuestro equilibrio a la hora de relacionarnos, no sólo con nosotros mismos, sino con los demás. Es una tarea sumamente difícil, pero una tarea que debemos realizar al fin.

sábado, 26 de enero de 2019

Biutiful Boy



El desencanto de la adolescencia. La presión del gran sueño americano que comienza insoslayadamente con el ingreso a la universidad. El divorcio. La nueva familia. La música, los libros. La marihuana como la serpiente en el edén de la esperanza de un padre. Y el ¿consecuente? acceso progresivo al mundo de drogas más duras. El montaje acorde a una atmósfera tristemente melancólica, a una lucha interna e intensa contra la resignación. 


Los minutos de Nirvana que son la gloria. Bukowski. Un cuidado de la luz que cuando emerge como protagonista manifiesta una apacibilidad siempre huidiza. El abanico musical potencia la atmósfera tristemente melancólica, con muchísimo tino. Soberbias interpretaciones. Svefn-g-englar de Sigur Ros que suena y vuelve como hilo conductor y te envuelve en un halo del cual cuesta despegarse aún finalizada la película. En una escena, Nic acusa al padre de controlador y uno se pregunta cuál es el límite divisible para un padre, donde soltar; si verdaderamente podemos llegar a generar un sentimiento de agobio, invisible y en constante mutación. La metanfetamina como una enfermedad incurable y el eco del dolor de la impotencia que reverbera como daño colateral en el círculo familiar, un problema grave que afronta el Estado desde lo humano y lo social planteado a modo de créditos finales. Una soledad viscosa, inconsolable, interminable.


Una atracción profunda hacia el absimo. Ese recóndito abismo desprevenido de una niñez idílica y el torbellino de interrogantes inconduscentes; inevitable. El tiempo, irrecuperable, como siempre, lastimoso. ¿Cómo podemos ayudar si no podemos ayudar? Los hijos van a ser pequeños siempre y protegerlos de todo o de todos nos va a resultar imposible. Padre e hijo —por cierto— están caracterizados de forma maravillosa, tanto S. Carrell como T. Chalamet esán im-pe-cables. Uno empatiza con ambos, con esa imposibilidad, con cada momento. Es angustiosa, sí, pero hermosa.


No te va a dejar impávido. Si podés, mirala.

domingo, 13 de enero de 2019

Antagonismo de Soledades Desarraigadas

En estos primeros días del año, mi esposa y mi hijo han tenido la posibilidad de emprender un breve viaje para disfrutar unos días de vacaciones en compañía de sus padres y abuelos respectivamente. Yo me he quedado en parte porque tengo trabajo que hacer en esta época del año y porque, además —debo confesar— no me seduce demasiado la idea de vacacionar en compañía de tantos; prefiero la intimidad de mi mujer y mi hijo. Tengo la idea de que vacacionar significa tomar distancia no sólo de todo, sino de todos, fundamentalmente. 

Así que iba a estar completamente solo en casa durante una semana. La idea, cuanto menos, resultaba bastante atractiva, si bien durante estos días, debía cumplir con mi turno nocturno en el trabajo y tenía que realizar otro tipo de actividad relacionada con el mismo durante las tardes. Sucede que dormir 5/6 horas durante la mañana luego de estar toda la noche despierto produce un efecto de aturdimiento, profundo durante la primera hora luego de que despiertas y que va desvaneciéndose lentamente a medida que las horas transcurren. Pero no sólo eso, el trastorno periódico del sueño produce además de un cierto grado de irritación, un sentimiento de nostalgia que se mezcla peligrosa y sustancialmente con una forma muy particular creo yo de tristeza; esa tristeza crepuscular tan propia de la capitulación de los domingos. Hace algunos años atrás, quedarme solo hubiera sido muy diferente para mí, era motivo para disfrutar de esa soledad repentina. Contrariamente, a estas alturas, ha servido más para reflexionar sobre lo que significa quizás pasar demasiado tiempo conmigo mismo. Reconozco que si el viaje no hubiera coincidido con mi turno de trabajo nocturno quizás mi estado de ánimo hubiera sido completamente diferente; aunque el hecho sólo de mencionarlo en estas líneas me indica un poco lo contrario.

