domingo, 13 de agosto de 2017

Detalles Suspensivos

Sospecho que este año es un año que si el tiempo ha sido gentil conmigo y tenga acaso la lucidez de mirar hacia atrás más adelante, es un punto de inflexión en la reflexión siempre final del paso, justamente, del tiempo. La conciencia, el estado de conciencia de los días y el pasado que en algunos días se hace tan presente como muestra del camino que se transita hasta en los más pequeños detalles. Estaba esperando en el auto cuando sonó el celular y cuando lo saqué para mirar noté cuánto me costó poder leer correctamente, fue un acto instintivo que me sorprendió; y hasta tuve la certeza de que fue algo que sin dudas me había ocurrido con anterioridad, pero que no había dado real cuenta del mismo, como si hubiera estado en un estado de negación. Guardé en el más absoluto silencio la situación durante algunos días hasta que por fin lo comenté, cuando ya había pedido cita con el oftalmólogo. El resultado: presbicia. Ni siquiera había escuchado nombrar alguna vez esa palabra. El tipo me atendió como un verdulero, me despachó brevemente, pero siempre respetuoso. Claro, el asunto de la presbicia es un asunto común, al parecer. En menos de 10 minutos ya tenía en mis manos un papel con el cual debía yo adquirir un par de lentes, el mismo par de lentes que uso ahora mientras escribo. Lo que sí, me tomó casi una hora decidirme por el marco cuando fui a la ótpica. No es una decisión que se ha de tomar a la ligera, creo yo.

La verdad es que pensé que nunca iba a tener que usar lentes. Hasta hace algunos años atrás, mi vista era privilegiada, según un doctor. Pero este otro hizo añicos esa seguridad, y otra verdad es que esto no ha sido una situación que haya suscitado algún tipo de drama. ¿Por qué debería?. Bueno, sí, porque de hecho estoy escribiendo al respecto, dirá usted. O no, que esto no es más que un hecho descriptivo en esta bitácora de viaje. 

Lo que quiero decir es que son los primeros pasos hacia un tiempo nuevo, donde el cuerpo comienza un proceso de decrepitud inevitable, y eso en definitiva, nos da una perspectiva también nueva de todo. Hay una mirada mucho exahustiva cuando uno se pone frente al espejo y algunas señales comienzan a hacerse visibles más en la vorágine de pensamientos que en la fotografía diaria antes de cepillarse los dientes. Esos pequeños brillos que se traducen en pequeñas canas, por ejemplo. Pero es un detalle. Que ni bien lo pones en palabras frente a otros, te das cuenta que eres tal vez el último que lo ha notado. Y comienzas a hacer planes. Porque si todo va bien, todavía falta. Lo jodido es no dejarse llevar por la tristeza. Es el gran desafío, claramente. Lo bueno es que empezar a ponerse viejo trae consigo el peso de lo vivido y ese peso significa firmeza en desveladas horas de introspección; cada vez son menos las dudas y las certezas tienen una cordialidad que parece que te abrazan un poco el alma. Una vez escuché un tipo en la radio que dijo y nunca lo olvidé: la experiencia es un peine que te da la vida cuando te quedás pelado. Puede ser. A veces pienso que me hubiera gustado tener esta nueva facilidad para aprehender nuevos conocimientos cuando fui joven. Es cuando empiezan las preguntas inútiles, el ¿qué hubiera pasado si?. Agraciadamente, cuando por fin comprendes que no hay otro tiempo que importe más que el de hoy, esas preguntas se desvanecen como una música que se aleja, como un texto al que sabes que puedes darle mil vueltas más, pero que debes ponerle un punto final, porque la vida sigue.