martes, 28 de abril de 2015

Contratiempos

El tiempo es una ilusión que compartimos como un acuerdo tácito y lúcido entre todos los mortales. El horario nos rige. Las horas nos imprimen incluso distancias. El vértigo cotidiano de las responsabilidades está a su vez superditado al implacable trazado de la totalidad diaria de los minutos. El tiempo es, en definitiva, una ilusión que la mayoría del tiempo, no nos alcanza. Y cuando ciertos eventos imprevistos se producen en la cotidianeidad del desarrollo de dicha ilusión, y súbitamente consumen minutos  o segundos como si fueran fuerzas con entidades propias, dispuestas allí con una feroz e inevitable voracidad...., esas circunstancias suelen ser sumamente irritantes. Son como el estado REM —pero a la inversa— de la ilusoria sensación del tiempo, son: los contratiempos. Es difícil catalogarlos, clasificarlos o encasillarlos para referirse a ellos con cierta síntesis; porque, como dijimos, son fuerzas con entidades propias, y que se ajustan además, convenientemente a cada rutina en particular. Basta con emprender una acción cotidiana cualquiera, en el más recóndito momento de nuestro día, para que el contratiempo despliegue su telaraña perversa y nos aprisione por vaya a saber —paradójicamente— cuánto tiempo....!. Y la razón se nubla y la sangre nos cuece el alma, y lanzamos improperios a la galaxia, adjudicando culpas insensatas a una inmensa nada y no nos importa si nos oye cualquiera, como cuando estás escribiendo en la computadora, y no va y se te apaga la luz, laputaquelosremilparió!.



lunes, 27 de abril de 2015

Y que me pisen....

Era un colegio salesiano, mis padres me enviaron allí porque mi hermano iba a allí —no se por qué lo enviaron allí a él, pero esa es otra historia. Esos años de primaria escolar bastaron para que me hiciera la idea de que el catolicismo no iba conmigo, y que la única religión que profesaría al salir y a través de todos estos años, fuera la música. Y la lectura. Y la fotografía. Y escribir. Y tantas otras. Cuando daba el timbre de salida, nos reunían a todos los cursos en el patio interno del colegio. Era una pasillo enorme con grandes ventanales que daban hacia el patio externo; en el exterior del patio, una gran arboleda de pinos hacía las veces de cerco perimetral, de tal modo que nada podía verse hacia fuera del colegio —la ciudad— y nada tampoco hacia adentro; estábamos aislados, sólo veíamos el cielo —vaya paradoja para un colegio así—. Y una bandera con un mástil gigante. Antes de retirarnos del colegio, con todo el alumnado formado en el patio interno con la vista al frente hacia el exterior, un alumno seleccionado previamente, más otro que oficiaba de escolta, procedían a arriar la bandera y llevarla a la oficina de la directora, hasta el otro día. Así, todos los días.

Lejos de sentir algún tipo de patriotismo alguno, la sola idea de quedar seleccionado me daba pavor. Sufría de una incomnensurable verguenza por (todo, en) aquella época, siempre fui muy solitario, incluso de pequeño —cosa que supieron comunicarle con cierta preocupación a mi madre—, y quedar expuesto a la vista de todos era una situación que, más allá de ser inevitable, era a su vez inexplicablemente agobiante. Agraciadamente, esta angustia se manifestaba sólo al momento en que se acercaba la hora de retirarnos. Nunca se sabía de antemano que curso había sido asignado para asignar al alumno que iría a la bandera, tal era la expresión que todos usábamos; por lo que hasta que la maestra decía o no decía nada, según la situación, el suspenso era fatal. Hasta que nada pasaba, o era otro el elegido. Y respiraba con un alivio que jamás he vuelto a sentir. Hasta que un día, el día llegó: supe que iría a la bandera, momentos después de haber entrado al aula. No se por qué lo habían decidido así, no lo recuerdo. Cabe mencionar aquí que tal designación, l@s maestr@s —obviamente— la realizaban con alegría, dando por sentado el enorme orgullo y felicidad con el que los alumnos afrontaban este evento patriótico sin ningún tipo de antecedente histórico hasta y para ese momento escolar de nuestras míseras vidas. A veces era así. Conocí a algunos que esperaron su momento ansiosos y lo disfrutaron plenamente. Como así también a otros a quienes les resultaba una valiosa pérdida de tiempo, casi una molestia. En mi caso, mi pudor le daba un carácter dramático, trágico, fatal. Hasta la idea de faltar, indefinidamente!, hasta que se olvidaran de enviarme a la bandera.