La fluidez rutinaria de los días, expresada en los más mínimos detalles son al parecer una nueva forma de estructura que da fuerte sostén a la regularidad de mi espíritu. Extraño la cotidianeidad. La antigua soledad era la soledad de un hombre que ha quedado en la memoria. La brusca perturbación del orden (que es periódicamente caótico también vale decirlo, debido a la rotación de mis horarios de trabajo) confiere a los días un vacío inevitable. Las ausencias revelan la inmensidad de un espacio por momentos inconfigurable, la necesidad imperiosa de concebir acciones para rellenarlo. Es como si disponer de una gran cantidad de tiempo —el  libertinaje de la habitualidad de los horarios— hiciera que en realidad el tiempo apremie, que me sienta desbordado; se me ocurren mil cosas por y para hacer, con un fingido apuro.


¿Con qué necesidad?, pienso. Soy preso de una contradicción permanente, es un antagonismo silencioso de soledades desarraigadas batallando por asentarse y dejarse ser. Por un lado, me gustaría poder disfrutar de la nada, de hacer nada (hacer nada es en mi caso, tomarse un par de horas para mirar una película, leer algunos capítulos de algún libro: nadas que se pueden hacer tirado cómodo en la cama, básicamente), pero me asalta la angustiosa sensación de estar desaprovechando el tiempo que me han dejado solo. Y por el otro lado, con tantas actividades —larga e inconscientemente postergadas además— la angustia se manifiesta en la preocupación por la falta de tiempo para hacer esas y otras nadas cuando esposa e hijos están presentes, con el vértigo el itinerario que representan las obligaciones de la vida diaria. En ese tire y afloje es donde paso y pasa verdaderamente el tiempo.

Después cuando hayan regresado seguro me lamentaré por no haber hecho tal cosa o tal otra. Me preguntaré por qué no leí Kentukis, la novela de Samanta Schweblin que tanto me había entusiasmado en leer. O quizás no, porque ya habré vuelto resuelto a la bella rutina de ver y estar con mi esposa e hijo, pasar el tiempo con ellos y de intentar hacer ese espacio pequeño para las pequeñas nadas, pero esta vez con un halo de oasis caracterizándolas. Llevo tres días comiendo cualquier cosa y a cualquier hora. La falta de sueño deviene en una falta de energía casi total, hay que hacer un esfuerzo grande para las actividades que generalmente a uno le traen placer, como cocinar. Había imaginado que iba a tomarme un par de días para probar unas recetas nuevas, pero no, desganado, terminaba por armarme unos sánguches y ya. Ese tipo de practicidad de algún modo me molesta. Tenía otra idea, y me había hecho esa idea en un estado de lucidez mucho mejor que el que queda cuando duermes poco y mal. Te lamentas, pero te consuelas convenciéndote de la inevitabilidad del asunto. Y ojo que mientras escribo todavía me quedan un par de días para que regrese mi esposa, pero mañana ya es domingo y el domingo tiene la tristeza crepuscular esa de los domingos y yo estoy escribiendo sobre esa tristeza muy mal dormido a las 2 de la mañana, sabiendo que me acostaré a dormir dentro de cuatro horas recién, con todo lo que eso provocará en mi estado de ánimo dentro de unas 12/14 horas.


Sin embargo, no estoy triste. El asunto es que las horas más conscientes son éstas, me siento más lúcido durante la madrugada, producto de la inversión del sueño. Por eso puedo hablar de lo que me sucede en esas horas aciagas del día; de esa soledad nueva que cuesta asimilar, de ese cúmulo inevitable de contradicciones cuando uno da cuenta de cómo va creciendo y el torbellino de subjetividades atadas a ese reconocimiento plantea nuevas preguntas y nuevas sensaciones. El pensamiento abstracto se reestructura, se aborda el concepto de vejez —referido al inevitable paso diurno y nocturno de los años— desde perspectivas que se renuevan deliberadamente, desde los pequeños detalles que minan nuestra inconstante comodidad hasta la percepción de un yo lejano, que se despide y nos deja solos con este ahora novel sujeto que debe aprender nuevamente a estar solo con su soledad.

lunes, 7 de enero de 2019

A Solas en el 2000 - Parte II

Encontré una vieja carpeta con recortes y escritos guardados desde el año 2000. Tenía yo unos 25 años y al parecer, me sentía muy solo; si bien tenía un grupo de amigos muy grande y nos divertíamos mucho. Recuerdo que me gustaba sentarme a escribir de noche, vivía solo y disfrutaba generar un ambiente "propicio" para escritura: la luz necesaria, mucho tango, mucha cerveza (o whisky a veces), un cliché adolescente. Transcribo aquí los textos (en esta primera parte) como quien guarda algo de guita en el colchón.

