martes, 14 de abril de 2015

La Crème de la Crème

Recostado ya, viendo un poco de televisión y sin ganas de cambiar de canales durante los comerciales, los veo atentamente, como nunca. Hay bellas mujeres con bellos vestidos que dejan ver sus piernas, comentando acerca de las propiedades mágicas de una loción (o crema) como casi todas las publicidades de este tipo que anuncian y enuncian las maravillas que el producto puede (¿puede?) hacer. Su piel es de porcelana, de ensueño, de mentira. Una a una se sientan y mirando a cámara te hablan de la manera en que hablan cuando te quieren vender algo por televisión; con razón siempre evito la publicidad cuando la veo, y mientras dura la pausa, recorro vertiginosa (y obsesionada)mente toda la grilla de canales. En determinado momento, una de las bellas mujeres se aplica un poco de crema en su pierna derecha, una que representa maliciosamente a la competencia y que puede verse pixelada detrás. Seguidamente (aunque este acto es reproducido cómplicemente por el imaginario colectivo) se aplica del producto en cuestión; y con un descarado gesto de falsa sorpresa (no me vengan con la actuación) comenta cómo siente diferentes ambas piernas, que es in-cre-íble como cambia!, y que su pierna izquierda está mucho mejor que la derecha, no lo puede creer!, así que finalmente se cambia a ese producto y cada vez que lo aplica a sus piernas es inmensamente feliz por haberlo comprado.

Mientras veo el comercial recuerdo una vez en que llevé a mi pequeño hijo a la peluquería; y mientras la peluquera no paraba de hablar, yo miraba cada tanto  un televisor que tenían encendido (no se para qué, porque, como dije, la peluquera no paraba nunca de hablar) donde justamente estaban pasando un comercial de una de estas cremas. En este caso, la propiedad mágica de la misma consistía en eliminar paulatinamente las arrugas de la cara. 

La peluquera me ve observando la pantalla del televisor, y lejos de darse cuenta de que mi gesto correspondía a mi falta de deseos de seguir "escuchándola" respetuosamente; me cuenta que ella había comprado esa misma crema. Inmediatamente se adentra en la historia con una expresividad medida, pero con aire de auténtica indignación. Por efecto mismo de la publicidad televisiva, sumado a consejos de amigas, la había comprado esperanzada, pero los resultados habían sido totalmente inversos. De golpe tiene toda mi atención, y por momentos, su relato hace que deje de recortarle el cabello a mi pequeño, acentuando así detalles del mismo, y toda su indignación.

El cuidado y la atención de (la imagen y) la piel por parte de la mujer se remonta hacia tiempos muy antiguos, y el paso del tiempo, sabemos, es implacable. Pero, qué daño nos ha hecho la publicidad?. Nos crea necesidades innecesarias?. Estamos sujetos al consumismo, somo sujetos de consumo; y las marcas (o las grandes empresas dueñas de varias marcas) nos mantienen acondicionados a su antojo, obra y gracia del efecto de la impresión y la repetición a través de los medios. Qué grado de credibilidad le damos a esa publicidad donde la mujer se aplica dos cremas diferentes, una en cada pierna, y la diferencia en favor de la marca que vende es tanto inmediata como increíble?. Si no hay efectos secundarios, es efectivo y entonces el producto es ciento por ciento confiable?. En tal caso, una campaña publicitaria que prescinda de los estándares de banalización del cliente hará del producto uno serio?. Son demasiadas y tal vez inútiles preguntas, la cosa es que la señora ha terminado de recortarle el cabello a mi hijo; yo regreso de mi introspección y asiento algo que acaba de decir. Pago y me voy de aquí.


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