miércoles, 25 de febrero de 2015

Peregrino en la Lluvia

Llueve, con una cadencia que arropa, con la intimidad revelada en cada uno de los gestos que el dominical otoño provoca. Los hay los que corren, los que se resguardan, algunos fuman otros se besan; y las hojas que —caen lentamente, soy un espía, un espectador—. La sinfonía circular que se dibuja en los charcos abre la puerta hacia otros instantes, es una fiesta de los sentidos, para dejarse llevar…..y por el murmullo de la breve ciudad de fondo, hipnotizándome.

Inspiro, despliego las alas de la imaginación: cada instante, cada gesto, se mezcla en una amalgama de imágenes en la cabeza, el obturador sensorial se agudiza. Es hora de perderse, peregrino en una lluvia que cae con una cadencia que arropa; y las hojas que caen lentamente….
….esas plumas doradas por esta melancólica y vangoghniana estación, que abandonan hermanadamente esos sublimes cuerpos de pájaros anclados al tiempo, dejándolos hechos esos trazos que se desdibujan intentando alcanzar el gris del cielo. Ni se despiden, aguardan a que la última fuerza las abandone y la escena de la ceremoniosa caída les suceda; ante la aparente e incomprensible indiferencia del mundo entero. 

Pero antes de que la escena suceda, esos cuerpos de pájaros anclados al tiempo....inspiran una bocanada de ese mismo y último tiempo; y visten y lucen sus plumas más bellas y coloridas para tal ocasión de despedida, como juego amoroso previo a toda desnudez —antes de que sus ropas caigan lentamente, todavía les excita saber hasta dónde llegarán—. Se visten de vida, se desvisten de amor. Y mientras ese juego sucede, el espectáculo es admirable.  

Y el murmullo de la ciudad que me despierta, que me silba desde otra esquina, el viento me acaricia la cara, el frío empuña el todavía deseo latente de contemplación; sigo perdiéndome, me guía el instinto de peregrinación. Se palpa la soledad de las calles, dominical, otoñal....., es la soledad que compone la gente, a veces más, a veces menos, pero siempre simplemente hermosa. Hay ciertos vacíos que predisponen a una perfumada calma.
  
Esa calma que se mide por la intensidad y la prolongación de los suspiros, cuando la luz es baja y lo que se expone —y se subexpone— es en realidad el alma. Una sincronización de todos los instantes, de todos los gestos, todos los vacíos....es la entrega solemne de nuestra vulnerabilidad: que se viste de vida, y se desnuda de lluvia; en la intimidad de la luz. 
  

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