Sed. Algo tiene que empezar con sed. Me levanto (y no es que estoy caído, aunque he sabido estarlo) y me voy sin saludar, me adentro al silencio de cuando camino, y voy con sed. La que ahora me mueve. ves cruzar las calles todos esos rostros que tienen las mil vidas y más, ves el infinito espiritual, ves cómo te mojás las zapatillas y la puta que los parió. Ahora que me he quedado solo confronto con lo que me imaginaba, aquel futurito que me pensaba ocurrir. ¿Qué? Esa soberbia pendeja, esa pizca de tipo que está podrido por dentro no te va abandonar jamás. Te hablaba entonces y te seducía tan hermosamente sensual. Te iban a venir a buscar e ibas a tener el placer (ahora es cuando debería escribir "quizás") quizás, de saborear el gusto de una victoria (¿de qué?), de poder decir: no, no me jodan, déjenme en paz, che.
Nada ha sido —suerte quizás (otra vez) de por medio—  como con tanta mala leche pensábamos. Hay paz un poco, sí. ¿Quién te vino a buscar, campeón de la soledad? Han hecho bien, margaritas, en no buscarme. Che, la sed, todo había empezado con sed. Ya está, un vaso, por favor, gracias. Toda la macana que hace el trago dentro mío es indescifrable, aún para mí. Algo de whisky y otro vaso, pero con agua, por favor, gracias. ¿Cuánta sinceridad se nos desangra en esas horas de tremenda fragilidad, presos de nosotros mismos? ¿Cuándo somos un o el verdadero yo? Lindo para chamuyar un rato esto. Hasta hace un buen tiempo me había acostumbrado a regresar a mi casa, la de mis viejos, vencido, con un vacío en el pecho que me daban esos instantes que duran una fuckin eternidad antes de pegar un ojo y que son películas que se pasan por aquí, donde hoy no hay nada más que.
No se, me perdí un poco. Como en esos instantes. Saliste a la noche tantas veces y siempre buscando consumar esa promesa de felicidad que ¿quién nunca te hizo, eh? Por eso volvías vacío. Te la estabas dando solito, nomás. Sos un poco pelotudo, no me lo vas a negar. Y sí, soy. Me dió más sed. Mientras más bebo más me da, che. Al final de todo alcohol siempre hay alguien que no conozco, siempre uno ditinto, todos siendo yo. Es una guerra sin cuartel, piñas para todos, y para todos lados. Más, ahora peleo con una dignidad que me es propia, como cuando uno se peleaba con los hermanos, viste; medio jugando y de tanto en tanto le acomodabas alguna porque te acordabas de una que te hizo la otra vez. Todavía ronda algún que otro fantasma y demás sombra, pero ya no tienen carne y hueso como antes. Ahora el miedo es el mejor enemigo, y la forma de hacerlo es haciéndote amigo de él. ¿Hacerlo dije? No, vencerlo era. He tenido vueltas a casa y he podido dormirme sin películas en mi cabeza (¿cómo?), pues con la certeza de haber disfrutado el momento, me daba a mí mismo esa infima alegría de poder sentir que se vive hoy. Si bien es una tarea sumamente difícil, voy hacia lograr que el pasado todo, bueno y malo, no signifique mi presente; y el futuro, bueno, ya lo hemos dicho pero vale la pena repetirlo: el futuro es aquí, tanto no te preocupes. 
Bueno, que he bebido lo suficiente, mirame, me prendí un cigarrillo y ahora me ves la espalda alejándome, despacio, echando buen humo, ¿me ves? Bueno, ahora no, y te acostumbrarás. Sed. Ya no tengo más sed. Por ahora.


