domingo, 26 de marzo de 2017

La Huella Emocional

El recuerdo de la lectura en la niñez es un recuerdo tan firme como abstracto. Le he leído a mi pequeño hijo muchas noches, pero reconozco que nunca fue un ejercicio constante, diario. A veces pasaban semanas sin que le leyera. Eran cuentos cortos al principio y luego íbamos a la librería por cuentos más largos, progresivamente. Si bien a él le gustaba mirar las páginas cuando yo iba leyendo, lo hacía que recostase su cabeza cómodo sobre la almohada y, como premisa fundamental: cerrar los ojos.

La lectura debía desarrollar su imaginación, su capacidad para contarse su propia historia a través de su mente, creando las imágenes que las palabras y el ritmo le sugerían.

Ahora bien, desdoblemos el tiempo. 

Serán esas noches, y sólo algunas, o tal vez una sola —y hasta un sólo momento— el que cuando sea él mayor y yo no más que ausencia sostenida por una selectiva memoria, que recuerde esas lecturas de manera firme y abstracta. 

Tan sólo un momento puede representar una niñez completa de noches y cuentos. 

La huella emocional clavada a fuego en el alma a través de las intrincadas formas que tiene la memoria de intentar mantenernos siempre un poquito más humanos.


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