jueves, 24 de noviembre de 2016

Mucho en Juego

Mi hijo está llegando a la primer década de su existencia, y no sólo eso: desde la noche de ayer un diente espera caérsele. Estaba en el baño, cuando de pronto me grita que le salía sangre del mismo, al cepillarse. Una vez calma la situación y cuando se disponía a acostarse, me dice y preguntándose con un leve tono de preocupación, si El Ratón Pérez pasará cuando por fin el diente se le caiga; pero que......de todas formas le escribirá una carta. Mientras lo ayudo a meterse en la cama, me cuenta que sus compañeros de colegio le han manifestado que el tal Ratón Pérez no existe, que es tu papá que te deja plata. Me dice con sus palabras y entiendo que no es tela de discusión si existe o no, sino más bien, la elección de creer en él o no. Bueno, pues él: cree. Además, existe un detalle que hace que la veracidad de la existencia de tal ratón sea fuerte: en el último diente, también escribió una carta. Y el Ratón, le respondió. Trajo a colación este detalle, con este razonamiento: no era ni mi letra ni la de Mamá, entonces, pues era del Ratón. ¿De quién más?. —Ellos no creen, Papi, me dijo. Tampoco en Papá Noel, que también son tus papás que te dejan los regalos. Lo dijo con una seguridad que me llenó de ternura, claro....los equivocados era los otros. Cuando ya lo estaba tapando con las sábanas, volvió a repetir como muchas veces en estos últimos días, el equipo de fútbol con su nombre estampado que quería para Navidad.

Me quedé pensando luego mientras me lavaba los dientes en el baño y me miraba en el espejo, qué significaba esta elección, este mantenerse firme con su propia convicción. Incluso cuando el resto te dice que no es cierto, que lo que crees no es cierto. Ustedes podrán inclinar la balanza hacia un costado religioso, pero créanme, no va por ese lado. (O yo estoy flasheando que ustedes flashean cualquiera, puede ser también). Está caminando por la cornisa de un tiempo que será un antes y un después; y la ternura que sentí (y siento) entonces se codea con la pequeña e inevitable tristeza de que los hijos, finalmente, crecen. De a un paso a la vez, pero crecen. La inocencia se mezcla con la perseverancia, y aquí hay mucho en juego: son el Ratón Pérez y Papá Noel, NO ES JODA. Y eso que no hablamos de los Reyes Magos. El año pasado también preguntó por Papá Noel, recuerdo, porque alguien ya le había dicho, pero ya en confidencia, personalmente, que el señor gordo de barba blanca y traje rojo y blanco no era precisamente quien traía los regalos. Yo le re-pregunté: ¿y vos qué pensás?, y me dijo lo mismo que la noche de ayer cuando el diente esperaba caérsele —yo creo que sí existe, Papi, Y no se habló más, le dije que lo que él creía era importante.

Después de este antes y de este después, yo no se si vendrá el desencanto al desenmascarar al viejo y querido Papá Noel, tal vez hablaremos y sembraremos en el hecho la semilla de la nostalgia, de la risa, del entendimiento. Porque todos fuimos niños, y todos creímos. Y lo recordamos de la mejor manera posible. Un tiempo único. Por otro lado, en cierta forma me apenan sus compañeros, que ya han abandonado la magia de esos regalos, la inexplicable maquinaria de la imaginación y queda tal vez lo material significativamente, o no. Que se lo hayan dicho, es un hecho del cual no tenemos control, por lo que excede cualquier  razón, o sinrazón. También son niños.¿Puedo pensar que la inocencia de mi pequeño hijo hace que de alguna forma quede "detrás" de aquellos a quienes la misma inocencia los ha abandonado?, que seguir creyendo lo haga tan niño que debamos verlo como un sosiego en su desarrollo?. Me niego profunda y rotundamente. Después la vida resulta en muchos la decrepitud de su imaginación, un incesante y constante acto de razonamiento, una búsqueda irreparable del sentido común, olvidando quizás justamente, sus propios sentidos. Después la vida es ordinaria. pero cuando se es niño es, en cambio, lo contrario: extra-ordinaria. La maravilla de sentir y creer y de regocijarse de ello sin siquiera tener la conciencia de tener que pensar que es fundamental regocijarse.

Así que este año, todavía pasará el Ratón Pérez, todavía pasará Papá Noel y todavía pasarán los Reyes Magos; todavía hay un niño dentro de un niño, y si eso todavía pasa, todo está bien.


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