miércoles, 23 de diciembre de 2015

La Fuckin' Navidad

Es probable que este año, sea el último año que mi pequeño hijo sostenga viva la llama de la ilusión más pura que verdaderamente tiene la navidad, la figura inexorable de este muchacho Papá Noel. De hecho hizo la carta, y la dejó en el pino, y cuando la carta no estuvo más en el pino y su madre le dijo que seguro él mismo la pasó a buscar, se exaltó un poco. Hasta se barajó la posibilidad de que hayan sido duendes, caculá. Y es que durante sus útimos días de colegio, trajo el comentario de algunos de sus compañeros: algunos aducían que el tal Papá Noel......no existía. Lluvia de chanes!. Aunque no indagamos mucho. Luego de intercambiar algunas palabras, nos limitamos a preguntarle (su hermosa madre y yo, cada uno en su momento y no más que por cuestiones de horario, a solas), si él......., creía en él. Él simplemente, había elegido creer. Así tal cual me lo dijo a mí: —yo elijo creer, Papi. Bueno, le dije yo; y ahí nomás le aconsejé que pensara muy bien lo que debía pedirle, algo útil; y que no olvidara, obviamente, detallarlo en una carta. Luego, algunos días después, así lo hizo.

Yo recuerdo vagamente (o al menos así mi memoria ha decidido ir contándomelo a través de todos estos años, hasta convertirlo en recuerdo) cuándo dejé de creer. Fue una vez que Papá Noel me había traído una metralleta, che, una M16. Me pareció muy extraña la insistencia de todos porque abandonara la casa, con la implícita amenaza además de que si no lo hacía, el tal Papá Noel, no iba a pasar. (De todos modos, creo que tenía unos "ILH" para explotar, y unos "Triangulitos", y un par de "Metralletas"). Esta extrañeza se convirtió luego en una aguda sospecha acerca de su verdadera existencia al momento mismo de quitarle el envoltorio a la mencionada arma;......las caras de algunos de mis familiares......y yo —estos me están cachando (bueno, no en esas palabras justamente, pero la antiguedad del término le da cierta textura sonora al texto, ustedes entenderán). Creo que esa misma noche, hasta les seguí el juego, paradójicamente, para no romperles la ilusión a ellos allí en ese preciso momento.

Después pasaron vertiginosamente los años, como cuando ves una peli y te aparece una pantalla negra con unas letras que dicen: 15 Years Later. Para entonces, el teatro de la navidad era otro. Mi Viejo que se peleaba con mi Vieja y andaban así hasta las 12 que se abrazaban y se daban un piquito. A mi Viejo no le gustaba mucho el teatro de la navidad, aunque lo disimulaba bastante bien. Bardeaba, nomás, de bardero. Preguntaba qué se iba a poner. Mi Vieja le sacaba una camisa. Éste le decía que no le gustaba, y como mi Vieja andaba a full con la cocina y además todavía se tenía que bañar y sacarse los ruleros, 'maginate; se ponía de los pelos. Y si yo estaba viendo la secuencia —como ahora que escribo y me parece verlos de nuevo— hacía una cara pícara y dibujaba una sonrisa que no tenía sonido (porque si no, lo mataban). Toda esa efervescencia previa a la cena y el posterior brindis eran el verdadero corazón del entonces teatro de la navidad; el abrazo infinito después, el desfile de todos, uno por uno, regalándose abrazos, la escena final de la obra. Que siempre acababa en lágrimas en los ojos, mientras hacíamos el segundo brindis post-saludo-abrazo. Toda una manga de maricones bárbaros mi familia, en buenahora.

Es difícil en estos tiempos, que coinciden con los tiempos de una paciente madurez, lograr conectar con lo que alguna vez fuimos. Porque esa ilusión, ese frágil estado de inocencia, se rompe cuando sabés la posta de Papá Noel, algo hace crack, que ruido! crack-crack-crack, hasta astillar. Y es un momento delicado, porque los años van luego (trasca) endureciéndote poco a poco; y a veces, las familias también se rompen, crack! el hueso al final, nunca nada especial. Escapar de la sacralización del dinero, porque no hay Ibuprofeno que pueda hacer bajar la fiebre de consumo; es tan fácil confundir todo y perderse uno mismo......, te venden el espíritu navideño, y es más plástico que un tuper, vieja. Al final, no creo que se trate más que, como todo en la vida, de atesorar momentos: el momento en que leo la carta de Papá Noel, porque es ese el momento cuando yo mismo las escribía. El momento en que mi Viejo le daba un piquito a mi Vieja, porque después de todo, es el piquito que le doy a mi hermosa y bella mujer. El momento de mariconear con la familia, porque ese momento sigue siendo un momento, y es en los momentos donde reside el verdadero espíritu. Un beso. Un abrazo. Contemplar la inocencia. Dejarse llevar. Perdonarse un poco. No darse manija. Y disfrutar el momento, sea la fuckin' navidad o no.

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