miércoles, 29 de julio de 2015

Notas acerca de la Fotografía XIII - Forolandia

No debe haber en toda la red un foro de fotografía que se le asemeje a otro. Así como cada fotógrafo desarrolla su fotografía de manera única y personal, el conjunto de fotógrafos (usuarios) que comparten su trabajo en un lugar común, hacen de ese lugar uno personal y único a su vez; de acuerdo a sus propios yeites y reglas. Son pequeñas (o inmensas) comunidades de personas a las cuales rara vez conocemos, pero como sucede en estos casos, intuimos. Con todo lo que ello implica, desconocer a la otra persona nos hace actuar de manera tal que si el trato fuera personal, sería seguramente distinto. Con todo lo bueno y lo malo del caso. Aunque en el caso de la fotografía, es un tema del cual tal vez se hable poco en la red misma; acerca del funcionamiento de estos foros, de estas comunidades.


Cada una tiene su propia dinámica, desarrollada con mayor (o menor) fluidez según el tiempo en el cual ese foro-comunidad se haya podido mantener no sólo vigente (on-line), sino con un buen flujo (constante) de usuarios participantes. Hoy por hoy, para la fotografía, la opción de exhibir los trabajos fotográficos es inevitable y sumamente práctica. Como decía Gasteu`s en Ratatouille: cualquiera puede cocinar, es decir, todo el mundo puede subir sus fotografías a cualquier foro, previo registro. Y encontramos desde el más exquisito fotógrafo hasta aquél que con una pequeña compacta dispara a todo lo que ve. Y más allá de cualquier tipo de filtro o moderación, todo el mundo es fotógrafo casi. Y repito, hay tipos de foros-comunidades como tipos de fotógrafos, con lo cual, existe la opción de sumarse al tipo de lugar donde una se sienta más cómodo.

El flujo de un foro está de alguna forma relacionado con —más allá de la participación de los fotógrafos (usuarios)— con el ego de éstos. Porque, no podemos negar el narcisismo que todo fotógrafo carga y/o sufre. Hay foros donde las fotos exhibidas son puestas en el paredón de los ojos críticos, como también aquellos donde todo trabajo es elevado a la categoría de arte. En ambos casos, no hay necesidad de juzgar el sistema por el cual se rigen estos tipos de foros, cada loco con su tema, solía decir mi Viejo. Y tampoco podemos negar que todo aquél que sube o comparte su trabajo fotográfico, espera de manera tácita o expresa, una suerte de respuesta, de retribución por el simple hecho de subir o compartir su trabajo. Los egos se chocan. Las susceptibilidades afloran. Se genera un tipo de caos organizado. Nadie quiere herir susceptibilidades, y nadie quiere ser herido en la misma. Se produce un tipo de acuerdo colectivo entre todos los usuarios; porque, como dijimos más arriba: desconocer a la otra persona nos hace actuar de manera tal que si el trato fuera personal, sería seguramente distinto.Y como la opinología comentarista está provista de la invisibilidad que permite la red —con su consecuente impunidad también, por qué no?— es imperioso relacionarse con el más estricto respeto. Detrás de las fotos, detrás de las computadoras, hay personas. Pero...y las fotos?.

El usuario que ve el trabajo del otro, carga con su propia historia personal acerca de la mirada fotográfica, nadie suele ver lo mismo que el otro. Pero existe para mí algo que es inherente a todos lo que practican la fotografía: el pensamiento fotográfico, el cual es ineludible. Ciertas normas, pareceres y sensaciones que se producen al observar la fotografía de otro. Hay fotos y fotos. De las fotos que a todos nos gustan, no vale la pena mucho hablar, nos gustan mucho y solemos elogiar. Pero...y de las que no nos gustan?. Qué hacemos? Hacemos silencio?, y con eso decimos todo?. Expresamos fielmente lo que nos parece?. En tal caso, cómo lo hacemos?. Yo creo que la mayoría prefiere el aliento a la crítica, porque cada fotografía es personal, y en los foros -comunidades suele reinar una atmósfera hippie;  pero......si mentimos y ocultamos detrás de comentarios enmascarados lo que realmente sentimos, qué efecto tendrá en la mirada de quien está del otro lado?, tendrá algún efecto?. Más allá de un eterna discusión acerca de que son los errores fotográficos, y por más que muchos se rasguen las vestiduras para evitar hablar de ellos, hay detalles y cuestiones que se expresan a través de ciertas fotos a los cuales el pensamiento fotográfico no puede escapar. Señalar este tipo de errores, puede llegar a ayudar en la construcción de una mirada fotográfica en el otro?.

