martes, 14 de agosto de 2018

Descubriendo el Pasado

Hacía unos días que se me venía cruzando la idea de buscar unos viejos portafolios que guarda mi Vieja arriba de un viejo placard. Ella ya no lo recuerda, tiene lo que han llamado un "principio de Alzheimer", que por suerte, nunca acaba de empezar. Y yo que cada tanto me agarran las ganas de digitalizar todos esos álbumes que guardan esos portafolios; pues este fin de semana me rescaté y los fui a buscar. Después del almuerzo me dispuse a revisarlos, estaba en compañía de mi esposa. Y como siempre sucede cuando comienzas a revisar viejas fotos, no haces nada más que ver una tras otra y conversar cálidamente sobre los recuerdos que despiertan. Apenas si digitalicé 3 o 4 que compartí inmediatamente en el grupo familiar de whatsapp y nada más. Estuvimos más de una hora revisando todo el material. Hasta que llegamos a unas viejas carpetas que tenían algunos documentos que yo jamás había revisado. Para mí sorpresa, eran documentos muy viejos que mi Viejo había guardado con mucho cuidado.

El asunto es que recordábamos con mi esposa una tarea que le habían encomendado a nuestro pequeño hijo hace un par de meses que consistía en averiguar acerca del pasado de la familia. Resultó que preguntando, un sobrino mío tenía guardada (y escaneada) la libreta de enrolamiento de mi bisabuelo, cosa que yo desconocía totalmente. Así, pude saber que mi bisabuelo nació en Chile en el año 1872, una fecha que uno está acostumbrado a relacionar solamente con hechos históricos contados en la primaria, fuera de ello, esos años no existen. Que el 10 de enero de 1933, día en que suscribe en su libreta de enrolamiento, portaba un dólar, era viudo, petiso y tenía 10 hij@s. Entre ell@s estaba mi abuela Elisa, la mamá de mi Viejo.

Yo no conocí a mi abuela, pero de tanto que me contó mi Viejo y de algunas fotos que me fueron mostrando en mi infancia, tengo recuerdos vívidos en mi mente, como si realmente la hubiera conocido. No recuerdo su voz, ni su rostro; pero la recuerdo en vida como si la hubiera conocido. Lo mismo me sucede con la zona donde creció mi Viejo, Paso Chacabuco. Lugar que fija como domicilio mi bisabuelo en su libreta de enrolamiento:


Recuerdo un casa blanca cerca del río. Una gran quinta cerca de la casa. Una alameda gigantesca que apenas dejaba pasar la luz del sol. Un arroyito que cruzaba el terreno hasta dar con el río. En la orilla del río, un bote que usaba mi Viejo para cruzar el río. Un cable de acero trenzado colgante que cruzaba también el río. Gallinas. La luz filtrada por los árboles. El sonido del viento agitando los álamos. El silencio de la suave pero peligrosa corriente del río. Es como una gran foto viviente, como un cortometraje. Parte de lo que recuerdo lo he soñado; creo que de allí su fidelidad.

El asunto es que más de eso, nada; yo ni siquiera había nacido. Nací en la ciudad, cuando ya mi padre se había mudado y su madre estaba fallecida. De su padre, lo único que siempre contaba y que yo nunca refutaba o indagaba, era que se había ido de joven abandonando a mi abuela. Cada vez que lo mencionaba —que eran muy pocas— se notaba que no quería referirse mucho al tema. Por lo que mi abuelo fue para mí siempre un fantasma. Hasta hace algunos largos años atrás. Vinieron de visita unas personas que decían ser herman@s de mi padre, por parte del abuelo fantasma, claro está. El viejo todavía seguía vivo y había venido de visita a la ciudad. Vivía en otro localidad de la provincia. Así que organizaron un gran asado y allí fuimos, todos mis herman@s y mis padres. Mi Viejo no había visto a su Viejo desde su niñez, y andaba en ese momento alrededor de los 70. Fue un flash toda la secuencia. El abuelo fantasma apenas si podía hablar, estaba muy viejito; pero pareció reconocer a mi Viejo, que lo abrazó y lloró a su lado. Nos presentaron a todos allí. De pronto teníamos tíos y tías "nuevas". Degustamos un rico asado y tomamos bastante vino, un gusto en el que TODOS coincidíamos profundamente. Luego de ese día, no lo volvimos a ver, pero atesoramos el recuerdo, y las fotos que lo atestiguan.

Pero volviendo, estábamos revisando esas carpetas del portafolio. Y lo que encontramos fue muy pintoresco. Unos documentos que databan de la misma fecha que figuraba en la libreta que hacía unos meses habíamos descubierto sin querer. En ellos se detallaba la adquisición de la tierra que después yo soñaría y recordaría cinematográficamente, 10 hectáreas en Paso Chacabuco. Que un vecino quería desviar un curso de agua, y desde el Ministerio de Tierras en Buenos Aires le aseguraban que no iba a quedar privado de ese elemento. Y que había adquirido unas 20 ovejas a 4 pesos cada una...


También —pero en otro documento que no registré con la cámara de mi celular en este caso— se dejaba registrada y autorizada para su uso una canoa llamada Don Pedro. Había algunos más. Como el que registraba la venta del terreno donde aún vivió mi Viejo y todavía lo hace mi Vieja; y algunos otros más pero no de relativa importancia para lo que cuento aquí.

Fue una tarde maravillosa. Reconstruir de alguna pequeña manera un pasado que a no ser por la tarea encomendada a mi hijo y el afán de digitalizar ciertos recuerdos jamás hubiera conocido seguramente. Nadie habla del pasado, parece una cosa muerta. Que en cierto sentido lo es, pero el pasado nos define en algún aspecto. Aquí hay un prejuicio enorme y horrible para con el pueblo chileno y todo lo que esté relacionado con esa patria cercana; y el saber que mis antepasados eran chilenos te coloca en una posición que obliga a meditar al respecto. No he sido criado en atmósferas xenófobas. Pensaba yo en una de esas noches donde no te puedes dormir y la mente divaga y te inventas diálogos en el orgullo de sentirme de estos lares de la tierra; porque del lado de mi Vieja, que tampoco se mucho, hay un pasado de abuelo gringo y abuela mapuche. Soy el resultado de una amalgama de pasados diversos. Enriquecido desde todos los aspectos (bueno, no es el caso de mi rostro, pero bueno). Es saludable conocer y conocerse. Gracias doy.

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