Pero con un sudor nervioso que hacía que el pantalón se me pegase a las piernas, con gotas de inevitable transpiración cayéndome por la espalda, con la frente empapada y la respiración contenida pero agitada; me dirigí desde la posición donde me encontraba formado, atravesando el frente de todo el alumnado —la compañía del único escolta detrás sólo empeoraba la situación, no se cómo, pero la empeoraba— hacia el patio externo recorriendo con la vista el camino a recorrer, que me pareció interminable, hasta llegar al pie del mástil que sostenía flameando la bandera estoica allí arriba. El escolta permanecía en silencio, en un silencio obligado. Ya que si bien nos encontrábamos fuera y nadie podía oírnos, la solemnidad del acto así lo dictaba. Ni siquiera un murmullo. Quedamos parados observando hacia el patio interno, donde detrás del vidrio, y dificultosamente por el reflejo, podíamos a ver a nuestra maestra de turno haciéndonos una seña para que comenzase a bajar la bandera; mientras dentro, todos murmuraban (cosa que se sigue haciendo aún hoy en nuestra época) las estrofas del himno nacional. Los dedos temblorosos, con una seriedad indescriptible, comencé a arriar la bandera. El escolta acompañaba mis movimientos con la vista fija hacia arriba. Yo también, aunque cada tanto relojeaba hacia adentro, el morbo era más. La bandera llegó por fin hasta mis manos, el momento se volvió álgido, nervioso, ceremoniosamente único. Y desenganché primero una, y luego la otra argolla con las cuales sostenían a la bandera de la cuerda. 


Nunca había tocado una bandera de mi país. De pronto, perdí toda la angustia y el pudor. Puse la palma de mis manos hacia arriba (el escolta hizo lo mismo) y la dejamos caer delicadamente sobre nuestras manos. Una vez que la sostuvimos, así, tendida sobre nuestras manos; me ganó la emoción. Comprendí realmente el ptivilegio, lo entendí a mi manera. Caminamos así los dos juntos sosteniendo la bandera, acompasando los pasos para que el momento, la solemnidad del momento no se fuera por la borda al trastabillar o chocarnos uno contra el otro; hasta subir los escalones para entrar al patio interno, donde todos nos aguardaban en perfecto silencio, observándonos fijamente. Entramos a la oficina de la directora, todavía ceremoniosos la colocábamos sobre el escritorio, la acomodábamos delicada y respetuosamente para que luciera esplendorosa; la miré por última vez antes de salir, y me dije que ese había sido un momento que yo no iba a olvidar jamás. Han pasado casi 30 años desde entonces, y recuerdo vívidamente esa tarde. Creo que más que un recuerdo, es un punto de convergencia en la memoria que nos conecta con nuestro ser interior, de manera tal, no de olvidar algún evento en especial, sino de no olvidarnos de nosotros mismos.

Notas acerca de la Fotografía V - La Cajita de Tesoros

Se me ha dado en pensar hace unos días, mientras realizaba unas fotografías de paisaje en la soledad y vastedad de la estepa, que la cámara termina siendo algo mucho más allá que tan sólo un instrumento. Se me antoja como una pequeña caja de tesoros (o recuerdos) que uno guarda; de esas que reposan sobre una mesa de luz, o escondida a la vista de todos dentro de un cajón medio roto. Imágenes coleccionables que duran lo que la rutina, el tiempo, el yeite, o el capricho!, hacen de la descarga de esas imágenes al ordenador para su posterior vista, borrado y/o edición, un tesoro olvidado —he allí el único momento en el que fotógrafo "saca fotos"— quiero decir, el momento decisivo de la fotografía ya pasó, mientras nuestra caja de pandora obtura, allí justo en ese instante resplandece el sentimiento en bruto de la fotografía. El mecanismo secuencial posterior a este momento, es un proceso alterno, que pretende una continuación; pero que carece de los sentidos que aunados se evocaron en el momento de la realización de la fotografía. Uno debe entonces, recordar, incluso a través de lo que la misma imagen evoca. Debe dejarse llevar por su propia fotografía, y congeniar con ella para su posterior coquetería —y cosmetología— digital. Luego puede uno recordar quizás, y hasta volver a sentir algo, un atisbo quizás; pero ya no es el mismo: ni el momento, ni uno mismo.


Suelo tener épocas en las que no me interesa sentarme frente al ordenador a ordenar las fotos; épocas en las que la cámara se me antoja nomás como cajita de tesoros. Y voy coleccionando: recuerdos, paisajes, momentos, evocaciones, soledades, luces, sombras, colores, lo que sea que se me antoje coleccionar. Cada tanto le hecho una mirada a mi pequeña y secreta colección a través de la pantalla; pero luego vuelve o a la mochila o arriba del escritorio, porque nunca se sabe en qué momento surgirá la necesidad (o la luz) de realizar una fotografía. Estos azarosos lapsos de tiempo permiten a su vez ir seleccionando las imágenes que a uno como espectador de su propia mirada, no lo satisfacen de la manera en que personalmente deberían; así luego, a la hora finalmente de vaciar la cajita en el ordenador, la tarea se vuelve menos engorrosa. Uno adquiere un gusto así también, por qué no?, y selecciona su trabajo con un criterio un poco más práctico sisequiere. El mal gusto reaparece luego a la hora de fotear, claro. Pero a ese sólo lo conocemos nosotros, nadie muestra lo que no le parece adecuado mostrar fotográficamente.



martes, 14 de abril de 2015

Compre ya su Microchip!

Suelo pensarlo antes de dormirme, y vuelvo a repetírmelo poco después de despertarme. Creo que podría ser de una utilidad ilimitada, y traería a su vez indescifrables consecuencias para nuestra psiquis tan diaria como humana. Es un concepto que se ha utilizado desde tiempos remotos, pero en el cine más contemporáneo sobre todo. 

