jueves, 18 de junio de 2015

El Bicivolador

Cuando niño, enfrente de mi casa, vivía mi buen amigo Ricardo. Le decíamos Ricky. Un gran pibe. De aquella época, dando un pantallazo visual en la memoria mientras escribo, recuerdo que estaba Fabián —un amigo que se suicidió hace ya algunos años, preso de la tristeza de un desamor— cuyos padres tenían (tienen) una bicicletería, y andaba siempre en unas bicis hermosas de cross. Cada vez que llegaban nuevos modelos, él pegaba una, un privilegiado sin dudas. Después estaba Leo —que vivía (vive) al lado de lo de Ricky—, cuyos padres tenían (tienen) un kiosco y un local donde arreglaban (bien dicho) televisores. Él también tenía un buena bici de cross. Yo tenía una común, que había heredado de mi hermano, pero la trataba como a una cross a la pobre. Y Ricky.....Ricky tenía una de paseo; pobre, siempre se quería matar cuando salíamos a andar en bici, puteaba de lo lindo. Pero vale decir que arriba de esa pintoresca bici de paseo, el tipo era un as. Saltaba, coleaba.....frenaba con la suela de sus zapatillas, apoyándolas sobre la rueda de atrás (práctica que le trajo bastantes problemas con su madre)....un capo. No se le veían los pies cuando andábamos rápido, tenía un plato pequeño la bici, pero nunca se quedaba atrás, a pesar de todo. Y nosotros tampoco íbamos muy fuerte, era un lindo grupo de amigos, habíamos apenas pasado la decena de años todos.

El asunto de acordarme de Ricky, es por su madre. Una señora que no recuerdo el nombre, muy flaca, alta, la recuerdo fotográficamente con unos jeans súper gastados y un sweter de un rosa muy fuerte, con un cabello desordenado y un gesto siempre adusto. El papá de Ricky era compañero de laburo de mi viejo, mirá si no era chica la ciudad donde vivíamos, quelosparió. Y cuando a veces íbamos a su casa, porque la madre del sweter rosa nos invitaba a quedarnos y tomar la merienda; y después quedábamos mirando revistas de historietas en la habitación; ella aparecía con unas revistas para mostrarnos también. Eran pequeñas, hechas con papel símil al del diario. Con dibujos hechos a mano, y pintados como acuarelas. Siempre había familias felices, niños felices; todos viviendo en lugares encantados, rodeados incluso por bestias salvajes, todo en perfecta armonía. Y ella nos hablaba de esas familias, de esos lugares maravillosos pintados en la revista. A nosotros no nos gustaba para nada esa charla, recuerdo las caras de mis amigos, soportando el discurso de la mamá de Ricky, él incluído, aunque avergonzado también.


A Ricky no le gustaba ser —o que lo hicieran— testigo de Jehová. A nosotros tampoco. Pero no íbamos a abandonar a Ricky sólo en su casa, ni a desestimar invitaciones a tomar la merienda, no. Muchas veces nos bancábamos su discurso sin emitir respuesta alguna. Y jamás preguntábamos nada al respecto, sabíamos que la pregunta nos hundiría más. Observábamos la revista y hacíamos que leíamos, asentíamos con la cabeza y nada más. Después sí, cuando salíamos de la casa conversábamos acerca de lo ocurrido. A veces, Ricky nos pedía perdón por su mamá, —es re pesada— decía. Luego siempre hacía alguna broma con respecto a su religión, y todos reíamos aliviados de que él se diera cuenta de la angustia que pasábamos todos frente a cada sermón. De ahí a las bicis.

Hace muchos años atrás, veo por la ventana de la casa de mi viejos, que alguien golpeaba las manos en la entrada. Son testigos de Jehová— dijeron mis viejos— atendelos vos. Yo salí. Me acordaba de mi buen amigo Ricky y los sermones de su mamá sweter rosa. Yo me sabía de memoria esas dialécticas. Los atiendo respetuosamente, y arrancan. Al cabo de unos segundos, les aclaro que no creo en Dios, que no tengo ni me interesa la religión; que perdían su tiempo aquí. Ellos casi que se preocuparon por mí, jeje. Y nos metimos en una charla que duró extensos minutos acerca de la existencia de Dios. Lo que más recuerdo era su insistencia, ellos no se querían ir sin que yo creyese en Dios. Tarea que les resultó imposible. Me querían dejar una Atalaya, su famosa revista de propaganda religiosa. Tampoco la acepté, aunque insistieron. Se fueron diciendo que iban a rezar por mí.

Y todo porque hace un par de semanas, me lo encontré a Ricky en un partido de fútbol. Estamos igual de panzones nos dijimos, riéndonos. Yo siempre lo recuerdo arriba de su bici de paseo, hecho un bicivolador, y los testigos de Jehová no pasron nunca más.


0 comentarios :