Es muy probable que al salir a andar la ciudad siempre encuentre a alguien que me devuelva al mundo, cosa que no es para nada gratificante por estos raros tiempos. Abrazado por una burbuja endeble y para nada cristalina para los ojos lerdos se está casi siempre a merced de los aguijonazos de las almas que vagabundas con o sin fin andan rondando desinteresadas escenas de una fantasma realidad. La explosión que producen unas cuantas palabras o el intercambio azaroso de miradas puede que haga a la burbuja irrecuperable. A sabiendas de que toda coraza pasajera es en total definitivamente eso —pasajera— no se puede soñar la eternidad a oscuras, la sutil esperanza de luz es el motor de estos pasos en la ciudad. Estar preparado para lo que insinuamos como imposible y delicada y cuidadosamente no perder la capacidad de asombro, no perder la ternura ni la bronca. No hay que aguar la sangre, no. Por unas cuantas horas no saliste del espamo, e incluso en medio de la turbiedad otro aguijón te dió a tiro. ¡Cuán frágil eres! El tiempo, éste con quien jugamos esta decisiva partida ha aprendido a jugar con sí mismo, y nos da cartas que podemos estudiar y hacer buenas o malas. Demasiada costumbre adquirió a que todas fueran malas, pero hoy estamos pardos. Intentando armar un rompecabezas olvidado con piezas cazadas al vuelo sólo vamos a ganar una mala locura. Abriste el libro y las hojas como de otoño te trajeron ese perfume que otrora fuera tan amenazador a tu cariño de ave rapazs, enfermo de carroña. Me mantuve apacible ante los vientos que me cruzaron como flechas de fuego y vi cómo tanta facilidad me dejaba ser a jinete; otra vez partido ante la posibilidad de un tiro de gracias. Pude verme. Sí. Fue enriquecedor. No sucumbí a mi lado oscuro, ciego de amor, razón de tanto y todo hoy en día. Gracias. Aunque aún no estoy completo, el arte del espíritu es difícil, pero nunca imposible para mi pulso guerrero. recordar que ya diste todo por perdido.

A Solas en el 2000 - Parte I

Encontré una vieja carpeta con recortes y escritos guardados desde el año 2000. Tenía yo unos 25 años y al parecer, me sentía muy solo; si bien tenía un grupo de amigos muy grande y nos divertíamos mucho. Recuerdo que me gustaba sentarme a escribir de noche, vivía solo y disfrutaba generar un ambiente "propicio" para escritura: la luz necesaria, mucho tango, mucha cerveza (o whisky a veces), un cliché adolescente. Transcribo aquí los textos (en esta primera parte) como quien guarda algo de guita en el colchón.

Te escribo a vos pero en realidad es a mí a quien escribo, aún cuando ni siquiera se a ciencia cierta quien demonios eres. Sentado aquí sosteniendo estas manos que tiemblan (pero no de miedo) y van dejando entornadas las palabras en este solitario papel; sin tampoco saber a quien podrían ser enviadas....., si existiera alguna parte donde nos hemos quedado. O tal vez sea miedo, sí. Y vas andando al galope una sucia mentira, algo que no sería nuevo para tí, lo sabes. Aceptar un temor propio es un buen paso para dar antes de la próxima caída. Porque es como sintieras (y esto es tan cierto) que desganadamente has sido condenado a un camino tortuoso, a los abismos, a los tropezones antes que nada y todo. Vendría una verborrágica puteada (que no siempre es en vano) pero la tinta no me deja, es ella tan enemiga de la voz a veces que por eso me enamora y me hace estar aquí, conmigo. Me cuesta horrores organizar mi memoria y buscar sensaciones similares tiempo atrás. Sucede que tantos años repartiendo el día y la noche en un espacio de tiempo muy parecido al crepúsculo (esto sólo se siente) se me ha olvidado cuando es que quedó atrás lo que ha quedado atrás. Y entonces eres un hombre con un atisbo de presente que es aquí, escribiéndote estas líneas, sin pasado vivo y con la incertidumbre egigante de si es en realidad que ha muerto. ¿Y el futuro? Ah, también es aquí, tanto no te preocupes.

Hacerle esta trampa al tiempo acechándome a mí mismo ebrio de silencio cuando hay gritos por doquier callados y masticados aún sin pronunciar asco es que estoy aquí fumando en plena paja literaria. ¿Qué clase de dolor se debe sentir —si es que allí en el fondo adolescemos— en el abismo que es tan preso de nuestra indescifrable profundidad? Acecharme es como el viaje que mantengo cerca de mí; allí dándome vueltas y bajando de cuando en cuando a dar los pasos firmes que apuesto y que son necesarios dar cuando el azar se aúna con la suerte. O con lo que gustamos llamar suerte y que no sabemos muy bien qué carajos es. A ojos del mundo (que a esta altura poco importan) puede verse la inercia y tanto barro en los pies que denotan un halo de confusión que lleva a las bocas a llenarse de palabras que son puro viento. Ellas no saben aquí nada. Vos estás aquí y nadie te ve, aún sabiendo que a esos nadie no les basta con los ojos y buscan escudriñando lo que no querés que encuentren. Este tesoro que es el cristal con lo que miras al mundo. Los amigos pueden ser ladrones a veces y nunca lo sabrán. Vos estás aquí, tan lejos del todo que todos adoran, y no importa, porque sientes que este acto de adiós es ennoblecedor (ay!, cómo te gusta esa palabra).

