domingo, 26 de marzo de 2017

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Llueve.

Torrencialmente.

 El ruido del aguacero rebotando en el techo de zinc lo cubre todo con un manto ensordecedor, no quiero subir más el volumen de la televisión, sería inútil. Además es pasada la medianoche, un momento adecuado para dejarse llevar por la monocorde música torrencial.

Es la primera lluvia importante del año y ocurre luego de unos días breves de calor intenso, seguidos por una inusual tormenta. Una semana compleja metereológicamente. Parece que el calor vuelve después de esta lluvia, pero asomado ahora a la ventana del baño puedo ver las luces de neón de la calle y la metralla de agua que cae dándome un panorama para nada alentador. Y entonces tengo la sensación del otoño/invierno, cuando el mal tiempo es incontenible y uno está a merced del clima de esta región del planeta.

Una melancolía de zozobra, de abatimiento. El frío, el viento, la lluvia y el quedarse en casa cuando no hay nada por hacer, en esas horas icómodas. Siempre me he sentido atraído por esa melancolía tan particular. 

Como una tristeza controlada. 

Que sucede cuando llueve.

Torrencialmente.


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