miércoles, 25 de febrero de 2015

Todo se Enrieda

Todo se enrieda. Hasta las letras. En las palabras, ya ve: enrieda. Dónde vivirán esas palabras que no están del todo seguro y escritas en la memoria o en la razón o en la lápida de todo nuestro aprendizaje?. Yo, obviamente, no lo se. Pero sí se que hay palabras que suenan mejor así, erráticas, mal dichas. O ha de ser que somos tan brutos y estamos rodeados de otros tantos brutos; y la repetición de una brutalidad como enrieda nos suena como el sonido que suena cuando algo que suena de esa cierta y única manera le dice a usted que ese mismo algo, funciona bien; una cuestión mecánica, si se me permite. En fin, como ve, me voy enredando, a propósito! —podrá pensar aquél lector analista; pero no, no es una cuestión de intencionalidad; nada aquí brilla por su ingenio y/u originalidad; no hace falta siquiera que haya malgastado esta línea escribiendo esta torpe explicación. Lo que quiero decir en realidad es que todo se enreda. Los cables, por ejemplo. En ocasiones, el alambre. Los pensamientos, también, cuando no se puede dormir. El hilo de pescar, otro. La vida. 

De los enredos que más odio, es el de los cables. Puedo putear muchísimo; tiendo a pensar que el —o los— cables tienen, por supuesto y con la mayor de las certezas, vida propia. Y que esa vida propia tan de ellos, no tiene otro propósito que el de joder la mía. El problema con algunos es que son innecesariamente largos. Y los lugares pequeños donde se acostumbran a ser guardados, no colaboran para nada. De hecho, todo lo contrario. Pero, no los quiero engañar engañándome, somos nosotros quienes guardamos esos inncesariamente largos cables en esos pequeños lugares. O, la forma en que los guardamos, quiero decir. Pero no, malditos cables!, yo no tengo la culpa!; es mejor que ustedes la tengan, para así yo librarme de ella, y ser feliz puteando.

Yo se que allí dentro, en el bolsillo, por ejemplo, cobran esa vida que les digo, y serpentean murmurando y sonriendo maliciosamente, para que cuando llegue el momento en que los necesite (coincidirán conmigo en que sabemos de qué cables estamos hablando ya, no?) y meta la mano en el bolsillo, lo que saque de allí no sea más que un problema, un dilema de magnitudes dantescas, una embestida contra mi bienestar moral y espiritual, un atentado contra la paz reinante de mi cotidianeidad. Y el malhumor me gane, y el odio crezca, y me sienta obnubilado, y en el medio del

vano intento por desenredarlos se me crucen pensamientos que no debo tener, entonces lo que se me enriedan son esos pensamientos, y las letras, en las palabras. Y más culpa tiene los cables porque yo no he podido concebir forma alguna de que esto no me suceda cada vez que me sucede, sistemáticamente. Y pienso que no he podido porque soy un bruto, pero inmediatamente me siento iluminado ante esta revelación; y siento que la próxima vez los guardaré de manera tal que no se enreden (o enrieden?)….., ….pero me gana la angustia por ser tan así (tan así cómo?), tan poco ideador de ideas que no me compliquen la vida. 

Y la angustia va incrementándose, de manera proporcional al tiempo en que no puedo todavía desenrollar el cable para por fin poder escuchar mi bendita música; me hace pensar (la angustia) que no sólo me faltan las ideas, sino que además de bruto, soy un completo inútil. Sigo caminando además, porque no puedo concebir la idea de perder el tiempo deteniéndome a hacerlo con mayor lucidez y razonable tranquilidad, no; en ese preciso momento, carezco de ambas. Me siento de pronto, un ser inferior. Deliberadamente además, alcanzo a dilucidar todo esto en el enriedo de mis pensamientos.

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