martes, 17 de marzo de 2015

Asuntos Internos

A veces uno, simplemente, se cansa. De todo lo diario. De la automatización. Cuando escucho que se ríen de chistes de los cuales ya se rieron tal vez, algunos días antes; y entonces eso me parece cuanto menos, confieso: angustiante. Como un pecado acaso, es una pausa que cometo, un paso al costado que doy en la vertiginosidad (o parsimonia) de todo lo diario: si te detienes, observas: el ritmo, la re-pe-ti-ción, lo efímero, lo banal. Entonces me canso del ritmo, y algo en mí puja por detenerse, parar la bocha, y observar. Para atrás, hacia los costados, tal vez para adelante, por qué no?. Pero esto, claro, tiene sus consecuencias: te ponés a pensar. Y si te ponés a pensar, te cansa. Cuando hay que soportar la cargadas de los que sólo saben manifestar cualquiera de sus emociones a través de esas cargadas, se convierten en una carga; parece por momentos que sólo mueven los labios, que no los escuchás, y que podría yo mismo poner en sus bocas las palabras que están diciendo. O aquél que con certeza y autoritarismo fingido se las sabe todas, de todo tiene una teoría (que resulta ser la más probable) y elucubra en voz alta sus pensamientos más profundos; y que por encima de muchas otras cosas, tiende a decir que usted o yo estamos equivocados. Cansa.

A veces uno, simplemente se cansa de las personas. Cada tanto me resulta saludable evitarlas, pasar por alto sus expectativas respecto de mí, su saber y su ignorancia respecto de mí; me resulta bastante fácil, y no se si preocuparme por esto o no, en realidad, creo que no me interesa demasiado (ya saben lo que dije sobre lo de ponerse a pensar). Siempre me he llevado mejor conmigo mismo, a pesar de que tenemos nuestros dilemas, como todos. No todo el mundo puede digerir fácilmente que alguien puede llevarse mejor consigo mismo, que prescinda de las personas, aún de los seres queridos, dependiendo excepcionalmente del grado de parentezco. Mucho de lo que es considerado inapropiado o fuera de lo común por (justamente) el común de la gente tiende a verse de manera negativa, es decir, representa ese mínimo destello de anormalidad, como una falta, una falla, y por qué no?, una enfermedad —algo raro tiene (o le pasa). Y a veces lo único que pasa es que uno se cansa, nada más. Y como si la gente fuera un ruido que atenta contra nuestro más profundo, encantador y respetable silencio, la necesidad de preservar ese silencio es directamente proporcional a la acción de alejarse.

Aun asi!, no todo placer sensorial y mental ha de convertirse en vicio, porque aunque esos que se ríen siempre de los mismos chistes, esos otros que alegan tener siempre la razón o aquellos que están siempre esperando algo de vos, nos rompan condenadamente un poco las pelotas, también son importantes piezas claves para mantener nuestro propio equilibrio; la evitabilidad con la que nosotros nos relacionamos con ellos nada tiene que ver con la inevitablidad de que son parte de nuestras vidas. Entonces cada tanto asumo mi propio consenso, y hasta suelo ser amable con ellos. Pero no me malentiendan, adoro mi soledad; pero para mantenerla y darle el valor que necesito (y se merece) darle, es necesario que tenga un sentido, y ese sentido se lo da quienes me rodean. La soledad absoluta no tiene ningún tipo de sentido, o si algo de absoluto tiene, es que es asi de esa manera, inútil.


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