Nunca tuve pasta de campeón y es feo cuando resagás, pero uno aprende esa porfía de llegar, de terminar lo que empezaste, eso que comenzó hace ya mucho tiempo y que ahora nomás es cuando se tiene una pequeña noción de donde es que queda la meta. Estoy hablando del sueño que mejor he soñado. Voy hacia el, caracol que se ha aferrado a su camino real y no mira cuán honda es la huella o si es que existen fantasmas cayéndose en ella buscando (otra vez) respuestas que no laten en ninguna parte. ¿Es necesario complacer la mano que se tira sin medir la fuerza? No, yo estoy cansado. Crecí en la soledad amiga de los locos; que daña, claro, pero no destroza. Puedo ser tan flexible, puedo dejar tdo atrás, puedo despegarme del mundo, esa es la cualidad de los tipos locos, abandonarse a sí mismos y dejarse llevar por la voluntad. Muchos la llaman instinto. Y ahora vas tácito, y nunca sabrás cuando te quieren o te han querido. O si extrañan a ese fantasma que les legaste y que ya no los asusta más, dándoles una simple simple sonrisa. Capítulo dos, che, hay muchos libros que aburren y que uno los lee igual, para terminarlos, viste, porque si no.


Otra sensación que me envuelve a veces es la de la dispersión, la de sentirme completamente disperso. Es como un rompecabezas apenas recién empezado a desarmar, donde todavía se distingue la imagen final. Muevan su mano como saludando y vean como se ven los dedos, así. (?) Hay muchos pequeños detalles de la vida con los que uno toma real contacto cuando los abandona, cuando las simples y constantes rutinas dejan de de serlo. En la serenidad de un trago a solas es estar fuera del círculo que gira y marea ahora. Cual si estuvieses en una mala película y nadie te mira, pero donde la televisión sigue encendida allí, como si nada. Entonces lo que uno comprende que ha ganado es espacio, sin sentirse vacío, y se toma un pequeño sorbo, observando todos los rostros a su alrededor y cada tanto va al baño. Y aunque se interne en nuevas rutinas, el brillo —la sensación de brillo— es innegable y reconforta al espíritu. No perteneces a ninguna tribu, no tiene un sólo lugar. No te atas al mundo sólo porque el mundo está allí, lo andas, lo revuelves, te lo comes y después lo cagas; toda la mierda se recicla, todo sirve para algo. Esto es bueno, che, realmente bueno. Escribo con una imagen en mi cabeza, sobre la mesa un whisky y un vaso a medio llenar. Los cigarrillos cerca y una caja de fósforos y unas cuarenta personas a mi alrededor, entonces: yo soy nadie. Comprendes que el mundo es un panza grandota que tiene muchos ombligos y te sientes bien siendo nadie. La realidad está dentro de mí, lo de afuera es lo que nos hacemos. Las personas, de repente, puede que no estén más. ¿Y?. No somos mucho, es verdad, pero a la vez, somos infinitos en la realidad. El que ha dado todo por perdido, por el antojo de querer sanar todas sus viejas heridas está obstinadamente dispuesto a sufrir lo que tenga que sufrir, porque sabe que nada es eterno.

Me gusta soñar. Sueño mucho. Pero entiendo que en el camino hacia la fantasía final puede suceder cualquier cosa. La muerte misma, nomás. Todavía restan muchas tristezas, che, hay que admitirlo, y también la risa, claro. No me gusta nada cuando insinúan vivir mi vida por un instante, cuando juzgan mis actos y esbozan como un deber que debo comprender y que sólo tiene que ver con ellos mismos. También me gusta poder equivocarme, claro; pero respecto de un sueño o de una mirada pequeña al porvenir, el asunto es sólo mío. Nadie puede decirme lo que debería hacer conmigo mismo. Basta. Ni siquiera yo mismo se lo que ha de suceder o sucederme, basta.

