miércoles, 28 de agosto de 2013

....me colgué con los sueños.

Tengo tan sólo un sueño recurrente. No digo que me gustaría tener acaso más, ni mucho menos aquellos que están ahí en el medio, esos sueños cobardes que no se animan a convertirse finalmente en las pesadillas que amenazan ser; donde uno se despierta con la duda; si lo cuenta o alguien pregunta cuando se lo contamos —fue una pesadilla o un mal sueño?. A nadie le gustaría tener sueños recurrentes así, aunque todos los tengan. El mío ha sido así desde hace varios años, no muchos, pero los suficientes como para reconocerlos. No los recuerdo claramente a todos, sólo recuerdo haberlos soñado, imágenes vagas, como las de todos los sueños. Tiene que ver con olas gigantes. Siempre son olas gigantes que vienen hacia mí, y en el instante en que se me vienen encima, despierto. Como si la resignación a finalmente ahogarme, esa última inspiración que servirá para estar consciente de que te vas a ahogar, hiciera que me falte el aire, y despierte. Aliviado. Y agitado. Y asustado también un poco, confieso.


El de anoche fue más bien de varieté. Había una fiesta a unas cuantas cuadras de mi casa, exactamente nueve, porque reconozco el lugar. Y yo debía ir porque supuestamente estaba en la organización de esa fiesta, que resultaba ser un asado. Cuando salgo, dejo a mi hijo en la casa de sus abuelos tomando una leche, comiendo galletitas. Le doy un beso y le digo que ya vuelvo. Cuando me faltan dos cuadras para llegar, miro hacia atrás y veo que viene caminando detrás……..solo. Casi se me sale el corazón allí nomas, él tiene 6 años. El hecho de que me haya seguido así, de imaginarlo solo, en las esquinas, esperando por cruzar la calle, me aterrorizó. Así que lo abracé aconsejándole que no hiciera esto nunca más, y terminamos las cuadras juntos, de la mano. Cuando llego al lugar, estaba vacío, había mesas hechas con tablones y soportes de hierro, con manteles plásticos bancos con motivos florales rojos, vasos también de plástico, también blancos, pero sin motivos. Mi hijo desaparece de la escena mientras estoy colgado viendo el lugar, recorriéndolo con la mirada.


De pronto estoy subiendo unos escalones, hacia un primero piso en una construcción toda de madera y troncos. Está vacío, es una habitación inmensa. Salgo al balcón, que parece venirse abajo, se siente como cruje la madera al pisar, esa sensación de que en cualquier momento te venís abajo. Me apoyo en la baranda, es un tronco de unos 10cm de diámetro, apenas descascarado. Levanto la vista y es un balcón que está en el medio del mar. El mar es negro. Enteramente, ni siquiera el pequeño oleaje dibuja un mísera espuma blanca, nada!. Y la superficie comienza lentamente a levantarse. Una primera oleada, ese movimiento superficial, como una bestia acechando, acercándose a su presa; me sorprende y me asusta al llegar hasta mis pies. Luego viene otro detrás, es como una pared de agua, siempre negra, que se levanta ante mis ojos, son oleadas que se levantan muy lentamente, y se van acercando, amenazantes, como si me observaran así; como si tuvieran vida propia y atentaran contra la mía. Hay una tercera que se eleva al punto de mirarla casi mirando el cielo, siento la inevitabilidad, está a unos metros; y como siempre en estos sueños, no me muevo…..me quedo absolutamente quieto. No porque no pueda, si no porque me hipnotiza el movimiento y la fuerza del agua elevándose. Me quedo absorto, no puedo dejar de mirar!, cual morbo.


Pero esta vez no me despierto!, corro hacia el costado, regresando mis pasos, y cierro la puerta por donde había salido al balcón. Una vez cerrada la puerta, el mar, las olas, el miedo, habían desaparecido. Estoy pasando la puerta, respirando agitadamente, aliviado, pero asustado. Como perdido en los pensamientos, bajo y me regreso. Cuando salgo está oscuro. Muy oscuro. Demasiado. Y comienzo a caminar, pero ya no es el camino de vuelta. Es un camino rural, en medio del campo. Cómo lo se?, porque mi mirada, cuando veo, mis ojos…..alumbran cual si fueran luces de un auto, pero voy caminando, lo se. De hecho, hasta pienso en el sueño —qué loco, está buenísimo esto. Cuando sale un perro negro con las patas marrones, a ladrarme, y ese es el susto que me despierta.

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