lunes, 29 de junio de 2015

La Espada del Viento

Se entumen los pensamientos, se activa una memoria sin pentagramas, un recuerdo escapa de las ataduras de las prescripciones y surca el firmamento de la inconsciencia con una propulsión incandescente: es un rostro, una escena como un loop un fotograma de película que se repite frenética y agónicamente. Entonces el frío arremete y conquista todos los rincones, cubre todos los espacios con su manto gris de sometimiento. Nos subyuga con el filo de su espada de viento. Y no hay sitios  imaginables o recónditos que no sean alterados por la impoluta acción del viento. Es otoño en todas las estaciones del alma, llueven apesumbramientos y el corazón se empapa de nostalgia. Es un acto reflejo también. El recuerdo estalla sobre los límites de la palabra, a punto queda de cruzar las fronteras del silencio; pero su incandescencia se apaga por el propio sonido de la espada del viento, desgarrando al unísono todos los sentidos. La carne exhibe su presencia mientras el horizonte del paisaje le imprime lejanía. Los árboles sirven de escudo, esa efímera sensación de sentirse protegido más por la sensación que por el escudo mismo. La espada se alza y deja caer toda su furia, su sed de conquista, su gris violencia incontenida. El eco final de aquél rostro, de aquella escena, resuena en la gris intermitencia y se arropa con mi aliento, viaja con la misma inevitabilidad que la de las olas que golpean la orilla pétrea de este helado sentimiento. Pero no llega. A pesar de todo su ímpetu. A pesar de su incandescencia. Y todo es vago en consecuencia, la espada henchida de voracidad vomita sobre su propia intermitencia, volviéndose a su vez fotograma, revelando su indómita escencia.

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