Hay noches en que, con la serenidad que se logra en esos gloriosos momentos, la mente es capaz de desarrollar líneas de pensamiento que suelen resultar imposibles en otro momento del día, y en mi caso, resulta caprichoso y sumamente incómodo intentar registrar a través de la palabra escrita —cualquiera sea su método tales momentos de lucidez. O cuando sueñas con experiencias tan vívidas como placenteras que al instante siguiente de despertar no puedes recordarlas del todo, con cierta frustración.

Imagine usted ahora que tiene la capacidad de digitalizar esos momentos de lucidez, que puede ver en una pantalla al día siguiente, desayunando plácidamente, lo que soñó la noche anterior. Cómo le resultaría eso?. Cómo lo afectaría?. Bastará con descargar toda la información procesada por el microchip previamente instalado en su cerebro (y pagado en cómodas cuotas) a través de un dispositivo de transmisión de datos hacia su computadora personal; todos esas líneas de claros y ordenados pensamientos procesados en PDF, o un sueño fantástico en formato de video de alta definición; mientras se deleita con una rica taza de café, o unos buenos mates.

La mente es un universo inconmensurable que se expande infinitamente durante los sueños, durante las horas má lúcidas. La fantasía más bella y la perversión más oscura pueden asociarse de manera única. Es la profundidad del ser humano la que se alcanza. Es una empresa peligrosa, y a la vez fascinante. Sería deshumanizarse un poco esto?. Cómo conseguir el equilibrio para ver lo que siempre ha sido y estado vedado para nuestro consciente diario y utilizarlo para profundizar sobre nuestro propio ser?. Cuál es el límite, sopesando los beneficios y las consecuencias de acceder a este tipo de informacion?. 

El paso del tiempo hace que revisando las ideas, muchas de aquellas descabelladas hoy son una realidad común y palpable. No estamos lejos, creo yo, teniendo en cuenta lo eterno e insignificante que resulta el tiempo.





La Crème de la Crème

Recostado ya, viendo un poco de televisión y sin ganas de cambiar de canales durante los comerciales, los veo atentamente, como nunca. Hay bellas mujeres con bellos vestidos que dejan ver sus piernas, comentando acerca de las propiedades mágicas de una loción (o crema) como casi todas las publicidades de este tipo que anuncian y enuncian las maravillas que el producto puede (¿puede?) hacer. Su piel es de porcelana, de ensueño, de mentira. Una a una se sientan y mirando a cámara te hablan de la manera en que hablan cuando te quieren vender algo por televisión; con razón siempre evito la publicidad cuando la veo, y mientras dura la pausa, recorro vertiginosa (y obsesionada)mente toda la grilla de canales. En determinado momento, una de las bellas mujeres se aplica un poco de crema en su pierna derecha, una que representa maliciosamente a la competencia y que puede verse pixelada detrás. Seguidamente (aunque este acto es reproducido cómplicemente por el imaginario colectivo) se aplica del producto en cuestión; y con un descarado gesto de falsa sorpresa (no me vengan con la actuación) comenta cómo siente diferentes ambas piernas, que es in-cre-íble como cambia!, y que su pierna izquierda está mucho mejor que la derecha, no lo puede creer!, así que finalmente se cambia a ese producto y cada vez que lo aplica a sus piernas es inmensamente feliz por haberlo comprado.

Mientras veo el comercial recuerdo una vez en que llevé a mi pequeño hijo a la peluquería; y mientras la peluquera no paraba de hablar, yo miraba cada tanto  un televisor que tenían encendido (no se para qué, porque, como dije, la peluquera no paraba nunca de hablar) donde justamente estaban pasando un comercial de una de estas cremas. En este caso, la propiedad mágica de la misma consistía en eliminar paulatinamente las arrugas de la cara. 

La peluquera me ve observando la pantalla del televisor, y lejos de darse cuenta de que mi gesto correspondía a mi falta de deseos de seguir "escuchándola" respetuosamente; me cuenta que ella había comprado esa misma crema. Inmediatamente se adentra en la historia con una expresividad medida, pero con aire de auténtica indignación. Por efecto mismo de la publicidad televisiva, sumado a consejos de amigas, la había comprado esperanzada, pero los resultados habían sido totalmente inversos. De golpe tiene toda mi atención, y por momentos, su relato hace que deje de recortarle el cabello a mi pequeño, acentuando así detalles del mismo, y toda su indignación.

El cuidado y la atención de (la imagen y) la piel por parte de la mujer se remonta hacia tiempos muy antiguos, y el paso del tiempo, sabemos, es implacable. Pero, qué daño nos ha hecho la publicidad?. Nos crea necesidades innecesarias?. Estamos sujetos al consumismo, somo sujetos de consumo; y las marcas (o las grandes empresas dueñas de varias marcas) nos mantienen acondicionados a su antojo, obra y gracia del efecto de la impresión y la repetición a través de los medios. Qué grado de credibilidad le damos a esa publicidad donde la mujer se aplica dos cremas diferentes, una en cada pierna, y la diferencia en favor de la marca que vende es tanto inmediata como increíble?. Si no hay efectos secundarios, es efectivo y entonces el producto es ciento por ciento confiable?. En tal caso, una campaña publicitaria que prescinda de los estándares de banalización del cliente hará del producto uno serio?. Son demasiadas y tal vez inútiles preguntas, la cosa es que la señora ha terminado de recortarle el cabello a mi hijo; yo regreso de mi introspección y asiento algo que acaba de decir. Pago y me voy de aquí.


lunes, 13 de abril de 2015

El Dia que no murió Galeano

Hoy, que es tiempo pasado ya.