Yo creo que sí, pero nadie quiere interpretar ese rol. Porque ese señalamiento luego puede volver, y nadie quiere ser señalado; la mayoría espera ser recompensado por su fotografía. O nadie se siente capacitado para señalar algo que internamente sabe que está mal; mal en el sentido de que no sólo lo ve, sino que siente cierta incomodidad al ver la foto. En la medida que los usuarios animen a expresar este tipo de sensaciones, todos podrán enriquecerse con la interpretación de la mirada del otro.


Los foros-comunidades, su dinámica dentro de la red, deberían plantearse poder tener la capacidad de crear una atmósfera casi fraternal hacia los usuarios. Siempre imaginé a las personas subiendo y presentando sus fotos, y pensaba en una relación de lazo fraternal, familiar casi; con todo lo que esa relación implica. La invisibilidad de la red nos da una oportunidad única, la de ser mejor de lo que podemos llegar a ser, porque la relación, a pesar de ser grupal, es siempre personal, porque frente a la computadora, somos y estamos solos. Deberíamos poder decirnos lo que vemos que está mal, deberíamos poder respetar la opinión del otro que se contradice con nuestra propia opinión de la foto y la fotografía, deberíamos dejar de esperar la gratificación, de ir detrás de exclusivamente el elogio, deberíamos dejar de elogiar a aquellos que profundamente sabemos que no estamos haciendo bien sólo elogiando su trabajo, ser más honestos con nuestra propia mirada acerca de su foto, 

Sobretodo quienes tienen más experiencia en la fotografía, los que por lo general resultan en los creadores y/o administradores y moderadores de los sitios.

Todos siempre deberíamos, pero bueno.

lunes, 27 de julio de 2015

Deconstruyendo la Filosofía

Darío Sztajnszrajber escribe como habla. Yo he visto un par de temporadas de su ciclo televisivo Mentira la Verdad, y el formato de su Pequeño Tratado sobre la Demolición, libro que acabo de terminar; tiene el formato de su dicción televisiva plasmado casi sonoramente. Uno mientras lee parece estar escuchándolo dentro de su cabeza. Esto me pasó recuerdo con algunos libros de Cortázar, que leí y releí luego de ver la película-documental que hiciera Tristán Bauer y los posteriores audiolibros que bajé y que escuchaba muchas veces nomás saliendo a caminar por la ciudad. Darío tiene una forma de hablar muy peculiar, no por su forma en sí, es decir, todos hablamos peculiarmente; pero cómo marca sus palabras, la entonación de sus oraciones, lo melodioso de sus interrogaciones, etc, etc. Esto y su personal forma de ver a la filosofía, de tratarla y finalmente me atrevo a decir a demolerla......es decir, deconstruirla.



El libro es un viaje en sí, tiene la capacidad de llevarte y transportarte a los lugares que recorre en este viaje. A medida que este viaje sucede, en diferentes escenarios y situaciones, él desarrolla todo su abanico de pensamientos e interrogaciones acerca de esos mismos escenarios y situaciones, profundamente. Filosofía de barrio, de entrecasa, diaria, cotidiana. Una invitación al pensamiento, al desarrollo de nuestros propios pensamientos acerca de nuestros propios escenarios y nuestras propias situaciones. Una invitación a la interrogación perpetua como vínculo hacia el infinito conocimiento, para mantener viva la llama de la curiosidad. Matizado con breves pasajes, anotaciones y luces de los grandes maestros de la filosofía antigua y contemporánea, pequeñas clases; pero deconstruídas también, nada se salva, todo es indagado por la mente, la dicción, la escritura y el pensamiento de Darío, implacable.