sábado, 5 de enero de 2019

De lectoilegalides y otras yerbas

Escribir tiene esa atracción peculiar que se va acrecentando en la medida de su propia acción, una acción que casi siempre voy posponiendo por una u otra estúpida razón, lamentablemente. Las ganas de escribir están allí, pero cubiertas por un halo de indecisión e inseguridad del cual estoy completamente seguro que es intrascendente, pero allí están; esperando estúpidamente la inspiración final, ese momento sublime donde sientes que es la hora por fin de volcar todo lo que se ha acumulado tan profusamente en un texto que seguramente (imaginas) será una maravilla, producto de la acumulación profusa y la sagrada paciencia. Pero no. O tal vez sí, pero sólo porque escribir es una maravilla en sí, no importa si sabes que te leen o no. La cosa es que ayer escribí un poco y quedás como regulando un poco, viste; surgen los temas para desarrollar. Sucedió que ayer iba a escribir sobre otra cosa en realidad, pero me fui por las ramas y aquí estoy devuelta entonces, para escribir sobre lo que quería escribir: los libros que he estado leyendo.

Vale la pena decir que por el momento económico que estamos viviendo en la Argentina, los precios de los libros no están excentos de esa problemática y se han ido un por las nubes, donde manda el único dios verdadero de todos los cielos: el dólar. Así que me cuesta en mi caso adquirir los libros que me gustaría adquirir. Por lo que me he visto en la alternativa de los libros electrónicos, o  de comprarlos o de buscar por largos ratos en las páginas donde suelo buscar. Así también, he dado con algunos sitios personales donde venden los libros mucho más baratos que en las librerías-webs, esto es decir, pirateados. Pero bueno, en este sentido la moral no me quita el sueño y, ante la necesidad por un lado y la oportunidad por el otro, me inclino por esas facilidades ilegales que me brindan, tentado también por el ritmo de  lectura que he adquirido últimamente. Con los libros promediando unos 650 mangos por mes, y yo que puedo llegar a leer unos 4/5, el gasto es demasiado para mi economía. Además, me he encariñado con mi ebook y la lectura electrónica ya no me resulta tan incómoda como hace un tiempo atrás. 



Estoy cebado con los libros sobre actualidad, periodísticos, históricos, con temas que nos incumben a todos. 
Los que realmente me han gustado al punto de recomendarlos son los siguientes:



Los de Soledad Berrutti son para devorárselos. Investigaciones periodísticas de años acerca de la industria alimenticia que son dignas de leer y te dejan con ganas de saber siempre más, aunque sea "contraproducente" para la dieta ideal que ¿inevitablemente? llevamos la mayoría de los mortales; pero resulta muy revelador. Los Dueños de la Internet mezcla política e investigación periodística con argumentos para mejorar nuestra relación con la internet, imprescindible para estos tiempos que vivimos. Forum Shopping Reloaded, los dejo con el final de la contratapa, que lo dice todo: deja la sensación de que no debe un lugar peor en el mundo que un juzgado para ir a reclamar justicia, no es un texto de ciencia ficción, es de terror. Para conocer más acerca del submundo de la justicia y para quienes estamos absolutamente ajenos a ello, el libro, como entrada, está bueno. Lo mismo corre para La Raíz de Todos los Males, el libro de un periodista que escribe en el diario La Nación que tiene tantos adeptos como detractores. Si bien se nota cierto sesgo en el contenido de los casos que presenta como ejemplos para dar un panorama de la corrupción estructural, su lectura es placentera (claro, si gusta de este tipo de material). Y Aduana y Corrupción me ha gustado bastante. Teje una línea temporal a través de casos y anécdotas sobre el sucio mundo aduanero, desde los albores de la argentinidad, esa que nació al fragor de la ilegalidad, y que aún sobrevive a pesar y en favor de ello.