Mientras escribía un entrada anterior escucho que se ha muerto Galeano. Pienso de inmediato que: el que muere, es el hombre. Porque ese hombre es familia, es amigo, es —ahora— ausencia. Pero el escritor, el escritor es su obra, su pensamiento; y esto trasciende todas las fronteras del espacio y el tiempo. La muerte, la desaparición física de una persona atañe y aflige a quienes han compartido su tiempo con él; y ese dolor, el de la desaparación súbita y física de la persona es incontable y bastante indescriptible.

Para quienes conocimos a Eduardo Galeano a través de su obra, de sus libros, de sus relatos; Eduardo Galeano no ha muerto. Cada vez que alguien se acerque a su pensamiento, el escritor está y seguirá vivo....



Lo Terrible Sería

Pero sigues cayendo, la máquina del mundo se va alimentando de la luz del sol con una voracidad resacosa, y ha dado cuenta de todos los inmortales relojes, esas células malignas que son el cáncer más invisible de todo nuestro efímero tiempo. Y te subes al lomo de la cotidianeidad motora, te invaden la angustia sonora (toda angustia debería tener su propia banda sonora, eco de nosotros mismos) y esos atisbos de frágil alegría; esa tonta pero cierta esperanza que tenemos adherida como un sudor ineludible; y que allá en el fondo escarba y escarba y encuentra una pequeña y seca raíz de una sonrisa. Que brota sin dibujarse, una imaginación de los labios. Nos es inevitable, y la bestia cotidiana se sacude el lomo, y nosotros, insectos molestos intentamos por todos los medios de mantenernos en equilibrio —piensa un insecto mientras sale volando hacia el infinito y más allá—mientras bebemos un sorbo de café, soplando el borde de la tacita, y el humito nos atraviesa el rostro lagañoso, y el sol se cuela entre las nubes para lastimarnos tan dulcemente así los ojos.Y el café nos inunda, rebalsa a esa sonrisa furtiva, nutre esa imberbe raíz…y aún sin dejarla dibujarse, conjuga la luz dentro, justo en ese instante en que las nubes aseñoradas se chocan entre sí, y dejan al niño sol perdido entre sus traseros inquietos.

Se filtran instantáneamente todas las marcas del calendario, esas marcas que las de un prisionero de sus días y de sus culpas y de sus actos parecen. Se filtra la agenda diaria y ya pesan de lo interminables las horas —estamos a media taza de café, es hora también de que los fantasmas se asomen— ¿cómo lidiar con el lío de las okupaciones sin quedarse deshabitado de las sensaciones?. La eternidad debe durar no más que el instante ese en que nos hacemos la mitad de la pregunta, y para cuando no tengamos respuesta alguna; la fe en el efecto del café nos abrazará con fraterna religiosidad, y tal vez se dibuje la sonrisa y el mundo no nos parezca un lugar mejor sin duda, y la esperanza siga siendo tan tonta como cierta. O no, pero que más da, igual hay que salir, porque capaz que llegamos, o no?.

O no.

Tal vez tengamos todas las horas a nuestro favor, todos los días a nuestra merced, todas las eternidades juntas al alcance de nuestros pies. Y nos abrumen y no sepamos que hacer. O sí. Nos terminaremos esa taza de café y nos colgaremos con el ruido del agua de la canilla mientras la lavamos, en un recuerdo de un lugar del que nos sepamos lejos, hasta que ese lugar sean varios, y esos varios lugares se nos confundan con personas, y las personas se nos hagan música, y la música sea banda sonora de esperanza, recuerdos, angustias y felicidad mientras cerramos la canilla. Que podríamos hacer si nos curaran del cáncer del tiempo?, si nos desalojaran el alma de las ocupaciones?. Andá a saber…..pero lo terrible sería, eso sí, que no tuviéramos imaginación.



jueves, 9 de abril de 2015

Notas acerca de la Fotografía IV - El Ser y la Nada

De la forma en que primeramente me he preguntado si un sujeto que ha sido partícipe de algún modo en la realización de una película puede observar otra película dejándose llevar sólo por el ritmo y la trama del film, sin detenerse en alguna o todas las formas en las que ha sido realizado el mismo; me pregunto si un fotógrafo puede dejarse llevar por la exposición física o digital de una fotografía sin detenerse a observar o preguntarse de qué manera ha logrado el fotógrafo el resultado de dicha fotografía.


La pregunta (y tantas otras) nace para hablarme acerca de la interpretación de una obra fotográfica. Cuesta despegarse en la observación de una fotografía del fotógrafo que llevamos dentro?. Cuánto influye esto en establecer un diálogo con la imagen y disfrutar de lo que nos provoca puramente como lenguaje fotográfico?, tal vez acabe siendo un mera cuestión personal e instintiva de gustos y caprichos: algunos sólo se maravillan por el truco del mago y aplauden encantados, mientras otros están preguntándose aún cómo es que hizo lo que hizo. Por ello la fotografía carece de ideas que puedan postularse como absolutas, no hay normas para la realización y/o posterior observación. Si bien tengo la impresión de que existe cierto dualismo en el posible desarrollo de impresiones al respecto, es decir, encontraremos pensamientos antagónicos que no sólo defenderán su posición como propia sino como una posibilidad total de la idea; sino que encontraremos pensamientos también que acogan con cierta comodidad una determinada manera de manifestar lo que personalmente tal vez ni siquiera se han preguntado.

