viernes, 22 de marzo de 2019

Autumn is coming...

        
        El verano definitivamente nos ha abandonado, la luz ha dejado de mostrarse con esa calidez que se percibe fácilmente no bien uno se asoma por la ventana por las mañanas de enero y febrero último. También han regresado los horarios de trabajo, por lo que el tiempo —o la percepción del tiempo mejor dicho— ya es otro; nunca ha dejado de parecerme fascinante como las horas se transforman, mutan cuando uno momentáneamente se libra de ciertas responsabilidades. Y cuando vuelven. Porque ya es marzo. Pronto comenzará el período lectivo incluso y las horas volverán a cambiar una vez más, alterando también otra vez, la percepción del tiempo. Ha regresado también el viento. No sólo por el cambio próximo de estación, sino por la geografía del lugar que habito, el viento por aquí es un asiduo visitante (me gusta dejar los ambientes en silencio cuando sopla, al menos, de forma respetuosa) y da la casualidad acaso de que en la ciudad, al menos los sitios que frecuento, hay muchos álamos; y en la combinación perfecta producto de la frondosidad y altura, el sonido que produce el efecto del viento es muy relajante, una suerte de inhalación y exhalación; es un sonido muy peculiar, nostalgioso. Y es que tengo recuerdos de mi niñez directamente asociados a esos árboles. Hace muchos años atrás, había muchas más arboledas de las que hoy subsisten hoy en la ciudad. Camino de regreso de la escuela, solía hacerlo por unas calles que todavía hoy circundan un predio gigantesco perteneciente a la municipalidad que estaban repletas de álamos a lo largo de sus veredas, uno al lado del otro, separados por apenas dos o tres metros entre sí. Disfrutaba muchísimo pasar por allí pateando el grueso colchón de hojas que se formaba; el ruido, levemente ensordecedor por momentos, era maravilloso, como así también la sensación. Pero también cuando había viento y me detenía unos momentos a escuchar ese siseo acompasado, como un arrullo; con la vista clavada a 90 grados viendo como se mecían cansinamente. Es el mismo arrullo que escucho en mi casa cuando estoy solo, y me quedo en silencio leyendo, cocinando o navegando por internet, ya que en el patio hay un álamo, uno solo, pero es gigante; y también ahora mientras escribo en el trabajo, también en silencio, escuchando la alameda que está a unos 80 metros de mi ventana. Es que hay mucho viento y llueve, es marzo y el verano, como dije, definitivamente nos ha abandonado. Se ve que los cambios de estaciones de alguna forma nos alertan, nos predisponen. Hay que comenzar a abrigarse, a empezar calefaccionar la casa después de tomarse unos mates tipo 6 para que no esté tan fría por la noche y a la mañana siguiente. La luz es diferente, todo se vuelve tan gris; cada tanto surgen oasis celestes con pinceladas rosáceas pero no son más que vestigios que rápidamente son devorados por esas grandes extensiones oscuras que traen la lluvia desde el oeste. Y si esos oasis tienen la valentía de prevalecer estoicos hasta que las gotas empiezan a caer, se puede tener la suerte de presenciar la formación de un arco iris; ese espectro que nos revela cada tanto el misterio de la coloridad. Es un anuncio también, todo está cambiando nuevamente, como todos los años, salvo que no todos los años son los mismos, y con ellos, nosotros, descubriendo silenciosamente las ganas de escribir sobre ello.



0 comentarios :