Me he propuesto encarar alguna novela y ya me he guardado un par en la memoria, espero poder  comenzar una en las vacaciones. Los Dueños de la Internet y Forum Shooping Reloaded los compré en la librería, pero al resto los tengo en formato digital; si alguno tiene ganas de leerlos, amablemente se los puedo compartir a través de un enlace de descarga, bastará con un comentario para ponernos en contacto. Para despedirme, les dejo algunos links de los sitios de donde suelo chusmear libros para descarga libre y gratuitamente:








viernes, 4 de enero de 2019

La Prisión Subjetiva del Tiempo

En estos primeros días del año he estado husmeando algunos artículos sobre la concepción del tiempo entre oriente y occidente, atraído (o llevado mejor dicho) por la falta de ese buen humor que todos parecieran tener al acabar un año. Es que....no siento que se acabe, yo siento que los días simplemente se suceden, que todo sigue; no tengo un sentimiento pleno de capitulación y de renovada esperanza. Ojalá mi conciencia desarrollara la idea del tiempo de manera más cíclica, pero es todo tan lineal que me provoca cierta angustia. Siempre un origen y el correspondiente y denodado progreso: siempre avanzar hacia algo —siempre mejor. Me agota, me niego a torturarme con esos parámetros de justificación de un eterno sacrificio. Pero subyace una concepción occidental del tiempo que es tan así de esa manera, que es como una suerte de prisión subjetiva, que le vamos a hacer.

Lejos de metas propuestas (des)interesadamente, me limito a vivir según pasen los días. Y es que de cada día a su vez, se pueden construir otras ideas del tiempo, porque uno no siempre se levanta de la misma manera, ni vive las mismas cosas por lo tanto de la misma manera: ¿qué se yo lo que voy a querer hacer dentro de dos meses, a mitad del año o cuándo éste termine?. Demasiado con fantasear con algunas ideas para preparar la cena, en el caso de que pinte una cena. Pero si hay algo que procuro ejercitar, proponiéndomelo más como un deseo, (y no se si) todos los días es la lectura, eso sí. La lectura me produce un sentimiento de desencadenamiento muy satisfactorio: me hace pensar distinto a cada libro, y cada libro me lleva a uno distinto. Andá a saber si los capítulos que leo diariamente no son la medida de mi tiempo, escribo ahora mientras lo pienso.

Mi madre está enferma, pienso también. Tiene un problema pulmonar que paulatinamente hace que vaya deteriorándose su salud, haciendo mella en diferentes partes de su organismo y reverberando en su condición física y mental. Se le va agotando el aire cada día que pasa. Está en su propia casa, yo paso lo más que puedo a verla y ayudarla cuando se levanta y se acuesta sobre todo (parezco confesar con cierta culpa). Pero he allí otra medida de mi tiempo. Un tiempo que está relacionado con la finitud de la vida, de una u otra manera. Porque me confiesa sus ganas de morir, su cansancio de sentirse desposeída de toda vitalidad, de saberse dependiente de otros (aunque esos otros seamos sus hij@s), un tanto avergonzada y con la culpa de trastocar las rutinas diarias de todos. Todos aguardamos sin más ángeles de la guarda que nuestra propia contención familiar un final que se avecina con la incertidumbre total de paso del tiempo y la decrepitud del cuerpo humano. Con palabras, con paciencia, con cariño.

Mi esposa sufre el eco agobiante de la situación, y como ondas expansivas el cansancio a veces nos va haciendo temblar de hastío, y nos chocamos y escupimos nuestro propio cansancio para que el otro vacíe todo ese tósigo que se acumula con las pequeñas frustraciones que provoca la alteración de las más simples cotidianeidades —como preparar todo para empezar a tomar unos mates y no alcanzar ni a cebar al primero— producto de las emergencias. Pero luego están los abrazos, los besos, la complicidad de las bufonadas, el sexo y los mensajitos de amor cuando no estamos en casa y cada uno anda en la suya, o cuando sí podemos tomarnos unos buenos mates y conversar sobre los más diversos temas. La continua y espontánea efervescencia de la pulsión del matrimonio es otra de las medidas de mi tiempo.


Y en el plano subjetivo por excelencia (nótese que libro al término de la palabra prisión) del tiempo está mi hijo. Si la relación con mi esposa significa la pulsión de un tiempo presente, en la contemplación de mi hijo puedo llegar a advertir todas las conjugaciones de sus acciones, en él se significan mi pasado, mi presente y el futuro si acaso existe. La memoria y la previsibilidad se aúnan para sentirse completo, padre y hombre para ser humano, un sentimiento de inconfesable eternidad.

Tampoco son sus años los que se cuentan, sino sus inquietudes y sus alegrías, aquello que lo angustia y lo que lo hace sentir pleno, que cambia tan vertiginosamente además. Su espíritu es su propio tiempo, y la contemplación de ese espíritu es definitiva, la medida de nuestro propio tiempo.