A lo largo de los 50 capítulos de duración, el ritmo es vertiginoso; y cada capítulo es un salto hacia vacíos que esconden más capítulos. Es imposible no detenerse a veces a mirar el techo y digerir lentamente las ideas que se plantean a lo largo de cada uno de ellos. Que además, son cortos. No es un libro pesado, de esos que cada tanto animan a abandonarlo; es de esos que se disfrutan, que uno desea que no se termine. Yo, por lo general, suelo tomarme un tiempo largo para leer, no me gusta devorarlos (podría); y además, los períodos entre lectura y lectura me sirven para digerir todo el material leído. Una pausa para pensar lo leído. Darío habla de la muerte, del amor, de todo......del ser. Y de la nada. En un lenguaje ameno, muy amigable, con guiños hacia la argentinidad que lo caracteriza, además. Si se lo encuentran en la librería, llévenselo.

sábado, 25 de julio de 2015

Notas acerca de la Fotografía XII - Pincel de Autor

Cuando se edita la composición de un paisaje, yo recomiendo la edición por zona, utilizando el pincel de Lightroom (en mi caso personal), pero en diferentes casos, la recomendación es la misma. Diré por qué:


Es importante desde el momento en que se realiza la composición de la fotografía, en construir la imagen lo más armoniosamente posible, utilizando para ello las líneas imaginarias que dibujan las diferentes formas dentro del paisaje, con la mayor variedad de texturas posibles. El fotógrafo de paisaje, está —como todo fotógrafo— suscrito a la intensidad, forma y dirección de la luz mientras. Sumado a ella, las condiciones del terreno; aunque me refiero hoy aquí estrictamente a zonas montañosas, donde se mezclan los árboles, la altura de la montaña, las diferentes espesuras y tonalidades de la capa de los bosques, el curso de un río, la dimensión de un lago, etc. Para plasmar el paisaje que primero es mental —porque no se trata de demostrar el lugar que vemos, sino de mostrar (plasmar) cómo nosotros mismos lo vemos— es (otra vez y siempre) importante aprehender las zonas donde la sombra (en el caso de toparnos con ella) esté presente dentro de la composición: cuánto abarcará, de qué forma la abarcará, si será parte de la composición —donde en ese caso, encontrar la manera de que su forma se complemente con los espacios inmediatos que ella misma delimita, como si fuera una zona que equilibra y sopesa toda la zona expuesta de la composición—. La cámara tiene su propia limitación técnica, y dependerá del ojo del fotógrafo para traspasar ese límite desde la intuición misma, para hacer la foto allí pensando y sabiendo como compensar esa falta de luz luego en la edición: de intentar llevar a la imagen, la imagen que estamos viendo en ese mismo momento. Allí es donde entra el pincel de edición como herramienta del fotógrafo.

La mayoría de las fotos de paisajes, o las que por lo general suelo ver casualmente, tienen zonas sin exponer que desbalancean el paisaje mismo. Esto ha de ser porque simplemente, no les importa, imagino yo. Hay sombras que denotan la intención del fotógrafo. Hay otras que no, y esto lo sabemos de forma tácita e inexplicable quienes acostumbramos a hacer fotografía con más asiduidad y pasión que otros. Un entendimiento colectivo que tiene que ver con la intuición y la percepción fotográfica. El ojo ve a través de ciertas sombras en los paisajes, la cámara no. La cámara entra en conflicto, pierde la brújula, entonces: o deja una espacio negro, o deja un espacio totalmente blanco, sobreexpuesto. Por esto, yo casi siempre sub-expongo las tomas; y por la misma razón que vengo vagamente argumentando: el pincel de edición. Y porque de la sobreexposición, como todos sabemos, no se vuelve.

Una vez que tenemos nuestra fotografía para el trabajo de edición, así como durante la composición de la misma, intentaremos ver a través de formas, de zonas; los lugares donde la luz tenga mayor o menor intensidad, para así dividirlos y editarlos por separado. Las diferentes opciones son todas útiles, y no hay una sola forma que dictamine un mejor resultado; para esto, hay que probar y ensayar mucho, porque es sobradamente personal el asunto. No es lo mismo bajar la exposición de una zona con la opción de Bajar Exposición misma, que bajando la opción Sombras. O subiendo el Contraste. Y viceversa cuando la zona es oscura. No es lo mismo dar detalle con la opción de Enfoque, que subiendo la Claridad. Es decir, es muy útil ir probando diferentes combinaciones y llevar los ajustes hasta sus puntos límites, para así conocer las posibilidades de cada herramienta. Desfigurar la imagen, para ir recobrándola de a poco; y luego tener cabal idea de hasta dónde se pueda llegar. Conociendo los límites y los extremos de cada ajuste, tendremos una mejor idea de lo que significará para nosotros el equilibrio justo de una imagen en la edición.