Qué significa para el autor de una fotografía que su obra no plantee otros interrogantes que no sean aquellos que se preguntan si usó tal o cual tipo de programa de edición?, o en tal drástico caso, qué es o significa el lenguaje fotográfico?. La fotografía, como forma de expresión, reproduce de alguna manera estados del alma, de la mente, de la historia y la cultura de quien produce una obra fotográfica; un proceso mental y espiritual que se realiza en la más profunda soledad de nuestro ser; pero que incluye un juego de contrasentidos a la hora de producirse la obra en sí, el producto, la fotografía. Si no es expuesta, que significa esa fotografía para el autor?. Cuál es su complejo o sencillo sentido?. Y si existe como lenguaje, como expresión artística y espiritual; está destinada esa fotografía sólo para un grupo heterogéneo que se corresponderá con este tipo de lenguaje?. La imagen produce indefectiblemente un efecto que es tan indescifrable como universal, y dependiendo, no podemos obviar esta cuestión, del tipo de fotografía expuesta.

Muchos genios han sido malentendidos, se dice, pero no todos los malentendidos son genios. La composición de una imagen que ha sido pensada meticulosamante en una situación azarosa o programada; intentará de una u otra forma: decir. Se crea un diálogo con el entorno, se recorta un cuadro de ese entorno y se compone (o se reproduce) a través de ese recorte un diálogo interno entre el fotógrafo y el cuadro, que finalmente se traduce en la construcción de una imagen que puede representar ese efecto tan indescifrable y universal que desconocemos, que es a su vez, otro diálogo; que flota en la imagen con conciencia propia tal vez, obra del autor. El fotógrafo lo sabe. Pregunto: así como el mago saca un conejo de la galera, los fotógrafos sacan fotografías de la cámara?. La cámara resulta, en ¿contraposición? con la galera, una herramienta con facultades técnicas creadas por y para el hombre que utiliza el fotógrafo para realizar su obra; produce, realiza una fotografía con la ayuda de la cámara. Ambos, son partícipes del proceso osmótico de la fotografía; por ello el fotógrafo digo yo que hace, no saca. Le da conciencia propia a la fotografía, le otorga pensamiento —el fotógrafo, no sólo no saca (y como dije: hace), si no que dice.

Y si no quiere decir nada?, si el fotógrafo sólo hace?.

Como dije, no hay ideas que puedan postularse como absolutas, y los interrogantes llevan hacia otros, tal vez indefinidamente. Y las discusiones de estas ideas se dan rara vez. La misma soledad de nuestro ser es el escenario donde la fotografía se manifiesta, y en esa misma profundidad el ego despierta a su vez todo tipo de vanidades y suceptibilidades. Y la indagación adormece ese ego, mantiene al espíritu en constante movimiento; un movimiento que conlleva a enriquecer el pensamiento fotográfico, y con ello, la práctica se vuelve un camino de descubrimientos interminable.

miércoles, 8 de abril de 2015

De pronto: Llueve

Mirá vos, de pronto: llueve. A las seis de la tarde. Sobre ya un colchón de abriles. Sobre las chapas de zinc que van pentagramando las gotas, esa música aleatoria que cobija la espera y el paso de las horas. Te hacés unos mates, los ojos arden: un poco por sueño, y otro poco por la luz de la pantalla de estas exiguas líneas. El televisor de fondo encendido, enmudecido, hay personajes que hablan, y te das cuenta cuánto se habla a través de los gestos, del movimiento de las manos. Qué dicen?. Se ríen. Llueve más fuerte. Bendito sea el zinc y el paisaje sonoro de las alamedas que se mecen por un tímido viento. Hace un rato anduve caminando, hay aquí cerca una alameda pequeña; es un camino de entrada y a ambos lados se alzan centinelas unos 15 o 20 álamos (ahora es que se me ocurre contarlos). Se hizo el crepúsculo hoy, allí temprano, y las nubes van apagando ahora todo aún más prematuramente, parecen apurar el asunto; tengo dos ventanales grandes que dejan entrar la última luz del día, que se funde con la luz de la pantalla y van mezclándose entre las baldosas del piso. El piso está sucio, entonces las sombras que se recortan parecen tristes, pero es suciedad, no tristeza. Los mates se lavan, pero como no hay nadie para notarlo, ni siquiera cambio la yerba, porque el agua todavía está buena. Aguita linda. Pasan rápidos los autos fuera, el sonido de las ruedas sobre el agua del asfalto los delata, es la hora de regreso a casa, hay mucho tráfico, es inútil apurarse. De pronto: deja de llover. Y entonces dejo de escribir.....



