domingo, 27 de enero de 2019

¿Existe la Belleza?

    Existe una perspectiva de la belleza que está relacionada estrictamente con las formas y cómo cultural e intrínsecamente estamos relacionados con esa perspectiva de las formas. Me refiero a las formas como estética corporal, una estética que ha sido incorporada  —y que es constantemente bombardeada y moldeada— en el inconsciente por las grandes marcas a través de la publicidad. Lo bello tiene que ver con lo inmaculado, con la perfección, con las curvaturas de proporciones armoniosas de cuerpos arbitrariamente seleccionados que invisibilizan la diversidad de lo humano en cuanto a su real estructura física. Esto genera además un inconformismo peligrosamente indigerible en muchos aquellos que sienten que sus cuerpos están por fuera de esos parámetros creados pura y exclusivamente para excluir e inconformar. ¿Qué es bello? ¿Qué es feo? ¿Qué es la belleza? ¿Qué es la fealdad? Si bien definir los parámetros de lo bello y lo feo es construir mecanismos de exclusión, estamos tan habituados a concebir subjetivamente estos mecanismos que son los que inevitablemente utilizamos como instrumento de sesgo, de confirmación, de aceptación; consciente e inconscientemente. 

La aceptación, como dilema disparador, es una puja entre ese consenso social de lo bello y lo feo con la contemplación de nuestra propia apariencia; ni siquiera nosotros mismos podemos escapar de esa indagatoria: ¿soy lindo? ¿soy feo? El dilema es, en realidad, el hecho sustancial del surgimiento de la propia indagatoria en sí, el por qué debemos sentir esa, en definitiva, disociación. Hay una frase que nunca he dejado de recordar y que incluso muchas veces he tenido la posibilidad de mencionarla en voz alta en determinadas ocasiones: la belleza vive en los ojos de quien la ve. Y nosotros nos vemos diariamente, si bien quizás solamente el tiempo que nos lleva estar frente al espejo cuando la ocasión así lo requiera, nos vemos; y esa imagen que vemos, distorsionada por la acción misma del espejo además, es la imagen que de una u otra manera sometemos al juicio que invisiblemente plantea la industria del comercio relacionada con la belleza. Por lo que, si existe una indagatoria, lo más probable es que exista una respuesta. Y esa respuesta, sea cual sea, va a ser determinante para la concepción y construcción de nuestro pensamiento amoroso, y en consecuencia, social.


Es imposible definir lo que es bello cuando lo que nos define a nosotros mismos es la diversidad; o en tal caso, la belleza es la diversidad misma. Y la forma única en que los seres humanos encontramos esa belleza, esa diversidad, en determinadas formas, en determinadas personas es lo que nos define en nuestra manera de relacionarnos. ¿Qué es lo que nos atrae del otro? Hay una respuesta para esa pregunta como por cada ser humano que existe en este mundo. La atracción —física en este caso— es el primer contacto con lo que consideramos bello. Es una imagen que se siente. Si cada ser humano está capacitado para sentir esta forma de atracción única con respecto a otro ser humano, ¿por qué debemos mutilar ese sentimiento, estructurarlo para convertirlo en plusvalía con la triste consecuencia de generar segmentación y disconformidad en la intersubjetividad de las personas? Si siempre hay un roto para un descocido. La belleza es también equilibrio. Porque la atracción física lleva a la atracción espiritual, también parte de la belleza. Los rasgos que difieran de las normas estereotipadas poco valor tendrán una vez que el umbral de la emotividad haya sido cruzado. La atracción —espiritual en este caso— se puede producir tan sólo por el sonido de una voz. Sólo escuchar una voz puede traspasar, y hasta derribar todos los parámetros preestablecidos. Es esa reverberancia en lo más profundo de nuestro ser la que nos hace sentir belleza, la que nos hace encontrar la belleza en el otro. Esto es equilibrio. Porque la mente no puede dejar de disociar entre lo bello y lo feo entre todo lo que ve, la dualidad está indefectiblemente relacionada con la manera de concebir el mundo que la rodea. El estado de conciencia está gobernado por el pensamiento binario. Por eso, la belleza es sentir.

Sentimos con los ojos cuando las formas y la proporción de las formas nos producen placer, excitación; y mientras nuestro idaeario de atracción esté menos corrompido por la cantidad de imágenes que se nos presentan como dictamen de lo bello, mayor será nuestro equilibrio a la hora de relacionarnos, no sólo con nosotros mismos, sino con los demás. Es una tarea sumamente difícil, pero una tarea que debemos realizar al fin.

0 comentarios :