viernes, 24 de julio de 2015

El Fondo es el Impulso

Desconozco cuánto ha pasado desde la última vez que recogí algunas palabras y las sembré desesperanzado en estas líneas. Hay días en que me siento condenamente triste, y hoy es un día de estos, por eso la siembra, por eso la desesperanza. Me inunda la tristeza y desborda todos mis sentidos, siento que fluye a través de todo el cuerpo, y hasta me impide realizar cualquier tipo de actividad física, salvo la de escribir. Me aquieta, me sumerge en el abismo indescifrable de los pensamientos oscuros, como ese que siente que cuando piensa oscuramente es cuando piensa realmente, cuando aflora un verdadero yo. Vaya uno a saber si es tan cierto como un deseo víctima de la desesperanza. Uno tiende a pensar rápidamente en la muerte, en cualquiera de sus formas, porque de alguna manera, algo muere cuando estamos tristes, cuando la depresión se hace aguijón profundo y hiere, de muerte, en definitiva. Como si fuera cíclico, como la vida misma. 

Mi padre falleció hace largo tiempo ya producto de una enfermedad vil como es el cáncer. En su caso, la misma enfermedad lo postró en una cama —y esporádicamente en una silla de ruedas— hasta el fin de sus días. Le dieron tres meses de vida cuando debieron operarlo, pero murió tres años después. Mantuvo estoico su estado de ánimo (me pregunto si no escribo porque no me sale llorar) durante todo ese tiempo de larga agonía. Lo que más le dolía, era su tristeza. Un hombre mayor que sabía: había vivido ya su tiempo, no merecía terminar así. Él pensaba mucho en la muerte. La ansiaba. Muchas noches me confesaba esperar no despertar, es inimaginable sus sensaciones y sus pensamientos al despertar cada día. Me siento avergonzado cuando mi tristeza me tumba y permanezco largos ratos observando el techo, sin nada más que el silencio que retumba y aturde por toda la casa. La tristeza te hace pensar hacia atrás, un análisis exhaustivo de todo lo que ha sido y hecho hasta aquí, tumbado en la cama, con ganas de desmaterializarse egoístamente. Avergonzado por el estoicismo de mi padre, que todavía me daba consejos desde la cama. Avergonzado porque pienso en la muerte como quien piensa en que va a cocinar para la cena. Recuerdo una pequeña frase de Pessoa, del Libro del Desasosiego: yo no estoy triste, soy triste. Con tristeza leí esas palabras, por lo identificado que me sentí con ellas. Mis lamentos son un río de historias inconclusas, de inútil revisión diaria, de amores tragicómicos, de amigos desconocidos, de una soledad increíblemente inútil; no sólo por su existencia, sino por su incapacidad de inmolarse, de dejar de existir, como instinto de preservación de quien la suscribe. Avergonzado porque comparo mi tristeza, mis deprimentes sensaciones y pensamientos con lo que imagino habrá sentido mi padre siempre moribundo durante el tiempo que duró su enfermedad, pero siempre presto a una sonrisa, a un guiño, a un chiste, a él mismo en su esencia. Paradójicamente, al tener un mínimo atisbo de su tristeza, me hundo un poco más. Jamás se recupera uno de la muerte de un padre de la manera en que lentamente se fue yendo mi Viejo. 

Diré más, sólo para autoflajelar mi sórdido espíritu en el día de hoy: ni siquiera estuve cuando él dió su último suspiro. Estaba de viaje, con mi familia, lejos….muy lejos de él y de todo. Mi madre me contó ese día: se había despertado como todos los días, lo dejó que terminara de despertarse, le preguntó si quería el desayuno. Él dijo que no, y no dijo más nada. Mi madre continuó con sus tareas habituales matinales y no lo fue a ver. Un rato después, el silencio le pareció extraño. Fue hasta la habitación, mi padre se había vuelto a dormir. Volvió a la cocina, pero inmediatamente dio vuelta atrás para volver a verlo. Intentó despertarlo, y notó que ya no estaba allí. Lo abrazó, ya llorando y mi padre abrió apenas los ojos, pero ya no eran sus ojos. Su mirada estaba perdida, no había brillo. Lo abrazó fuerte y le habló desconsolada, pidiendo lo imposible, apenas si tenía su último aliento. Lo acarició y terminó hablándole dulcemente, despidiéndolo. Sintió cuando se fue, cuando abrió por última vez su boca para respirar, para dar su último respiro. Y murió allí, donde pasó los últimos día de su vida, en su casa.