Una Verdadera Experiencia Interestellar

Finalmente ví Interestellar. Había leído tanto acerca de esa película, que tenía esta vez el firme presentimiento de que no era una película más de esas que uno tiene el presentimiento. Tardé en verla —cuestiones técnicas que hacen a la calidad del archivo de video que la contiene; dada su temática y en cuanto a imagen y sonido, y como no tuve la posibilidad de poder ir a verla al cine; necesitaba verla al menos, con una muy buena nitidez; nada de cosas piratas....mal pirateadas, je.

Interestellar cruza esa barrera que suelo ver cuando una película deja de ser una película; y se convierte en cine. Qué es el cine? —me pregunto entonces. Es lo que es para lo que cada uno signifique y sea, quien la tiene tan larga para decir lo que verdaderamente es?. Para mí, en este caso y en otros como (por citar ejemplos un tanto recientes) Birdman I Origins; uno no está viendo una película, no es entretenimiento; uno está siendo parte de una experiencia. Interestellar te atrapa, hace que te olvides de vos y de todo y te hace ser parte de la historia. Se caen las armaduras mentales, esa crítica omnipresente que acecha cuadro tras cuadro, diálogo tras diálogo. Es una historia que fluye y fluye a través de uno. Una experiencia magnífica. El cine como arte y la ciencia como herramienta para ambos.



Si bien, debo confesar; por escasos momentos tuve reminisencias a Gravity (más por la actuación en ciertas escenas de Anne Hathaway o cuando el Dr. Mann estropea el Endurance), lejos estuve siquiera de imaginar algún tipo de comparación. Toda la historia está contada de manera brillante, creo yo; que es además una historia que no tiene fin, no es una película que comienza, donde pasan las más de dos horas de metraje y luego termina, no. Diré más, cuando terminé de verla me dije: —tengo que verla de nuevo. Cosa que así será. Representa una experiencia bisagra para la hora de rememorar mi historia personal con el cine, y la películas. Yo pensaba luego (y tal vez mientras también, ahora que lo pienso mejor) que Interestellar debía tener el valor artístico, o que debía haber producido un similar efecto al menos al de 2001: Odisea del Espacio. Lo pensaba porque, según mi edad, he vivido la experiencia fílmica de Kubrick ya muy lejos de su estreno, con todo lo que ello significa.

Uno se encuentra ante una obra de la que es imposible ser indiferente (si se la ve, claro). He leído también críticas muy detractoras; pero como siempre a veces sucede, me da la sensación de que ciertas críticas están escritas desde un sitio donde poco importa la crítica, sino más el hecho de saber que el crítico como tal, con nombre y apellido, tiene y exime su capacidad de crítica como escritura. Es decir, el ego y la mala leche. Si todavía no han visto Interestellar, y más aún si no tienen mucha idea de qué se trata la película, véanla; y saquen sus propias conclusiones. Como dijo mi hermano mayor, una crítica que siempre he estimado muchísimo: —tá buenísima, boludo.

martes, 7 de abril de 2015

Notas acerca de la Fotografía III - Paisajismo Personal

Cuánta amplitud se le da o debería dársele a un paisaje que se está fotografiando?. Ese deber, primitivamente, va por cuenta de la intuición de cada uno y de acuerdo a su personal mirada, claro está. Si usted, por ejemplo, ensancha el cuadro y elije situar a un objeto o sujeto en un punto cualquiera del mismo, tenga en cuenta el tipo de paisaje que se extiende por detrás de ese objeto o sujeto. Si acaso se extiende en la distancia, si el paisaje es llano, es decir, si el juego de líneas ha de ser estrictamente horizontal como lo puede ser una paisaje marino o desértico— o la altura de cualquier formación montañosa no alcanza para relacionar en marcado contraste a su objeto o sujeto, es importante en tal caso distribuir los espacios delimitados de manera tal de construir un punto de vista que ubique al sujeto/objeto como observador conjunto del observador, o parte misma del paisaje también. La misma relación entre los espacios dentro del cuadro genera a su vez el diálogo en el imaginario interpretativo del observador (tanto o más cielo, por citar un sencillo pero elemental ejemplo, que puede estar abierto o cubierto de nubes, disparará diversas ideas y/o imaginaciones). También es importante aprehender el tipo de textura del paisaje, la inclusión de tales texturas en directa relación o no con el sujeto/objeto, en tamaño y forma, tendrá un similar efecto.

Si acaso por estrictas e inevitables condiciones del lugar, se viera obligado a incluir otros elementos secundarios dentro de la toma, la pregunta sería de qué manera secundar al actor principal de la fotografía. La ubicación del o los mismos con respecto a este último dependerá, más allá de como dijimosde las condiciones del lugar de lo que el fotógrafo interprete finalmente en el momento con respecto al tipo de elemento secundario, qué relación tiene con el paisaje y con el objeto/sujeto mismo, la distancia entre los mismos, el tamaño de tal o cual, la posibilidad de quedar ambos en foco o mezclarlo con el bokeh, entrando en juego aquí la profundidad de campo elegida,el tipo de equipo utlizado para la toma, etc. El trabajo posterior de edición siempre ayuda a que a la hora de una toma donde un elemento secundario distrae o molesta una composición que previamente ya satisface plenamente, pueda fotografiarse de manera tal de tener luego la posibilidad de eliminarlo a través del uso de alguna herramienta de edición para tal fin (un ejemplo sería el de fundir dicho elemento en la espesura o textura del paisaje).

