miércoles, 25 de febrero de 2015

Rainymood

Era una lluvia inusual. A cántaros llovía. Una lluvia que finge estar enojada, pero que te guiña un ojo cómplice y socarronamente. Era sábado, además de lluvia. Igual de inusual, igual de lluvia. La ciudad, repleta de fantasmas con horarios, de corridas, de puteadas, de lluvia. Me adentré a esa lluvia, a esta ciudad; con la misma expectativa de quien se aventura a la lectura de un libro; y deja al mundo de lado, y la ficción y la fantasía son una sangre galopante que se hace jinete de todos tus sentidos. Me empapé, y no de lluvia, precisamente. Aunque la realidad me ladrara a gritos lo contrario. 


Las prominentes barrigas de los edificios hacían sombra y refugio, pequeños oasis de humedad; bolsillos de un saco viejo, arrugado y perfumado de tormenta. Desde esos bolsillos observaba yo al mundo bañándose en la lluvia, como un testigo privilegiado, un imaginador perplejo. Un gris cristalino pintaba las calles y las hacía sonetos de agua, chapuzones de cielo en veredas de mar sereno, fiesta de gotas borrachas y peces de color y de asfalto besándolas en la boca; borrachos todos de sí, finalmente, naufragando hacia la noche de las alcantarillas, felices de lluvia.

Los fantasmas se asombran, su carencia constante y creciente de imaginación los vuelve así, tan así. Me lo dicen sus gestos adustos, su intriga previsible y su complaciente respuesta. Otros nada más me ignoran, me gustan esos. Algunos se sonríen, como la lluvia, cómplices; esos me gustan un poco más. Otros son muy curiosos, y se animan a amontonar palabras en la boca, hasta que la boca les explota: a qué le sacás fotos……….?. A la lluvia; pienso y resumo, mientras no lo digo. Para qué?, estoy sumido al lenguaje de la imagen, y además soy de hablar poco con extraños. Le respondo complaciéndolo, educadamente, y se lleva una sonrisa. Y otro fantasma que sonríe.  

 
Contemplo, luego de que el agua vuelva más torpes y pesados mis pasos, el silencio y la perpetuidad tan propia de las estatuas. De algún oscuro modo, me dan un poco de pena, tan estatuas ellas, y bajo el tácito manto de nocturnidad con el que las cubre y simula la lluvia, son tan teatrales sus ademanes!, que me parece ver claramente el instante previo a su pétreo final. O como si resistieran dentro, caballerosa y honorablemente, la tarea de erguirse y ser ignorado por todos. Les presento mis respetos, su posible eternidad puede llegar a barrer mis años bajo la alfombra de sus propios y herrumbrados recuerdos.
  

Y como quien se topa con algún vago recuerdo en las calles oscuras de la memoria, en una esquina ensombrecida, a la vuelta de la causalidad, me di de bruces con las últimas huellas del otoño. Allí estaba, lánguido, en su estela doliente, como un ladrón de amor, como una música que se pierde en la inmensidad de este silencio ensordecedor de lluvia. Rasgando sus vestiduras y dejando tras de sí las migajas necesarias para aquellos amantes melancólicos, los ahogadores de angustias, los fervientes adoradores, los imaginadores empedernidos; ustedes, nosotros, todos. 

Hice resaca esa esquina, y ya en otra, como guión cinematográfico de mi tarde; la lluvia amaina....pero es nomás una inhalación, como el clavadista que toma aire antes de arrojarse al vacío. Los algodones grises y celestes que allá arriba se empujan apurados me lo cuentan, me palmean la espalda, y hasta me dicen pibe.........., no te confiés, pibe. Sigo caminando, con cierto aplomo, el agua pesa, pero sólo en la ropa. El alma es un charco donde vienen a bañarse una pandilla de gorriones y me cuentan sus verdades en eterno vuelo. Yo los miro de reojo, y pienso: a ver si les puedo hacer una foto..... 


   

0 comentarios :