Hay días en que lamento no haber estado allí. Aunque él supo que yo no iba a estar ahí, me instó a que no perdiera el viaje. Contaba mi madre rumbo al cementerio que una semana antes de su muerte le dijo: —me parece que no llego a ver a los chicos, che. Mi hermano también había viajado lejos, él tampoco pudo verlo en su lecho de muerte. Luego también dijo mi Viejo: —qué bueno que pudieron hacer lo que yo nunca pude hacer. Que estaba contento. Y yo ahora que se me piantan unos lagrimones mientras escribo que él estaba contento. Y dejo que la tristeza fluya aún más, que toque fondo, porque una vez que se toca fondo es cuando se tiene pie para empezar a subir. El fondo es el impulso. Avergonzado de no tener la fortaleza de enfrentar con positivismo mis propios problemas, preso de mi propio silencio. Pero con la certeza de saber que, como sea, hay que enfrentarse a uno mismo. Quizás uno escribe porque escribir es llegar al borde del precipicio, y las palabras mismas son el vacío hacia donde uno se arroja; libremente, con la desesperanzada esperanza de siempre, pero siempre al fin se arroja. Allí voy.


sábado, 18 de julio de 2015

Notas acerca de la Fotografía XI - Tocar con la Mirada

Cómo es posible que tengamos la ¿impresión? de percibir sensorialmente texturas a través de la mirada?. Ciertamente es maravillosa la mirada y el ser humano (en general). 

¿Cómo se traduce la sensación de una textura que observamos en una fotografía?, mucho tendrá que ver la memoria personal y colectiva de la textura en particular que estemos observando, imagino. Pero, y qué pasa cuando vemos, por ejemplo, la fotografía de un ave a la que nunca hemos visto y posiblemente nunca veamos—y la composición y luz de la imagen nos da la sensación de la textura de sus alas?, lo haremos por una suerte de comparación?, nuestra mente (memoria) busca en la base de datos sensoriales un recuerdo (otra textura) con la que hayamos tenido contacto  y que de alguna forma se aproxime a lo que estamos viendo; y así a través de la mirada (de la fotografía), sentimos. Tal vez. Y a su vez, depende de cada textura en particular, y éstas, como posibilidades, son infinitas. Bastaría con detenerse a observar todas las superficies que nos rodean para descubrir que a través del tacto (ese sentido tan extenso!, el organismo cuenta con 4000 millones de receptores para percibir el dolor, 500 mil para sentir la presión, 150 mil para la percepción del frío y 16 mil para el calor, por ejemplo), damos también consciencia de la existencia de las cosas; y nos relacionamos con ellas.


La observación e interpretación de las texturas a través de una fotografía no depende pura y exclusivamente del observador (del ávido observador) sino también de la presentación de esa fotografía. Y si así seguimos, de la composición de esa fotografía. Cuando hablo de presentación, me refiero a la posterior edición de la imagen. Cuando la textura es el sujeto de la composición, debemos tratarla como tal, destacándola y extremando el cuidado de no sobrepasar el límite que ella misma supone, que es cuando ya no se destaca la textura hacia la interpretación sensorial, sino hacia la pericia de la edición de la misma. De la misma manera, cuidar la exposición a la hora de componer y hacer la fotografía. Un exceso de luz sobre cualquier tipo de superficie tiende a sobrepasar el límite del que hablo ya desde entrada, nomás. De la sobrexposición no se vuelve.

Y como la textura conecta directamente con la percepción sensorial a través de la mirada, toda textura es interesante fotográficamente, sólo depende de la creatividad e imaginación de quien construya a través de las mismas. Alguien ve una superficie congelada y recordará el frío de la infancia. Alguien ve la arena del mar y rememora veranos inolvidables. Alguien ve una llanura con cual sea el tipo de vegetación que la componga y sentirá deseos de salir de su casa. Es un juego tácito, donde los participantes no se ven ni se conocen y posiblemente nunca jamás lo harán; pero la fotografía puede despertar sentimientos, sensaciones en el otro que por un momento, o dos, o durante mucho tiempo; le genere algún tipo de acción (interna o externa) que modifique de alguna forma su estado de ánimo.

Y esa conexión, es mágica. Aunque las brujas no existan. Más allá de ser un ejercicio sumamente solitario la fotografía, es también la posibilidad de conectar a través de la mirada de otro, sin medir el impacto,y tras esto: sin descubrir los egos. El lenguaje de la imagen es tácito y reservado, pero sucede; y cuando sucede......