La relación del hombre (como ser humano) dentro del paisaje de naturaleza es un tema que nos es profundo a todos. El uso desmedido e inconsciente de los aparatos electrónicos tienden parsimoniosamente a alienar el estado natural del hombre cada vez más. El tema fotográfico del paisajismo, se presta interminablemente para plantear este tipo de cuestiones, de alienaciones. Y de darle valor al sentido del respeto y la preservación. El paisajismo es el retrato del mundo que nos rodea, la fotografía es el retrato del mundo como nosotros lo vemos; es un lenguaje que prescinde exquisitamente de las palabras, un lenguaje expresado a través de la intuición del fotógrafo en la construcción, en la com-po-si-ción de una imagen.

(continuará...)



 Todo está en la perspectiva.....somos tan parte de este paisaje, de este lugar, de este planeta; como lo es el viento en un desolado y gris....día de viento.


lunes, 6 de abril de 2015

Sartre y Yo

Encontré en casa de mi madre una vieja colección de libros que ella misma me había comprado cuando yo era adolescente. Ella nunca leyó un libro, pero siempre le gustaron como elementos decorativos. Y los que nunca canjeé en la librería todavía resisten inertes y estoicos el paso del tiempo en estantes de muebles y bibliotecas del living y de las habitaciones. Buscábamos un papel médico que necesitábamos y lo tenía guardado entre las páginas de uno de los libros. Así fue como me llevé "prestado" La Náusea, de Sartre. Lo debo haber leído a los tempranos veintipico (calculo), porque no recordaba nada del libro allí. Los libros era de una colección Maestros de la Literatura Contemporánea, colecciones que cada tanto algún diario o revista edita y saca a la luz, en buena hora. Y ella, como dije, que nunca había ni ha leído; me incentivaba (Gracias, Viejita querida!) para que yo así lo hiciera.


Las hojas un tanto amarillentas, tapa azul, dura, con letras doradas; y ese olor tan característico no de los libros, sino de cada uno en especial. La fuente del libro, el estilo de letra: era del tipo Typwritter, es decir, como la de las viejas máquinas de escribir. Son letras grandes, bien cargadas de tinta, en algunas páginas sobre todo; lejos de la impresión de un libro actual cualquiera. Me gusta eso, se ve diferente, y la verdad es que no se cuánto tenga que ver para cada uno el tipo de impresión que se le ha dado, el tipo de fuente elegida para la lectura en sí. Tal vez para otros no signifique nada, pero para mí sí. Confieso que al principio me costó engancharme por esa misma razón, pero luego, una vez que las palabras fluyen en la imaginación, es lo de menos.

Me toma un par de semanas leerlo. Tengo tiempo en el trabajo. Alguna que otra tarde, mientras dejo que mi hijo juegue un rato en la computadora, lo acompaño leyendo cerca desde un sillón incómodo que tenemos. Nos ignoramos pero nos sabemos presentes. Debo confesar que me gusta que me vea leer, tengo la esperanza de que tarde o temprano le llame poderosamente la atención y sienta curiosidad, todavía es pequeño. Mientras Sartre, o su personaje, me habla y me cuenta de toda su enorme soledad. Esa soledad del ser humano que no está emparentada con la tristeza (o tal vez sí un poco, cuando el amor juega sus cartas). Me encuentro en algunos breves pasajes del libro muy emparantado con su forma de ver, y hasta me parece haber sentido La Náusea alguna vez en mi corta vida. Muy loco. El libro está escrito a modo de diario y su modo de describir situaciones, paisajes y pensamientos es melancólica, poderosamente melancólica. Sumergirse en la lectura es entrar en una atmósfera densa, oscura, como si a una niebla se adentrara uno. E irremediablemente hace que asocies esas situaciones, paisajes y pensamientos con uno mismo.

Hubo una noche que en el laburo se cortó la luz de madrugada y no volvió hasta las dos horas. Yo debía quedarme despierto obviamente, así que tomé una linterna muy grande, la acomodé en una mesa de manera tal que apunte hacia la página del libro abierto y leí así el transcurso de la espera. Avancé muchísimo, fueron muchas páginas, fue el momento que más me transportó hacia otro lado. Cuán importante es a veces leer en el más completo y absoluto silencio.

Les dejaré un pequeño párrafo que, como siempre hago cuando considero importante hacerlo, puse entre corchetes, con un lápiz negro; y que de alguna forma, como dije más arriba, asocié conmigo mismo:

"He pensado lo siguiente: para que el suceso más trivial se convierta en aventura, es necesario y suficiente contarlo. Esto es lo que engaña a la gente; el hombre es siempre un narrador de historias; vive rodeado de sus historias y de las ajenas, ve a través de ellas todo lo que le sucede, y trata de vivir su vida como si la contara".

