miércoles, 1 de abril de 2015

Vino la Tía Meli....

Ayer vino la tía Meli de Buenos Aires. Vino de sorpresa y hacía años que no la veíamos, de hecho era la primera vez que yo la veía en persona, siempre vivió en Buenos Aires, sólo la conocía por fotos. Fue cariñosamente extraño, me saludó con un beso de esos que te dan sólo quienes te han visto crecer (o al menos así lo creía yo). Luego de los saludos y de desempilcharse, de poner sobre la mesa un exquisito salame casero traído de no recuerdo dónde; tuvimos una cena sencilla con pizzas y cerveza negra. La charla se desarrollaba deliciosamente. De golpe, recordó de manera efusiva que había tenido un accidente, bajando del colectivo, se la llevó puesta una moto conducida por una chica que luego escapó, o intentó escapar.

Sólo recordaba haberle hecho una seña al chofer de que se iba a bajar, el colectivero asintió, bajó cuidadosamente (según ella) los escalones del bondi y en cuanto pisó la calle, desde allí, no recuerda nada más, hasta que despierta y siente que está tendida en el asfalto ardiente de un diciembre de Buenos Aires, boca abajo. Y que le duele todo. La gente que la auxilió le pedía que no se mueva, y que si quería que llamasen a algún familiar; pero no puede sacar el celular del bolso porque quedó debajo de ella, amortiguando agraciadamente la caída. Una vez llegada la ambulancia la llevan a un hospital, y queda en la guardia. En la guardia se arma lío, porque la querían dejar internada para observación —ella se negaba rotundamente— pero el inconveniente era el lugar, porque por obra social debería venir a buscarla otra ambulancia y llevarla a otro nosocomio (o algo así). En fin, la cosa es que queda allí esperando la vengan a buscar, luego de que la chica hiciera la llamada correspondiente. Repetía que no quería quedarse internada, que se sentía bien. Dolorida, pero bien.

En eso, sienten que llega una ambulancia, y cuenta que puede ver cuando abren las puertas y empiezan a salir policías deseperados a los gritos. Traían dos heridos de bala. Uno, un comisario con una bala en el pecho, que sangraba mucho decía la tía. Y también, un chorro. El comisario volvía a su casa, lo interceptaron para robarle, terminó mal la cosa. Otro había escapado, herido. La Tía, angustiada en la guardia del hospital, contaba todo esto en la cena anoche, con una naturalidad, una cotidianeidad (a pesar de la situación) que a mí me llamó poderosamente la atención mientras la escuchaba y la observaba atentamente.

Vivimos lejos de Buenos Aires; aquí, es, dentro de todo una ciudad que todavía está creciendo, desde todos los ámbitos y descontroladamente; pero lo que me asombró y me asombra (porque testimonios así se ven diaramente en los noticieros de televisión) es lo acostumbrados que parecen estár a este tipo de situaciones allá en los Buenos Aires, escuchándola a la tía Meli. Y lo digo por que acá, por ser la ciudad que aún es, no hay la vorágine ni la locura con la que imagino se ha de vivir en un metrópoli como lo es la capital de un país como el nuestro; con todos los problemas y toda la desigualdad que es caldo de cultivo para problemas sociales muy serios. Es tan triste toda esa resignación que se traduce a través del acostumbramiento a la violencia, esa enfermedad que la sociedad padece tanto hoy por hoy. Y de pronto, mientras escribo, recuerdo que hace unos meses atrás, se había perdido un chico por acá (unos 16 años habrá tenido); y al poco tiempo lo encontraron en el patio de una casa vecina, enterrado en un foso, cubierto con bolsas de plástico negra y atado con alambre....y entonces, la tristeza es mayor; porque mirando atrás en los años, episodios así eran inimaginables por aquí; y surge el miedo de si con el tiempo, no nos iremos acostumbrando aquí también. Es una pena realmente, y ojalá que no.

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