domingo, 8 de julio de 2018

Tanto el Diablo como el Amor habitan en los detalles



Es una de esas películas donde todo aquél que se sabe admirador del cine, y cuando decimos cine casi que nos referimos a una abstracción involuntaria de la que podemos dar definiciones incansablemente, puede darse el lujo de apreciarla y apreciarse como degustador. No es mi caso. Aunque puedo destacar la fotografía, la atmósfera reinante en gran parte gracias al aporte musical de uno de los integrantes de Radiohead, el trabajo de producción en cuanto a la ambientación y caracterización de la época y el juego de las cámaras; la sensación final es tan extraña como obviamente personal.

No es sobre moda. Ni sobre el amor. ¿O sí?. Pienso mientras hago una pausa que es una película que, de todos modos, está lejos de dejarte indiferente (eso en el caso de que veas sus dos largas horas de duración), puedes tanto decir que es alto bodrio o, como dije, darte el lujo de apreciarla y apreciarte como amante del ¿buen? cine. La sensación extraña a la que me refiero tiene que ver con cómo la relación entre ellos dos suscita cierta amargura en tanto y en cuanto el maltrato que, a través de la ya tan consabida y hasta quizás agotadora interpretación histriónica de D.D. Lewis somete al personaje de la bella y frágil Alma, Vicky Krieps, en este caso.

El artista egocéntrico, narcisista, el genio inalcanzable y arrogante que fácilmente incomoda a cualquier espectador. La candidez, la dulzura y la inmediata empatía por otro lado. La bella y el bestia de Reynolds Woodcock. Ella enamorada, él de a ratos, o no se, me equivoqué; no, ahora te amo en serio; no, eres el peor error que he cometido en toda mi vida, mejor cásate conmigo; odio esos pequeños detalles que me hacen despreciarte y hacerlo en frente de todos además; bésame niña mía; oh, cómo te amo. En una época donde la mirada de la mujer y hacia la mujer definitivamente nos cruza a todos, el personaje de Alma también es incómodo de ver. Alma, dejalo al pelotudo ese es el consejo que mejor se me ocurre a todo momento. Aún cuando en su epílogo el personaje es cubierto por un halo vengativo, redentor; ensayando un equilibrio que me atrevo a calificar de romanticismo tortuoso.


Tanto el diablo como el amor habitan en los detalles. A pesar de todo. Y de todos. ¿Suena esperanzador esto?. ¿Hay espacios de dos o tres segundos para que la chispa de la esperanza se encienda y con ello enmendar definitivamente el pasado?. Nada como cerrar la idea de un misterio inconcluso con preguntas o instantes inciertos.

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