Nunca es tarde ni para leer, ni para releer un libro, cualquiera sea. Nunca somos los mismos. Yo lo recomiendo, claro, por qué no?.

miércoles, 1 de abril de 2015

Notas acerca de la Fotografía II - La Yapa


Intentar o querer gustar en la fotografía como propósito final (incluso de la fotografía misma) es un tarea un tanto inútil, improductiva. Cuál es el motivo para ello?, la satisfacción personal dirá aquél destacado fotógrafo experimentado que intenta y gusta confrontar y mostrarse seguro a través de una muy mal disimulada confesión. Una confrontación que creo también inútil. Todo aquél que comparte una imagen (su fotografía, como obra personal) publicándola en la red espera tácitamente una especie de retribución por la misma, de la forma cual fuere según el sitio donde ha sido publicada, un pulgar arriba, una estrella, un corazón, unas palabras, etc. Y en el más profundo secreto se puede cometer el error de calificar o tasar la ¿calidad? o el significado de una imagen a través de la contabilidad de estos gestos digitales, de estas retribuciones indescifrables, de cierto prestigio adquirido luego también, por qué no?. La imagen publicada no es un fin, es en última instancia, una consecuencia de un acto noble y agigantador como el de fotografiar. No hay que olvidarse de uno mismo, aún durante el más profundo secreto. El prestigio es una mentira que nos repetimos a diario y a escondidas. La fotografía es un ejercicio personal, un acto de reflexión y contemplación que se manifiesta a través de una imagen que creamos en nuestras mentes primero y en (y con) la cámara luego; y de la cual, en tal caso, nos vanagloriamos en un éxtasis tanto o más puro como secreto, y en la —a su justa vez— más pura y profunda soledad. Esa es la verdadera satisfacción personal, exenta de todo; libre de todo veneno moral. Como un ejercicio de masturbación casi. Todo lo demás es yapa. O caretaje.



Vino la Tía Meli....

Ayer vino la tía Meli de Buenos Aires. Vino de sorpresa y hacía años que no la veíamos, de hecho era la primera vez que yo la veía en persona, siempre vivió en Buenos Aires, sólo la conocía por fotos. Fue cariñosamente extraño, me saludó con un beso de esos que te dan sólo quienes te han visto crecer (o al menos así lo creía yo). Luego de los saludos y de desempilcharse, de poner sobre la mesa un exquisito salame casero traído de no recuerdo dónde; tuvimos una cena sencilla con pizzas y cerveza negra. La charla se desarrollaba deliciosamente. De golpe, recordó de manera efusiva que había tenido un accidente, bajando del colectivo, se la llevó puesta una moto conducida por una chica que luego escapó, o intentó escapar.

Sólo recordaba haberle hecho una seña al chofer de que se iba a bajar, el colectivero asintió, bajó cuidadosamente (según ella) los escalones del bondi y en cuanto pisó la calle, desde allí, no recuerda nada más, hasta que despierta y siente que está tendida en el asfalto ardiente de un diciembre de Buenos Aires, boca abajo. Y que le duele todo. La gente que la auxilió le pedía que no se mueva, y que si quería que llamasen a algún familiar; pero no puede sacar el celular del bolso porque quedó debajo de ella, amortiguando agraciadamente la caída. Una vez llegada la ambulancia la llevan a un hospital, y queda en la guardia. En la guardia se arma lío, porque la querían dejar internada para observación —ella se negaba rotundamente— pero el inconveniente era el lugar, porque por obra social debería venir a buscarla otra ambulancia y llevarla a otro nosocomio (o algo así). En fin, la cosa es que queda allí esperando la vengan a buscar, luego de que la chica hiciera la llamada correspondiente. Repetía que no quería quedarse internada, que se sentía bien. Dolorida, pero bien.

En eso, sienten que llega una ambulancia, y cuenta que puede ver cuando abren las puertas y empiezan a salir policías deseperados a los gritos. Traían dos heridos de bala. Uno, un comisario con una bala en el pecho, que sangraba mucho decía la tía. Y también, un chorro. El comisario volvía a su casa, lo interceptaron para robarle, terminó mal la cosa. Otro había escapado, herido. La Tía, angustiada en la guardia del hospital, contaba todo esto en la cena anoche, con una naturalidad, una cotidianeidad (a pesar de la situación) que a mí me llamó poderosamente la atención mientras la escuchaba y la observaba atentamente.

Vivimos lejos de Buenos Aires; aquí, es, dentro de todo una ciudad que todavía está creciendo, desde todos los ámbitos y descontroladamente; pero lo que me asombró y me asombra (porque testimonios así se ven diaramente en los noticieros de televisión) es lo acostumbrados que parecen estár a este tipo de situaciones allá en los Buenos Aires, escuchándola a la tía Meli. Y lo digo por que acá, por ser la ciudad que aún es, no hay la vorágine ni la locura con la que imagino se ha de vivir en un metrópoli como lo es la capital de un país como el nuestro; con todos los problemas y toda la desigualdad que es caldo de cultivo para problemas sociales muy serios. Es tan triste toda esa resignación que se traduce a través del acostumbramiento a la violencia, esa enfermedad que la sociedad padece tanto hoy por hoy. Y de pronto, mientras escribo, recuerdo que hace unos meses atrás, se había perdido un chico por acá (unos 16 años habrá tenido); y al poco tiempo lo encontraron en el patio de una casa vecina, enterrado en un foso, cubierto con bolsas de plástico negra y atado con alambre....y entonces, la tristeza es mayor; porque mirando atrás en los años, episodios así eran inimaginables por aquí; y surge el miedo de si con el tiempo, no nos iremos acostumbrando aquí también. Es una pena realmente, y ojalá que no.